Flores Del Pasado

Flores Del Pasado

Eleonora

Una pequeña criatura lloraba en la habitación recién dada a luz, su madre hubiese preferido parir en el hospital, pero la pequeña debía tener muchas ganas de conocer el mundo, Eleonora, la llamaron.

Un bebé, una niña deseada, muy querida por sus progenitores, buena, dulce y obediente, con un gran futuro decían siempre.

Pero su futuro se truncó en cuestión de segundos, un hombre ebrio al volante le quitó a las dos personas que más amaba, dejándola sola, triste y desprotegida.

Por suerte había un familiar cercano, o algo así, pues ella, hasta ese momento, no sabía que existía, su tía abuela, Clara.

El principio, como todos los principios, no fue fácil, Eleonora se volvió rebelde entrando en la preadolescencia, no solo eran las hormonas, también el dolor, lo que provocaba ese comportamiento.

—Eleonora, cielo, habla conmigo, puedo ayudarte —le decía siempre la dulce Clara.

—¡No quiero hablar con nadie! —gritaba ella sin saber el porqué.

Se encerraba en su habitación y lloraba, su almohada estaba llena de los recuerdos de sus lágrimas, éstos le contaban su secreto, era incapaz de asimilar que ellos ya no volverían, no volvería a ver a sus padres.

Reaccionó el día que Clara enfermó, se asustó tanto que cambió de forma radical su actitud, volviéndose servicial, una fiel enfermera para que su tia abuela volviese a estar bien.

—Lo siento tanto, te prometo que no volveré a portarme mal —le decía la niña sentada en el borde de la cama.

—No es tu culpa, cariño, no eres más que otra víctima de la vida, pero estén donde estén, tus padres te quieren, y están muy orgullosos de ti —le contestaba la mujer.

—Gracias, tía —le sonreía Eleonora.

Los meses pasaron y Clara no estaba mejor, tenía pequeños momentos de lucidez, pero no duraban mucho tiempo, Eleonora, no se separaba de ella.

Un día tormentoso y lluvioso, ocurrió, Clara se empezó a ahogar, no podía respirar, Eleonora lloraba asustada, salió a buscar ayuda debajo de la lluvia.

—¡Socorro!, ¡Mi tía se está ahogando! —gritaba.

Nadie la escuchaba, era demasiado tarde y los truenos no permitían que su voz llegara a nadie.

Eleonora empezó a llamar puerta por puerta, despertó a todos los vecinos hasta que éstos estuvieron en la calle.

—¿Qué es este alboroto? —preguntó un vecino ya entrado en canas.

—Es mi tía, señor, se está ahogando —le contó.

—¡Oh, vaya, la pobre Clara!, ¡Vamos!

Todos se dirigieron a la casa, una casa modesta pero bien cuidada y bonita, Clara siempre tuvo fama por su buen gusto y la repostería que cocinaba.

Subieron al piso donde se encontraba la mujer, el vecino le tomó el pulso y miró a otra vecina situada detrás de él negando con la cabeza.

—Lo siento mucho, pequeña —le dijo a Eleonora.

—¿Qué?, ¡No!, ¡Tía, por favor, tía!, ¡Solo te tengo a ti! —gritó desconsolada intentando lograr que reaccionara.

—No hay nada que hacer, está muy lejos de aquí —volvió a insistir el hombre tocando el brazo de la joven para calmarla.

—¡No, tía, por favor! —volvió a rogarle.

Miro el cuerpo sin vida de su tía abuela, Clara, el único familiar que le quedaba, y perdió toda esperanza.

No se separó de ella hasta que se la llevó la funeraria, no necesitó autopsia, todos sabían que se estaba muriendo, otra cosa es que nadie tuvo el valor de decírselo a Eleonora.

Cuando se quedó sola en la habitación, se quedó completamente paralizada, preguntándose qué había hecho mal para merecer tantas desgracias, o lo peor, qué había hecho su tía para que su vida acabase tan pronto, maldijo a dios, pero por la memoria de su tía y de sus padres, también juro ser buena y labrarse un futuro.

La policía junto un par de asistentes sociales fueron a buscarla, uno era mayor, más bien gordito y tenía una corona como pelo, la otra, era una mujer delgada, alta y desgarbada, a Eleonora no le gustó nada más verla, confirmó sus sospechas en cuanto habló.

—Hola, niña!, vamos, no tenemos todo el día —le dijo a la niña.

—¿Ir dónde?

—¿A dónde crees tú, niña?, ¡al orfanato!, o creías que te quedarías tú solita aquí, venga, ¡espabila! —le gritó moviendo la mano.

Eleonora miró a los policías, ¿En serio iban a dejar que se la llevase esa mujer tan cruel?, ellos se cruzaron de brazos como respuesta afirmativa.

No tuvo otro remedio que obedecer, subió por una maleta y guardó algo de ropa, lo justo que le permitió la asistente, añadió en su bolso las fotos familiares, así los tendría siempre con ella.

Al llegar al orfanato no pudo disimular la cara de terror, era un lugar sombrio, las paredes de ladrillo visto por fuera, y por dentro completamente blanco, sin vida, sin colores, las puertas de color marrón oscuro eran bastante viejas, conoció su habitación, debería compartirla con otra joven, una chica que ni se había molestado en mirarla y saludar al entrar.

La estancia era simple, una cama, un pequeño armario y un escritorio vacío, continuo con la visita, los baños carecían de total privacidad, una ventana daba al exterior, una cortina de plástico tapaba la pequeña ducha y la puerta no tenía cerrojo.

—Seguridad —le dijo la asistenta.

Se marchó dejándola sola con un montón de desconocidos, varios educadores que intentaban poner orden y un puñado de chavales de varias edades, desde los doce a mis dieciséis, hacían lo imposible por sacar de quicio a los adultos.

Se quedó quieta en una silla mirando, no sabía que más hacer, su compañera de habitación hizo acto de presencia y pudo comprobar que la única persona con la que era muda, era con ella, la nueva.

Los primeros días fueron tediosos, como estar dentro de una pesadilla, apenas le hablaban, los educadores la llenaron de obligaciones, cosa que agradeció, quedarse quieta mirando las horas pasar, era bastante aburrido.

Unos días después se llevó el primer susto, precisamente donde ella imaginó que pasaría, en la ducha, fue por la tarde, le avisó a la educadora encargada para que estuviese pendiente como había prometido, pero ésta no se lo tomó muy en serio, abandonó su puesto de trabajo, y con ello, dejó vía libre a un par de adolescentes con la testorena pidiendo a gritos experimentar.

Entraron en la ducha sigilosos y de un empujón corrieron la cortina exponiendo a Eleonora a sus ojos, completamente desnuda, desprotegida, ella empezó a gritar mientras temblaba, los jóvenes intentaron tocarla, pero usaba todos sus fuerzas para impedírselo.

Un educador escuchó sus gritos y acudió rápidamente en su ayuda, agarró a los chicos sacándolos del baño muy cabreado mientras ellos se reían, cerró la puerta tras salir y bajó a los chicos con el director.

Volvió a subir, antes de entrar llamó a la puerta, Eleonora, asustada, contestó con un hilo de voz apenas audible, así que volvió a llamar, finalmente la escuchó, le concedió permiso para entrar, al hacerlo vio que ya estaba vestida y no dejaba de temblar, las lágrimas caían por sus mejillas como una cascada, sus mejillas estaban coloradas y sus labios temblaban.

—Ya está, pequeña, ya pasó —intentó consolarla.

Al acercarse a ella, Eleonora se apartó, no quería que la tocase, tenía miedo, así que solo esperó a que se relajara y cuando fue así, la acompañó hasta dirección.

—Me ha contado Jorge lo sucedido —le dijo el hombre vestido de traje —¿Te han llegado a hacer algo?, ¿A tocar en...?

—¡No! —gritó Eleonora al imaginar que hubiesen llegado hasta ese punto.

—Menos mal, entonces nos ocuparemos de que reciban el pertinente castigo —le informó.

Eleonora imaginó mil formas diferentes de castigarlos, pero ninguna de ellas fue utilizada por el director, en su lugar, el castigo consistió en un par de semanas sin salir del recinto del centro, "¿Y eso es todo?", pensó Eleonora decepcionada, sabiendo que el miedo, mientras estuviesen ellos ahí, no cesaría.

Se equivocó, ese mismo día llegó alguien nuevo, un joven árabe, atractivo, fuerte y reservado, eso es lo que más llamó la atención de Eleonora, nadie sabía nada de él.

La tarde del día siguiente, Eleonora volvió a tener un encontronazo con los dos jóvenes de la ducha, ellos la acorralaron, le echaron en cara que por su culpa estaban castigados, que si no hubiese gritado, hubieran pasado un buen rato, Eleonora se abrazó a si misma mientras ellos volvían a intentar tocarla.

—Alejaros de ella o el castigo os parecerá un regalo de Alá comparado con lo que os voy a hacer yo —los amenazó.

Los jóvenes se giraron al escuchar la voz y se rieron, el joven nuevo, con mucha habilidad, los apartó de Eleonora, les propinó un puñetazo a cada uno y se colocó delante de la joven.

—¿Lo repito? —les preguntó muy serio.

—¡No!, ¡No! —gritaron ambos.

—Eso creía, volver a tocarla y os mataré, os juro que lo haré —añadió.

Los chicos salieron despavoridos a toda velocidad, como si en vez de haberse enfrentado a un chico de su edad, lo hubieran hecho con un profesional de boxeo.

—Gracias —susurró Eleonora.

—No las des, nunca hago nada gratis, me debes una —le respondió el joven mirándola de arriba a abajo y después se marchó.

El corazón de la adolescente latía con fuerza, no solo por lo sucedido, también porque se había enamorado por primera vez, y por su última frase, supo que no pasaría nada bueno.

Olvidó su predicción rápidamente, le entregó su corazón por completo, tan inocente e inexperta, creyó que él también la amaba.

Su relación surgió a raíz de una discusión, creaban un huerto como tarea obligatoria, el joven, Mohamed, empezó a decirle lo blanda que era y añadía que así no terminarían nunca, Eleonora no le había dicho ni una sola palabra, así que no entendía por qué la trataba así, bajo la presión de sus palabras, huyó a su habitación corriendo, el educador no la detuvo, riñó a Mohamed y lo dejó estar.

Al acabar la tarea, Mohamed subió a buscarla, la encontró sentada en la cama llena de lágrimas, se sentó a su lado, limpió sus mejillas con una mano, se acercó lentamente y la besó.

El primer beso de Eleonora, se detuvo el tiempo, no importaba nada, la humillación anterior, el pasado, solo el aquí y el ahora, solo los labios de Mohamed y su mano acariciando suavemente su mejilla.

—Perdóname, no sé por qué me he comportado así, he sido un idiota —le dijo mientras miraba los ojitos azules brillar, y los labios rosados hinchados —.Estoy loco por ti, Eleonora —añadió antes de irse.

La joven se quedó mirando la puerta abierta y el hueco vacio, tocó sus labios recién besados y sonrió, "¿finalmente no sería todo malo, no?", pensó ilusionada.

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