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Flores Del Pasado

Eleonora

Una pequeña criatura lloraba en la habitación recién dada a luz, su madre hubiese preferido parir en el hospital, pero la pequeña debía tener muchas ganas de conocer el mundo, Eleonora, la llamaron.

Un bebé, una niña deseada, muy querida por sus progenitores, buena, dulce y obediente, con un gran futuro decían siempre.

Pero su futuro se truncó en cuestión de segundos, un hombre ebrio al volante le quitó a las dos personas que más amaba, dejándola sola, triste y desprotegida.

Por suerte había un familiar cercano, o algo así, pues ella, hasta ese momento, no sabía que existía, su tía abuela, Clara.

El principio, como todos los principios, no fue fácil, Eleonora se volvió rebelde entrando en la preadolescencia, no solo eran las hormonas, también el dolor, lo que provocaba ese comportamiento.

—Eleonora, cielo, habla conmigo, puedo ayudarte —le decía siempre la dulce Clara.

—¡No quiero hablar con nadie! —gritaba ella sin saber el porqué.

Se encerraba en su habitación y lloraba, su almohada estaba llena de los recuerdos de sus lágrimas, éstos le contaban su secreto, era incapaz de asimilar que ellos ya no volverían, no volvería a ver a sus padres.

Reaccionó el día que Clara enfermó, se asustó tanto que cambió de forma radical su actitud, volviéndose servicial, una fiel enfermera para que su tia abuela volviese a estar bien.

—Lo siento tanto, te prometo que no volveré a portarme mal —le decía la niña sentada en el borde de la cama.

—No es tu culpa, cariño, no eres más que otra víctima de la vida, pero estén donde estén, tus padres te quieren, y están muy orgullosos de ti —le contestaba la mujer.

—Gracias, tía —le sonreía Eleonora.

Los meses pasaron y Clara no estaba mejor, tenía pequeños momentos de lucidez, pero no duraban mucho tiempo, Eleonora, no se separaba de ella.

Un día tormentoso y lluvioso, ocurrió, Clara se empezó a ahogar, no podía respirar, Eleonora lloraba asustada, salió a buscar ayuda debajo de la lluvia.

—¡Socorro!, ¡Mi tía se está ahogando! —gritaba.

Nadie la escuchaba, era demasiado tarde y los truenos no permitían que su voz llegara a nadie.

Eleonora empezó a llamar puerta por puerta, despertó a todos los vecinos hasta que éstos estuvieron en la calle.

—¿Qué es este alboroto? —preguntó un vecino ya entrado en canas.

—Es mi tía, señor, se está ahogando —le contó.

—¡Oh, vaya, la pobre Clara!, ¡Vamos!

Todos se dirigieron a la casa, una casa modesta pero bien cuidada y bonita, Clara siempre tuvo fama por su buen gusto y la repostería que cocinaba.

Subieron al piso donde se encontraba la mujer, el vecino le tomó el pulso y miró a otra vecina situada detrás de él negando con la cabeza.

—Lo siento mucho, pequeña —le dijo a Eleonora.

—¿Qué?, ¡No!, ¡Tía, por favor, tía!, ¡Solo te tengo a ti! —gritó desconsolada intentando lograr que reaccionara.

—No hay nada que hacer, está muy lejos de aquí —volvió a insistir el hombre tocando el brazo de la joven para calmarla.

—¡No, tía, por favor! —volvió a rogarle.

Miro el cuerpo sin vida de su tía abuela, Clara, el único familiar que le quedaba, y perdió toda esperanza.

No se separó de ella hasta que se la llevó la funeraria, no necesitó autopsia, todos sabían que se estaba muriendo, otra cosa es que nadie tuvo el valor de decírselo a Eleonora.

Cuando se quedó sola en la habitación, se quedó completamente paralizada, preguntándose qué había hecho mal para merecer tantas desgracias, o lo peor, qué había hecho su tía para que su vida acabase tan pronto, maldijo a dios, pero por la memoria de su tía y de sus padres, también juro ser buena y labrarse un futuro.

La policía junto un par de asistentes sociales fueron a buscarla, uno era mayor, más bien gordito y tenía una corona como pelo, la otra, era una mujer delgada, alta y desgarbada, a Eleonora no le gustó nada más verla, confirmó sus sospechas en cuanto habló.

—Hola, niña!, vamos, no tenemos todo el día —le dijo a la niña.

—¿Ir dónde?

—¿A dónde crees tú, niña?, ¡al orfanato!, o creías que te quedarías tú solita aquí, venga, ¡espabila! —le gritó moviendo la mano.

Eleonora miró a los policías, ¿En serio iban a dejar que se la llevase esa mujer tan cruel?, ellos se cruzaron de brazos como respuesta afirmativa.

No tuvo otro remedio que obedecer, subió por una maleta y guardó algo de ropa, lo justo que le permitió la asistente, añadió en su bolso las fotos familiares, así los tendría siempre con ella.

Al llegar al orfanato no pudo disimular la cara de terror, era un lugar sombrio, las paredes de ladrillo visto por fuera, y por dentro completamente blanco, sin vida, sin colores, las puertas de color marrón oscuro eran bastante viejas, conoció su habitación, debería compartirla con otra joven, una chica que ni se había molestado en mirarla y saludar al entrar.

La estancia era simple, una cama, un pequeño armario y un escritorio vacío, continuo con la visita, los baños carecían de total privacidad, una ventana daba al exterior, una cortina de plástico tapaba la pequeña ducha y la puerta no tenía cerrojo.

—Seguridad —le dijo la asistenta.

Se marchó dejándola sola con un montón de desconocidos, varios educadores que intentaban poner orden y un puñado de chavales de varias edades, desde los doce a mis dieciséis, hacían lo imposible por sacar de quicio a los adultos.

Se quedó quieta en una silla mirando, no sabía que más hacer, su compañera de habitación hizo acto de presencia y pudo comprobar que la única persona con la que era muda, era con ella, la nueva.

Los primeros días fueron tediosos, como estar dentro de una pesadilla, apenas le hablaban, los educadores la llenaron de obligaciones, cosa que agradeció, quedarse quieta mirando las horas pasar, era bastante aburrido.

Unos días después se llevó el primer susto, precisamente donde ella imaginó que pasaría, en la ducha, fue por la tarde, le avisó a la educadora encargada para que estuviese pendiente como había prometido, pero ésta no se lo tomó muy en serio, abandonó su puesto de trabajo, y con ello, dejó vía libre a un par de adolescentes con la testorena pidiendo a gritos experimentar.

Entraron en la ducha sigilosos y de un empujón corrieron la cortina exponiendo a Eleonora a sus ojos, completamente desnuda, desprotegida, ella empezó a gritar mientras temblaba, los jóvenes intentaron tocarla, pero usaba todos sus fuerzas para impedírselo.

Un educador escuchó sus gritos y acudió rápidamente en su ayuda, agarró a los chicos sacándolos del baño muy cabreado mientras ellos se reían, cerró la puerta tras salir y bajó a los chicos con el director.

Volvió a subir, antes de entrar llamó a la puerta, Eleonora, asustada, contestó con un hilo de voz apenas audible, así que volvió a llamar, finalmente la escuchó, le concedió permiso para entrar, al hacerlo vio que ya estaba vestida y no dejaba de temblar, las lágrimas caían por sus mejillas como una cascada, sus mejillas estaban coloradas y sus labios temblaban.

—Ya está, pequeña, ya pasó —intentó consolarla.

Al acercarse a ella, Eleonora se apartó, no quería que la tocase, tenía miedo, así que solo esperó a que se relajara y cuando fue así, la acompañó hasta dirección.

—Me ha contado Jorge lo sucedido —le dijo el hombre vestido de traje —¿Te han llegado a hacer algo?, ¿A tocar en...?

—¡No! —gritó Eleonora al imaginar que hubiesen llegado hasta ese punto.

—Menos mal, entonces nos ocuparemos de que reciban el pertinente castigo —le informó.

Eleonora imaginó mil formas diferentes de castigarlos, pero ninguna de ellas fue utilizada por el director, en su lugar, el castigo consistió en un par de semanas sin salir del recinto del centro, "¿Y eso es todo?", pensó Eleonora decepcionada, sabiendo que el miedo, mientras estuviesen ellos ahí, no cesaría.

Se equivocó, ese mismo día llegó alguien nuevo, un joven árabe, atractivo, fuerte y reservado, eso es lo que más llamó la atención de Eleonora, nadie sabía nada de él.

La tarde del día siguiente, Eleonora volvió a tener un encontronazo con los dos jóvenes de la ducha, ellos la acorralaron, le echaron en cara que por su culpa estaban castigados, que si no hubiese gritado, hubieran pasado un buen rato, Eleonora se abrazó a si misma mientras ellos volvían a intentar tocarla.

—Alejaros de ella o el castigo os parecerá un regalo de Alá comparado con lo que os voy a hacer yo —los amenazó.

Los jóvenes se giraron al escuchar la voz y se rieron, el joven nuevo, con mucha habilidad, los apartó de Eleonora, les propinó un puñetazo a cada uno y se colocó delante de la joven.

—¿Lo repito? —les preguntó muy serio.

—¡No!, ¡No! —gritaron ambos.

—Eso creía, volver a tocarla y os mataré, os juro que lo haré —añadió.

Los chicos salieron despavoridos a toda velocidad, como si en vez de haberse enfrentado a un chico de su edad, lo hubieran hecho con un profesional de boxeo.

—Gracias —susurró Eleonora.

—No las des, nunca hago nada gratis, me debes una —le respondió el joven mirándola de arriba a abajo y después se marchó.

El corazón de la adolescente latía con fuerza, no solo por lo sucedido, también porque se había enamorado por primera vez, y por su última frase, supo que no pasaría nada bueno.

Olvidó su predicción rápidamente, le entregó su corazón por completo, tan inocente e inexperta, creyó que él también la amaba.

Su relación surgió a raíz de una discusión, creaban un huerto como tarea obligatoria, el joven, Mohamed, empezó a decirle lo blanda que era y añadía que así no terminarían nunca, Eleonora no le había dicho ni una sola palabra, así que no entendía por qué la trataba así, bajo la presión de sus palabras, huyó a su habitación corriendo, el educador no la detuvo, riñó a Mohamed y lo dejó estar.

Al acabar la tarea, Mohamed subió a buscarla, la encontró sentada en la cama llena de lágrimas, se sentó a su lado, limpió sus mejillas con una mano, se acercó lentamente y la besó.

El primer beso de Eleonora, se detuvo el tiempo, no importaba nada, la humillación anterior, el pasado, solo el aquí y el ahora, solo los labios de Mohamed y su mano acariciando suavemente su mejilla.

—Perdóname, no sé por qué me he comportado así, he sido un idiota —le dijo mientras miraba los ojitos azules brillar, y los labios rosados hinchados —.Estoy loco por ti, Eleonora —añadió antes de irse.

La joven se quedó mirando la puerta abierta y el hueco vacio, tocó sus labios recién besados y sonrió, "¿finalmente no sería todo malo, no?", pensó ilusionada.

Mohamed

Al día siguiente Eleonora se levantó ilusionada, la idea de su primer amor la entusiasmaba, se vistió y bajó sonriente al comedor donde siempre desayunaban.

Al entrar no vio a Mohamed, el mismo corazón que latía con fuerza hace unos instantes, empezaba a asustarse, caminó hasta su asiento habitual y esperó.

Los minutos pasaban lentamente, sus ojos se pegaban a la puerta de entrada al salón y apenas desviaban su atención para tomar un trago de cacao.

Mohamed no llegó a entrar, después de esperar y recibir la señal de que ya podían continuar con sus tareas asignadas, decidió preguntar a un educador.

—¿Mohamed está enfermo?

Su deducción era, que si no habia bajado, seguiría en la cama, por lógica, estaría enfermo, sino le hubiesen obligado a levantarse.

—No, Mohamed se ha fugado esta noche, es habitual él, habrá vuelto a su país.

—¿Qué quiere decir? —preguntó con curiosidad.

—No vive aquí, su familia es adinerada, eso no es excusa para vagar por ahí, es menor y no podemos permitirlo, pero sus padres le dejan hacer lo que quiere, así que cada vez que viene a España, acaba aquí, estoy empezando a pensar que hasta le gusta, y el viaje a Casablanca le sale gratis —le contó el educador poniendo una mueca de desaprobación.

—No lo entiendo, si su familia tiene dinero, ¿por qué le sale gratis?

—Porque estamos obligados a deportarlo una y otra vez, allí se lavan las manos, asi que... —concluyó levantando las manos y siguiendo con su trabajo.

Eleonora se quedó de nueva sola con sus demonios, ¿Por qué me besó si se iba a ir?, se preguntó confusa, entonces llegó a la conclusión de que solo lo hizo por pena o diversión.

Los meses pasaron rápido, una pequeña adolescente se convirtió en mujer, floreció ante los ojos de los educadores y los compañeros del centro, sus pechos crecieron, su pelo rubio le llegó por la cintura y sus facciones se volvieron más femeninas, convirtiéndose en la obsesión de más de uno, incluidos adultos.

Esto no le llevó a nada bueno, uno de sus compañeros llevó sus deseos más allá, asegurando que él era su dueño, un árabe que llevaba casi toda su vida en España, alto y fuerte, asustaba a la joven Eleonora, que aunque físicamente ya era una mujer, psicológicamente, seguía siendo una niña miedosa y asustadiza.

Una noche mientras dormía, se despertó con la cara de dicho joven pegado a ella, le había abierto el camisón y estaba acariciándola, quiso gritar, pero le tapó la boca, siguió masajeando sus pechos mientras los miraba con cara lujuriosa.

La miró, sonrió, quitó la mano de su boca y la besó.

—Nunca te vas a librar de mí, eres mía, Eleonora, no voy a permitir que nadie más te toque —le susurro muy cerca de sus labios mientras la miraba fijamente a los ojos.

Una lágrima cayó de los de Eleonora, se sentía humillada, se sentía violada aunque no hubiesen sido más que caricias, pero a ella jamás la habían tocado ahí.

El joven la soltó, y se marchó, ella lloró hasta quedarse dormida y mientras lo hacía, imaginaba que Mohamed volvía por ella, que él la sacaba de ese infierno, se relajó al darse cuenta de que eso no pasaría, él no volvería, la había olvidado como quién olvida un mal día.

Lo asimiló todo, creó una coraza alrededor de su corazón y se juró ser fuerte, inventaría un papel que interpretar, eso es, alguien sin miedo, una Eleonora caliente que pone a la gente en su lugar.

Su estrategia no fue llevada a cabo, según se encontró con el joven de la noche anterior al entrar en el comedor, ese valor se esfumó por arte de magia, sus manos empezaron a temblar, la boca se le seco y se quedó sin aire.

Él se sentó adrede al lado de su asiento, así que ella también cambió de lugar, alejándose de él, y por una vez, teniendo suerte, su compañera de habitación, después de mucho tiempo, empezó a hablarle.

—¿Qué pasó anoche? —fue la pregunta que detonó su primera conversación.

—¿Lo oíste? —preguntó Eleonora enfadada, sí, lo había oído, y aún así, no hizo nada.

—Sí, lo siento, quería ayudarte, pero me da miedo, esto me lo hizo él —le contó enseñándole una marca en el brazo.

—¿Cómo te hizo eso? —preguntó asustándose.

—No eres la única con la que se ha obsesionado, a mí me dejó cuando llegaste, un día se enfadó y me quemó con la plancha.

—¿Y los educadores no hicieron nada?

—Sí, lo castigaron en el reformatorio unos meses, lleva aquí muchos años, me pidió perdón y le dejaron volver.

Eleonora se preguntó muchas cosas, desde, si la habría violado, a si llegó a dañarla de algún modo más, pero preguntarlo sería como reconocer que era su futuro, y no tenía intención de ser su nueva víctima.

—Por favor, dime cómo evito que me pase eso —le rogó a su compañero con ojos llorosos, llenos de terror.

—Nunca estés sola, cuando hay más gente no hace nada, y empezaremos a trancar la puerta con una silla, así no podrá entrar por las noches.

—No estar sola... —pensó Eleonora en alto.

—Exacto, apúntate a todo lo posible, haz amigos...

Siguió su consejo al detalle, no solo se presentó voluntaria en todas y cada una de las actividades, también para enseñar y ayudar a otros niños del centro.

Se hizo muy querida y conocida rápidamente, nunca estaba sola, justo lo que quería, también empezó a ser feliz, las cosas habían cambiado mucho y se sentía..., como en casa.

Precisamente se encontraba junto a su grupo de amigos cuando lo vio de nuevo, Mohamed había vuelto, iba esposado y acompañado por dos policías, a la vista estaba que él no quería volver.

—Que raro, nunca se ha resistido... —comentó un educador cerca de Eleonora.

"¿No quiere volver porque estoy yo?", se preguntó mentalmente.

Creciendo a tu lado

Mohamed fijó los ojos directamente sobre Eleonora, la odiaba, la odiaba con todas sus fuerzas, porque él nunca perteneció a nadie, a ningún lugar, hasta sus padres lo sabían, pero desde que probó sus labios tenía la sensación de pertenecerle, o al menos, no conseguía sacarla de su cabeza.

Los guardias lo sujetaban con fuerza mientras lo obligaban a caminar hasta el interior del centro, un pequeño caminero con césped a ambos lados, hasta hace poco, su mejor plan, el vuelo de vuelta a casa.

Podía ver la duda y la confusión en los ojos azules, y la entendía, aunque no lo compartía, tan solo un beso, había cambiado sus vidas, ahora veía que la suya también, pero también vio como la niña desprotegida se había convertido en una deliciosa mujer, y el hecho de que no estaba sola, varios niños la rodeaban por detrás, protegiéndola.

—Vamos, no merece la pena —le dijo una joven que conocía bien, en todas sus visitas estaba ahí, aunque siempre prometía que un día se iría.

Al escuchar las palabras de la otra joven, Mohamed enfureció, poco le importaba la opinión ajena, pero que Eleonora le hiciese caso a su amiga no le gustó nada, el orgullo lo llevó a cambiar esa opinión.

Hábilmente se zafó de las manos de los guardias, tal cual iba, esposado, besó a Eleonora delante de todos, ella dejó de pensar, de sentir, dejó de respirar, llevaba tanto tiempo recordando el anterior de una manera idealizada, que este le pareció hasta mejor, Mohamed, a diferencia de la otra vez, introdujo la lengua dentro de su boca, provocando sensaciones nuevas en Eleonora.

—¡Ya basta! —gritó el educador agarrando al chico por el brazo y alejándolo de ella.

El mismo educador que desde el incidente en el baño, la había cuidado y protegido, el mismo que desde hace tiempo tenía fantasías respecto a la chica.

Metió furioso a Mohamed en el centro y lo guió al despacho del director, el joven pronto se dió cuenta de que esta vez iba a ser diferente.

—No podemos permitir esta conducta más, no somos una ONG, ni tú un adolescente necesitado, en un mes cumples los dieciocho años, así que te mantendremos aquí hasta esa fecha y después deberás sacarte las castañas del fuego solo.

—No importa, llamaré a mis padres —le contestó el chaval con orgullo.

—Ya lo he hecho yo, están de acuerdo con mi decisión.

A Mohamed se le cayó el techo encima con esa aclaración, sabía que muy contentos con él no estaban, pero de ahí, a abandonarlo, había un mundo.

—No te creo.

—No hace falta que me creas, tú mismo lo comprobarás, vete a tu habitación, tienes una semana de castigo por como te han tenido que traer, la policía tiene mejores cosas que hacer que ocuparse de un niño egoísta y caprichoso.

Aunque estaba furioso, guardó silencio, sabía cuándo era el momento de retirarse, ya llegaría su oportunidad, aunque, al pensarlo bien, se dió cuenta de que, tal vez, un mes pasaría volando con Eleonora ahí dentro, tan cerca y exquisita...

Se mantuvo obediente durante toda la semana, el castigo consistía en hacer pequeños arreglos en el centro y mantenerse alejado del resto del grupo, siempre entre las cuatro paredes, pero podía verla de lejos, a ella también, podía admirar las curvas debajo de la ropa, el pelo largo y brillante posarse en sus hombros y rozar su pecho.

Tan solo quedaba un día y se encargaría de dejar huella en aquella joven, no quería nada serio, solo una aventura breve para quitarse ese sentimiento de encima.

Subido a una escalera la vio acercarse, bajó los peldaños y dejó la bombilla que le habían ordenado cambiar encima de una mesa.

—¡Ey, espera! —la detuvo cogiendola por el brazo.

—No podemos hablar, estás castigado —le respondió ella.

—Aceptaría cualquier castigo por un minuto contigo —le dijo él con su labia romántica e hipócrita.

Eleonora sonrió sin querer, ya le había avisado su compañera de que usaría frases así, también de que ya tuvo un lío con él y no era de fiar.

—Tengo que irme, Mohamed, me esperan —le contestó orgullosa según soltaba el brazo y seguía caminando.

Mohamed apretó los puños con fuerza, "¿Quién se cree qué es?", pensó cabreado, no aceptando nada bien su negativa.

Al día siguiente, era libre, entre comillas, pero sí podía ir con el resto del grupo, precisamente había una salida planificada por los educadores a un centro recreativo.

Eleonora estaba contenta, se lo pasaba genial con cada plan, casi siempre cosas distintas, se sorprendió cuando el educador que la salvó le informó de que ella no iba a ir con el resto del grupo, sino con él a un videoclub a escoger una película para esa noche.

Al igual que ella, Mohamed se sorprendió al ver como se marchaba en el coche del educador, era un hombre, o casi, sabía qué significaba la mirada del adulto, era muy consciente de que la deseaba, y eso lo molestó, la paranoia de que Eleonora tenía una aventura con él, lo llenó de ira.

Eleonora miraba por la ventanilla del coche hasta llegar a su destino, Raúl, el educador, estaba en silencio conduciendo, llegaron, bajaron del coche y tal como había dicho, entraron en el videoclub.

—¿Qué tal?, ¡Cuánto tiempo! —lo saludó él dependiente.

—Sí, mucho curro últimamente —le contestó él.

La joven recorrió los pasillos buscando algo nuevo y divertido para ver con sus amigos en el centro.

—¿Y esa chica?, es muy guapa... —quiso saber el dependiente.

—Es una joven del centro, mi ojito derecho —le explicó el hombre mientras la miraba.

Pensó, que ese día la joven estaba especialmente atractiva, llevaba unos vaqueros ajustados y una camiseta naranja y rosa que dejaba conocer sus curvas, al centrarse en la zona más íntima, los dos puntos que sobresalían lo estimularon, haciéndolo sentir presión en el pantalón.

—Esta —sonrió la chica dándole la elegida.

—Muy bien, pues esta —le dijo él a su voz al dependiente.

—Muy buena, es para troncharse —premió la decisión de la joven.

Después de pagar y despedirse, la llevó a un bar para tomar un refresco y charlar con ella, ese tiempo a solas era un regalo para él.

Se sentaron en una mesa, uno al lado de otro, Eleonora miraba por la ventana como la gente paseaba, preguntándose muchas cosas, por ejemplo, si su vida hubiese sido distinta si no hubiese sido tan mala con su tía, hacía tiempo todo esto rondaba su conciencia.

—¿En qué piensas? —quiso saber Raúl.

—¿Qué?, no, en nada —mintió sonrojada.

—Puedes contármelo, no se lo contaré a nadie.

—Lo sé, solo es que, me siento mal por como traté a mi tía, no se lo merecía —se sinceró la joven.

—No fue culpa tuya que muriera, y solo eras una niña —le dijo él posando una mano en su brazo —.No te culpes, las cosas siempre pasan por algo, ¿no crees? —continuó sonriendo y rozando, "sin querer", una zona muy sensible de su camiseta.

Eleonora que hacia unos meses había empezado a experimentar sentimientos y sensaciones más intensas a las normales, entre ellas, la excitación, se apartó incómoda al sentir el contacto con su seno.

—Claro, oye, se hace tarde, ¿nos podemos ir? —se impacientó nerviosa.

—Claro, vamos —accedió levantándose.

Volvieron a subir al coche, esta vez Eleonora no veía aunque mirase por la ventanilla, sino que tapaba su pecho disimulada para taparlo, a la par, vigilaba por el rabillo del ojo los movimientos de Raúl.

—¿Estás bien?, estás muy rara desde hace un rato —le preguntó él fingiendo inocencia.

—Sí, estoy bien —contestó empezando a pensar que igual sí había sido un accidente que rozase justo ahí.

Llegaron al centro, Eleonora se desabrochó el cinturón de seguridad deprisa, necesitaba salir de ese coche, al ver a Mohamed en la puerta del centro, salió rápido y se abrazó a él.

El muchacho estaba sorprendido, no sabía por qué lo abrazaba, miró detrás de ella, el educador caminaba muy tranquilo, bajó la mirada, ya, ahora entendía porque Eleonora lo abrazaba.

—¿Te ha hecho algo ? —le preguntó agarrándola de la cabeza suavemente.

—No, no, no ha pasado nada —le dijo ella.

—¿Segura?

—Sí, por favor, vamos a dar una vuelta —le rogó ella.

Le dió el gusto, caminaron en los alrededores del centro, apenas hablaban, pero en un momento dado, ambos se dieron cuenta que iban cogidos de la mano como si fuesen una pareja.

Llegaron a un césped cercano al centro, se tumbaron y miraron el cielo, se hizo de noche muy deprisa, así que pasaron de ver las nubes y el cielo azul, a las estrellas y la luna.

Mohamed se acomodó en un brazo y la miró directamente, Eleonora, consciente de su forma de mirarla, se sonrojó y lo miró también del mismo modo.

El joven colocó la mano en su vientre, bajó muy despacio, apenas rozaba la tela, hasta llegar al borde de la camiseta, la metió por debajo y sintió la suave piel en los dedos.

Masajeo suavemente, recorriendo el ombligo, las costillas y la cintura, probó suerte, y subió un poco más, al Eleonora no negarse y emitir un suspiro, continuó, jugando con la tela y la piel desnuda.

—¿Quieres que pare? —le preguntó.

—No —susurró ella muy excitada.

Continuó estudiando su cuerpo por debajo de la ropa, desabrochó los vaqueros e introdujo la mano dentro, la acarició suavemente, el suave bello de su triángulo le encantó, bajó más, estaba húmeda, eso me gustó demasiado, perdió el control y acabó dentro de ella, observando como abría y cerraba la boca cada vez que sus dedos se abrían paso en su interior.

Llegó al clímax así, su primer orgasmo, el cuerpo entero tembló, Mohamed, orgulloso y satisfecho, se acercó y la besó en los labios, metiendo la lengua en su interior, sabía que ese no era el día escrito para hacerla suya del todo, pero estaba cerca y verla sentir placer, era lo más maravilloso que había visto nunca.

Dentro del centro, desde una ventana, Raúl los observaba, le parecía gracioso que los chavales no se diesen cuenta del lugar estratégico, siempre estaban vigilados, aunque no eran conscientes.

Pero esta vez, no los vigilaba, si hubiese sido así habría salido inmediatamente y los habría detenido, esta vez, disfrutó de las vistas, tocándose según la joven gemía al ser acariciada por primera vez de una forma tan intensa e íntima, solo lamentó no haber sido él.

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