Hasta Lo Más Alto Harry

Hasta Lo Más Alto Harry

Capítulo 1

El viento helado pegando directamente contra su rostro solo hacía que se irritara con más facilidad. El zumbido y el ruido metálico de las vías se escuchaba fuerte y chillante mientras el tren pasaba por la estación como una bala y se detenía para abrirle las puerta a los apurados pasajeros, quienes vivían tan agitados que ni siquiera esperaban un solo segundo antes de amontonarse para poder entrar al vagón.

Alejando las manos de sus oídos, incorporó su cuerpo sobre la banca y miró somnoliento a las personas que pasaban por su lado.

Odiaba con toda su alma los ruidos fuertes.

Respiró profundo y pese al dolor en sus rodillas o mejor dicho articulaciones, se levantó y empezó a dar vagos pasos caminando por la estación de tren. Sus manos se encontraban muy secas y le dolían, pero igualmente se las metió en el bolsillo del suéter para entrar en calor, el leve ardor de sus nudillos al rozar la tela lo despertó casi de repente.

El cuello le molestaba y trataba de masajéarselo de vez en cuando pero parecía que no serviría de nada por qué el dolor seguía ahí, no queriendo desprenderse de él, iIncluso sus ojos picaban al mirar para arriba y ver el techo rojo de la estación.

Ya no podía hacer esto. No era tan fuerte como creyó que lo sería en un principio.

Con pasos perezosos salió de la estación para llegar a ningún lugar exactamente. Caminar y respirar profundo era un consejo que le dio su antiguo doctor para estos momentos, pero no le gustaba, ya que no sentía ningún tipo de alivio al hacerlo. Era igual que apagar un fuego con algunas gotas de agua, totalmente inútil.

Su mente no tardó demasiado en darse por vencida y consentir a las exigencias de su cuerpo cuando vio a un par de adolescentes fumar en grupo, afuera de una tienda de ropa. Eran unos chicos que ni siquiera parecían pasar de los dieciséis años, vestían con caros uniformes y se reían con humo en sus bocas como si fuera la primera vez que hacían una cosa así. La primera vez que probaban un cigarro.

Pobres bastardos.

Se fue acercando poco a poco hacia ellos, o mejor dicho hasta la tienda. Trató que sus pasos no fueran tan rápidos para no asustarlos y se sacó rápidamente el sudor que tenía en la frente. Notó que sus labios estaban secos y agrietados pero no se molestó en humedecerlos.

Observé los maniquíes que estaban en la vitrina, y pudo escuchar las conversaciones de los más jóvenes sin oírlas realmente. Las palabras que emitían no parecían querer llegar a su cerebro ya que solo se concentraba en aspirar sigilosamente el venenoso humo mientras que sus ojos iban de aquí para allá, fingiendo mirar la "interesante" ropa que había detrás del cristal.

Le hubiera gustado acercarse un poco más pero sabaia que eso seria un movimiento demasiado sospechoso y raro, así que tuvo que conformarse con ese lamentable método.

No sabía cuantos minutos había estado así pero al parecer fueron los suficientes para que notaran su presencia y lo miraran de forma precavida, aunque odiaba que lo contemplaran así, no podía culparlos. Sabía como debería verse en los ojos ajenos de un par de adolescentes de colegio privado: totalmente roto, sucio y hambriento.

Le parecía gracioso compartir esa misma visión de si mismo.

Quitó sus ojos de los maniquíes y los miró de una forma apagada pero desinteresada, rota aunque viciosa.

—¿Tienen fuego? —sacó un cigarrillo del bolsillo de su suéter y ahora sí, se acercó a los chicos lentamente mientras se lo metía en sus resecos labios.

Solo uno de ellos asintió y hurgó en el bolsillo de la chaqueta tratando de encontrar el encendedor. Una vez que lo halló se lo tendió sin muchos problemas. Sus manos temblaron cuando lo agarró he intentó prenderlo, obviamente fallando en el intento. Murmuró una maldición que muy probablemente escucharon pero poco le importó cuando estaba luchando por encender su cigarrillo.

—¿Necesitas ayuda? —Uno de los chicos se acercó para asistirlo. Cuando lo observó de cerca pudo notar que tenia una especie de mini tatuaje en el cuello. Dejó que agarrara el encendedor y prendiera su cigarro aunque tuviera muchas ganas de golpearlo por eso.

—Gracias —formuló de forma inestable y caminó pasándolos de largo, arrastrándose hasta llegar a un callejón a unas calles más abajo de la estación de tren. El sol se estaba escondiendo mientras dejaba que la ciudad se bañara en esa cálida tonalidad rosa que tocaba todas las puntas de los edificios y negocios a su alrededor.

Se pasó la mano varias veces por su cabello para intentar aplanarlo un poco y se preguntó a sí mismo hace cuantos días que no se había bañado. Él podía deducir que cinco aunque no estaba muy seguro. Cuando llegó a ese maltrecho sitio, se instaló en medio de dos contenedores de basura, y echó la cabeza para atrás mientras apoyaba su espalda en el muro, inhalando fuertemente. Se encontraba de alguna manera a salvo entre las paredes llenas de humedad y los cubos de basura con más papeles y envoltorios que comida. "Le daba esa sensación de que no podía caer más bajo y eso era muy reconfortante por qué lo que menos quería era caer desde lo más alto"

Lo único que podía oler en ese momento era la nicotina. Tan profunda y a la vez efímera que se colaba por su garganta y quemaba todo a su paso. Exhaló lentamente el humo que había guardado en su boca y pudo observar como su mano había dejado de temblar. Después de dos días, su cuerpo había dejado de dar esos horribles espasmos y no pudo evitar soltar un sonido parecido a una risa por eso, un sonido que a los ojos de cualquiera podría pasar como un lamento.

Sus dedos dieron un par de golpecitos para sacar las cenizas acumuladas y volvió a meterse el cigarro a la boca. Era gracioso como incluso así no llegaba a estar en paz consigo mismo, pero por lo menos si lo estaba con su cuerpo. O bueno, al menos por ahora. A los pocos segundos se volvió a sentir miserable. Miserable por no poder pasar por completo ese estado tan horrible de abstinencia, y saber que si no lo hacía se quedaría dentro del pozo sin fondo en donde él mismo se había metido.

Estuvo así durante un minuto. Dando caladas pequeñas hasta que el cigarrillo quedó a la mitad. Lo apagó en el suelo y luego lo guardó nuevamente en el bolsillo. Se lo acabaría en unas horas, cuando la necesidad sea tan fuerte que casi no lo deje respirar.

Estiró sus piernas y miró lo flacas que estaban. La última vez que comió fue hace un día atrás. Robó una lata de tomate medio vencida que unos hombres que cocinaban en el restaurante dejaron en la basura. Tendría que ir a buscar comida si quería vivir para fumarse otro cigarrillo más. Su boca empezó a picar por la emoción de tan solo pensarlo.

Al tratar de incorporarse sintió un fuerte mareo que le hizo pegar su culo nuevamente en el pavimento. Su cabeza chocó con fuerza contra el muro detrás de suyo y al instante se sobó tratando de disipar el dolor. Nuevamente intentó levantarse y está vez pudo hacerlo con éxito.

Tan solo fue un susto.

Se arrastró fuera de ese callejón y se cruzó de brazos por el frío. No entendía como todavía no había pegado un resfriado o peor, una hipotermia pero lo atribuyó a su mala suerte con la muerte.

Miró el cielo. El sol ya estaba por esconderse por completo para darle paso a la noche. Las noches eran un martirio para personas como él. Era ahí en donde los ladrones aprovechaban para quitarles lo poco que tenían o habían conseguido, después de todo, las personas de la calle eran más vulnerables a todo tipo de peligros.

Pero a él ya no podían quitarle nada más, a menos que fuera su vida o su suéter quizás.

Apuró su paso para intentar llegar más rápido al restaurante. Con suerte, habría alguna comida enlatada en la basura. Pero a medida que trotaba podía sentir como sus piernas mostraban signos de flaqueza, y en menos de lo esperado se vio cayendo al suelo.

Sus manos fueron las primeras en recibir el impacto y luego su cabeza. Sintió como una especie de eco vibrando dentro de esta, junto con la vista borrosa y un pitido ensordecedor.

Se quedó un momento procesando lo que acababa de pasar con la cara pegada a la acera. Al parecer su cerebro no entendía que tenía que levantarse, no entendia que no podía estar en el suelo para siempre. O quizás no quería hacerlo, ya no quería levantarse...

De todas formas no pudo obtener las fuerzas para incorporarse nuevamente, no esta vez.

Pero sintió un escalofrío pasar por todo su cuerpo cuando lo elevaron por las axilas, volviendo a incorporarlo.

¿Pero qué mierda?

Sus pies se vieron nuevamente apoyándose en el suelo aunque amenazándolo con volverlo a tirar. Las manos en sus axilas ahora rodearon su cintura y sintió como su brazo estaba en el cuello de alguien. No podía ver su rostro y tampoco oír su voz, pero sabía que lo estaba llevando algún lugar.

Se dejó vencer por el agotamiento en los brazos de un perfecto extraño. Lo que más le aterro fue que poco le importó.

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