Hace mucho tiempo, los Diez Guardianes Elementales protegían el equilibrio del mundo.
Pero cuando Oscuridad se alzó contra sus hermanos, selló a la Luz y desató el caos.
Los artefactos sagrados fueron escondidos...
Y el legado quedó dormido.
Hasta ahora.
La nieve caía como un susurro del pasado.
En una aldea olvidada por el tiempo, bajo un cielo gris y silencioso, un niño de diez años abría la puerta de su casa y salía al frío. Sus pasos crujían sobre el hielo, pero su mirada estaba llena de asombro.
-Wow... qué linda está la nieve -murmuró Xelamg Iván Takeda, con los ojos brillando como si viera magia por primera vez.
Detrás de él, una figura anciana se acercó con paso lento pero firme. Su abrigo era grueso, su mirada sabia.
-¿Verdad que sí? -dijo el abuelo Shirou, sonriendo-. Pero escucha, Xelamg... algún día, tú serás quien proteja algo mucho más hermoso que esta nieve.
Xelamg lo miró, confundido.
-¿Más hermoso? ¿Qué podría ser?
El abuelo alzó la vista al cielo, como si recordara algo que ya no existía.
-El equilibrio del mundo. La vida misma. Cuando el legado de los dragones despierte en ti... lo entenderás.
-¡Métanse ya, por favor, chicos! -gritó la abuela Yuri desde la casa.
-¡Siii, Abuela Yuri! -respondieron ambos al unísono, riendo mientras corrían de vuelta al calor del hogar.
Esa noche, el fuego crepitaba en la chimenea.
Xelamg se acostó junto a sus hermanos menores, Jaison y Aiko. La habitación olía a madera y sopa caliente. Pero antes de dormir, una petición rompió el silencio.
-Abuelo... cuéntanos un cuento -pidió Xelamg.
-¡Siii! -gritaron Jaison y Aiko al unísono.
El abuelo Shirou se sentó junto a ellos, con una mirada que mezclaba ternura y gravedad.
-Muy bien... pero no es un cuento cualquiera. Es una historia real.
Los niños se acomodaron, atentos.
-Hace mucho tiempo, existían diez guardianes, mitad humanos y mitad dragones. Cada uno dominaba un elemento: Fuego, Tierra, Aire, Agua, Energía, Planta, Vacío, Metal, Luz... y Oscuridad.
-¿Oscuridad? -preguntó Aiko, con un leve temblor en la voz.
-Sí. Al principio, todos protegían el equilibrio. Pero Oscuridad... se cansó de ver cómo la humanidad destruía el mundo. Se volvió contra sus hermanos. Selló a la Luz, y corrompió a varios guardianes. Los elementos más puros -Agua, Tierra y Energía- fueron ocultados en artefactos sagrados. Tres valientes guerreros intentaron detenerlo... pero fracasaron.
-¿Y qué pasó con los artefactos? -preguntó Jaison.
El abuelo se levantó y abrió un compartimento oculto bajo el suelo. Dentro, tres objetos brillaban con una luz suave: una piedra azul, una esfera terrosa y un núcleo eléctrico.
-Pues... aquí están.
Xelamg se acercó, con los ojos muy abiertos.
-¿Así que... la historia es real?
Pero antes de que el abuelo pudiera responder, la puerta se abrió de golpe.
-¡Shirou! ¡La aldea... tienes que ver esto! -gritó la abuela Yuri, pálida.
El abuelo se puso de pie de inmediato. Afuera, una sombra oscura se aproximaba. El aire se volvió denso. El fuego parpadeó.
-Ya está aquí... -susurró Shirou.
Una figura emergió de la oscuridad. Envuelto en una capa negra, con ojos como abismos, el Guardián Oscuro entró en la casa.
-Cuánto tiempo sin verte, Shirou...
-¡No tendrás estos artefactos, Sombra! -gritó el abuelo, lanzándose al ataque.
-¡Puño de agua!
Una ola de energía azul impactó al enemigo, pero no fue suficiente. El abuelo cayó, herido. El Guardián Oscuro rió con crueldad.
-¿Eso es todo?
-¡Abuelooo! -gritó Xelamg, corriendo hacia él.
-Xelamg... -susurró Shirou, con su último aliento-. Tú eres el elegido. Protege los artefactos. Protege a tus hermanos... No dejes que caigan en sus manos...
-Ahora me llevaré a estos dos niños -dijo el Guardián Oscuro, y desapareció en la oscuridad con Aiko y Jaison.
Xelamg cayó de rodillas. La nieve comenzó a caer dentro de la casa, como si el cielo también llorara.
-¡Voy a acabar contigo! -gritó con desesperación.
Y en ese grito... algo antiguo despertó.
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