El viento helado pegando directamente contra su rostro solo hacía que se irritara con más facilidad. El zumbido y el ruido metálico de las vías se escuchaba fuerte y chillante mientras el tren pasaba por la estación como una bala y se detenía para abrirle las puerta a los apurados pasajeros, quienes vivían tan agitados que ni siquiera esperaban un solo segundo antes de amontonarse para poder entrar al vagón.
Alejando las manos de sus oídos, incorporó su cuerpo sobre la banca y miró somnoliento a las personas que pasaban por su lado.
Odiaba con toda su alma los ruidos fuertes.
Respiró profundo y pese al dolor en sus rodillas o mejor dicho articulaciones, se levantó y empezó a dar vagos pasos caminando por la estación de tren. Sus manos se encontraban muy secas y le dolían, pero igualmente se las metió en el bolsillo del suéter para entrar en calor, el leve ardor de sus nudillos al rozar la tela lo despertó casi de repente.
El cuello le molestaba y trataba de masajéarselo de vez en cuando pero parecía que no serviría de nada por qué el dolor seguía ahí, no queriendo desprenderse de él, iIncluso sus ojos picaban al mirar para arriba y ver el techo rojo de la estación.
Ya no podía hacer esto. No era tan fuerte como creyó que lo sería en un principio.
Con pasos perezosos salió de la estación para llegar a ningún lugar exactamente. Caminar y respirar profundo era un consejo que le dio su antiguo doctor para estos momentos, pero no le gustaba, ya que no sentía ningún tipo de alivio al hacerlo. Era igual que apagar un fuego con algunas gotas de agua, totalmente inútil.
Su mente no tardó demasiado en darse por vencida y consentir a las exigencias de su cuerpo cuando vio a un par de adolescentes fumar en grupo, afuera de una tienda de ropa. Eran unos chicos que ni siquiera parecían pasar de los dieciséis años, vestían con caros uniformes y se reían con humo en sus bocas como si fuera la primera vez que hacían una cosa así. La primera vez que probaban un cigarro.
Pobres bastardos.
Se fue acercando poco a poco hacia ellos, o mejor dicho hasta la tienda. Trató que sus pasos no fueran tan rápidos para no asustarlos y se sacó rápidamente el sudor que tenía en la frente. Notó que sus labios estaban secos y agrietados pero no se molestó en humedecerlos.
Observé los maniquíes que estaban en la vitrina, y pudo escuchar las conversaciones de los más jóvenes sin oírlas realmente. Las palabras que emitían no parecían querer llegar a su cerebro ya que solo se concentraba en aspirar sigilosamente el venenoso humo mientras que sus ojos iban de aquí para allá, fingiendo mirar la "interesante" ropa que había detrás del cristal.
Le hubiera gustado acercarse un poco más pero sabaia que eso seria un movimiento demasiado sospechoso y raro, así que tuvo que conformarse con ese lamentable método.
No sabía cuantos minutos había estado así pero al parecer fueron los suficientes para que notaran su presencia y lo miraran de forma precavida, aunque odiaba que lo contemplaran así, no podía culparlos. Sabía como debería verse en los ojos ajenos de un par de adolescentes de colegio privado: totalmente roto, sucio y hambriento.
Le parecía gracioso compartir esa misma visión de si mismo.
Quitó sus ojos de los maniquíes y los miró de una forma apagada pero desinteresada, rota aunque viciosa.
—¿Tienen fuego? —sacó un cigarrillo del bolsillo de su suéter y ahora sí, se acercó a los chicos lentamente mientras se lo metía en sus resecos labios.
Solo uno de ellos asintió y hurgó en el bolsillo de la chaqueta tratando de encontrar el encendedor. Una vez que lo halló se lo tendió sin muchos problemas. Sus manos temblaron cuando lo agarró he intentó prenderlo, obviamente fallando en el intento. Murmuró una maldición que muy probablemente escucharon pero poco le importó cuando estaba luchando por encender su cigarrillo.
—¿Necesitas ayuda? —Uno de los chicos se acercó para asistirlo. Cuando lo observó de cerca pudo notar que tenia una especie de mini tatuaje en el cuello. Dejó que agarrara el encendedor y prendiera su cigarro aunque tuviera muchas ganas de golpearlo por eso.
—Gracias —formuló de forma inestable y caminó pasándolos de largo, arrastrándose hasta llegar a un callejón a unas calles más abajo de la estación de tren. El sol se estaba escondiendo mientras dejaba que la ciudad se bañara en esa cálida tonalidad rosa que tocaba todas las puntas de los edificios y negocios a su alrededor.
Se pasó la mano varias veces por su cabello para intentar aplanarlo un poco y se preguntó a sí mismo hace cuantos días que no se había bañado. Él podía deducir que cinco aunque no estaba muy seguro. Cuando llegó a ese maltrecho sitio, se instaló en medio de dos contenedores de basura, y echó la cabeza para atrás mientras apoyaba su espalda en el muro, inhalando fuertemente. Se encontraba de alguna manera a salvo entre las paredes llenas de humedad y los cubos de basura con más papeles y envoltorios que comida. "Le daba esa sensación de que no podía caer más bajo y eso era muy reconfortante por qué lo que menos quería era caer desde lo más alto"
Lo único que podía oler en ese momento era la nicotina. Tan profunda y a la vez efímera que se colaba por su garganta y quemaba todo a su paso. Exhaló lentamente el humo que había guardado en su boca y pudo observar como su mano había dejado de temblar. Después de dos días, su cuerpo había dejado de dar esos horribles espasmos y no pudo evitar soltar un sonido parecido a una risa por eso, un sonido que a los ojos de cualquiera podría pasar como un lamento.
Sus dedos dieron un par de golpecitos para sacar las cenizas acumuladas y volvió a meterse el cigarro a la boca. Era gracioso como incluso así no llegaba a estar en paz consigo mismo, pero por lo menos si lo estaba con su cuerpo. O bueno, al menos por ahora. A los pocos segundos se volvió a sentir miserable. Miserable por no poder pasar por completo ese estado tan horrible de abstinencia, y saber que si no lo hacía se quedaría dentro del pozo sin fondo en donde él mismo se había metido.
Estuvo así durante un minuto. Dando caladas pequeñas hasta que el cigarrillo quedó a la mitad. Lo apagó en el suelo y luego lo guardó nuevamente en el bolsillo. Se lo acabaría en unas horas, cuando la necesidad sea tan fuerte que casi no lo deje respirar.
Estiró sus piernas y miró lo flacas que estaban. La última vez que comió fue hace un día atrás. Robó una lata de tomate medio vencida que unos hombres que cocinaban en el restaurante
Al tratar de incorporarse sintió un fuerte mareo que le hizo pegar su culo nuevamente en el pavimento. Su cabeza chocó con fuerza contra el muro detrás de suyo y al instante se sobó tratando de disipar el dolor. Nuevamente intentó levantarse y está vez pudo hacerlo con éxito.
Tan solo fue un susto.
Se arrastró fuera de ese callejón y se cruzó de brazos por el frío. No entendía como todavía no había pegado un resfriado o peor, una hipotermia pero lo atribuyó a su mala suerte con la muerte.
Miró el cielo. El sol ya estaba por esconderse por completo para darle paso a la noche. Las noches eran un martirio para personas como él. Era ahí en donde los ladrones aprovechaban para quitarles lo poco que tenían o habían conseguido, después de todo, las personas de la calle eran más vulnerables a todo tipo de peligros.
Pero a él ya no podían quitarle nada más, a menos que fuera su vida o su suéter quizás.
Apuró su paso para intentar llegar más rápido al restaurante. Con suerte, habría alguna comida enlatada en la basura. Pero a medida que trotaba podía sentir como sus piernas mostraban signos de flaqueza, y en menos de lo esperado se vio cayendo al suelo.
Sus manos fueron las primeras en recibir el impacto y luego su cabeza. Sintió como una especie de eco vibrando dentro de esta, junto con la vista borrosa y un pitido ensordecedor.
Se quedó un momento procesando lo que acababa de pasar con la cara pegada a la acera. Al parecer su cerebro no entendía que tenía que levantarse, no entendia que no podía estar en el suelo para siempre. O quizás no quería hacerlo, ya no quería levantarse...
De todas formas no pudo obtener las fuerzas para incorporarse nuevamente, no esta vez.
Pero sintió un escalofrío pasar por todo su cuerpo cuando lo elevaron por las axilas, volviendo a incorporarlo.
¿Pero qué mierda?
Sus pies se vieron nuevamente apoyándose en el suelo aunque amenazándolo con volverlo a tirar. Las manos en sus axilas ahora rodearon su cintura y sintió como su brazo estaba en el cuello de alguien. No podía ver su rostro y tampoco oír su voz, pero sabía que lo estaba llevando algún lugar.
Se dejó vencer por el agotamiento en los brazos de un perfecto extraño. Lo que más le aterro fue que poco le importó.
El pitido que sentía hace unos minutos se detuvo por completo. Ahora podía ser consiente de lo que estaba sucediendo alrededor, y agudizando su oído pudo percibir un sonido que no alcanzó a identificar, pero que por alguna razón se le hacía demasiado familiar.
Se frotó el rostro y su nariz pudo captar unos olores que enseguida le hicieron pensar en la crema de afeitar y a un perfume bastante masculino. Eso hizo que abriera los ojos y arrugara el gesto ante el dolor en sus pupilas por la fuerte luz que había en la habitación. Se incorporó en el sofá sintiendo su boca seca y un tanto pastosa. Esa desagradable sensación hizo que frunciera el ceño. Sus manos se dirigieron a su cabeza cuando una punzada de dolor amenazó con hacerlo gritar y apretó sus dientes.
—Hey —habló una voz detrás.
Todo su cuerpo se giró y distinguió a un chico a pocos metros suyo. Tenia un vaso de agua en mano y una mirada filosa pero amable. Sin ser consciente del todo, se lo quedó mirando fijamente, como esperando algo, quizás una explicación del por qué estaba en su sofá. Aunque no se sentía asustado o alterado por lo que pudiera sucederle a continuación. Había dejado de aterrarle ese pensamiento hace unos años, cuando empezó a ver lo horrible que era la vida desde lo profundo del caos.
—¿Me das ese vaso? —preguntó antes de que pudiera pensar en lo que estaba diciendo. El chico desconocido se lo tendió un tanto sorprendido sin decirle todavía una palabra aunque miraba fijamente la venda sobre su cabeza con preocupación.
En cuanto el agua tocó su lengua no pudo parar de beber hasta terminarse todo por completo. Hace doce horas que no se hidrataba, y la sensación de ya no sentir que se estaba quemando por dentro fue asombrosa. Se limpió los labios con el dorso de la mano y le devolvío el vaso, esta vez vacío.
—Me llamo Noah —comentó el chico a su lado mientras agarraba el objeto de vidrio y jugueteaba con el borde, pasando la punta de sus dedos por este. Una cosa tan insignificante pero que lo distrajo por unos segundos —. Te encontré tirado en la calle hace unas horas y bueno, me preocupé un poco, pensé que estabas muerto.
—Estoy bien ahora —susurró mientras su mano se colaba en el bolsillo de su suéter y se aferraba al cigarrillo como si fuera una especie de amuleto.
Noah no pareció notarlo.
—Tu cabeza estaba sangrando y te lleve al hospital. Necesitabas unos puntos —le lanzó una mirada llena de inseguridad. —¿Te duele?
Claro que le dolía. Mientras compartían palabras tuvo que soportar esas molestas punzadas que invadían su mente y no lo dejaban pensar con claridad.
—No. No me duele —mintió y luego intentó incorporarse, levantándose con un poco de dificultad. No sabia donde estaba con exactitud pero lo que sí sabía era que tenía que irse de allí cuanto antes.
—¡Espera!
No pudo dar ni un solo paso, cuando se tuvo que obligar a sí mismo a girar su cuerpo nuevamente para encararlo. Una vez que el chico se acercó un poco más, fue consiente de los pequeños músculos en sus brazos y de los lunares que tenía esparcidos por todo el rostro junto con algunas pecas también.
Sus ojos y boca parecieron vacilar por un momento mientras lo miraba y eso lo exasperó. Quería que dijera lo que tenía para decir y lo dejara volver a las calles. Volver a refugiarse en ese callejón y fumar lo que queda de su cigarrillo mientras piensa en el próximo. Fumarse todos sus sueños y su futuro.
—Puedes quedarte esta noche —soltó con la voz en hilo —. Estás lastimado y no sería bueno para ti que salieras a esta hora. Mañana te llevaré de vuelta a casa si quieres.
¿Qué mierda? ¿En serio le estaba proponiendo eso? ¿A alguien tan asqueroso, repulsivo y desaliñado como él?
Quiso hallar en su rostro algo que le indicase que no hablaba enserio pero le aterró no ver ningún indicio de burla en su mirada.
Estaba hablando jodidamete enserio.
Sus labios tuvieron el impulso de decir "No" simplemente por orgullo. Pero su mente se halló en una real encrucijada.
¿Debería aceptar? Ya no le quedaba nada en su vida, nada que perder, nada que atesorar... Y sabía que si volvía a las calles todo volvería a ser la misma mierda de siempre.
Esta situación le hizo acordar cuando hace unos cuatro años se quedó en la casa de una mujer que lo había acogido en su hogar solo porque era lindo. Tuvieron relaciones y a cambio de eso él recibía comida y veinte dólares diarios para sus cigarrillos. No era una gran vida pero era mucho mejor que dormir en los vagones de tren y que luego te sacaran a patadas de allí.
—¿No te molesta? —cuestionó deseando poder leer su expresión con más claridad. Lo que menos quería era ser una carga para alguien.
—Si me molestase entonces no te lo propondría —respondió cruzándose de brazos y mirándolo con una ceja alzada.
Bueno esa era una buena respuesta. Suficientemente buena como para dejarlo momentáneamente sin palabras y solo asintiendo como un verdadero idiota.
—Supongo que puedo quedarme —habló y se rascó la nuca un poco incómodo al ya no saber que decir.
—Muy bien. ¿Quieres cenar algo? —Noah caminó hasta una pequeña cocina que se encontraba prácticamente al lado del sofá, tan solo divididos por una pequeña barra.
—Si por favor —apretó sus dientes al escuchar su propio timbre de voz. Parecía como si le estuviera rogando.
Por suerte el chico no pareció darse cuenta de ello y le dio la espalda.
Mientras que él preparaba la comida pudo darse la libertad de observar un poco a su alrededor. Definitivamente era un departamento. Mirar por el ventanal cerca del sofá se lo confirmó, podía asegurar que estaban a casi diez o tal vez quince metros de altura. El lugar era bastante pequeño ya que solo contaba con el salón y luego dos habitaciones, con uno de ellos siendo el baño obviamente. Era un lugar pequeño diseñado perfectamente para una sola persona, pero no para dos.
Observó el pequeño reloj de aguja que estaba colgado en la pared, arriba del televisor. Eran las diez menos cuarto de la noche.
Se sentó en el cómodo sillón y fijó su mirada en Noah quién le daba la espalda en ese momento. Antes no había podido observarlo con atención pero ahora se daba cuenta de los tatuajes que tenia a lo largo de su pierna derecha y parte del muslo. Del extensor en su oreja izquierda y de lo pálido que era.
En ese momento llevaba una camisa negra que tenia una especie de cruz como símbolo. Su cabello rubio era igual o más alborotado que el suyo solo con la diferencia que el de él sí estaba limpio. Parecía ser muchos centímetros más alto, aunque eso no era una sorpresa.
—¿Te gusta el pollo frío? —la pregunta lo sacó de su estado de bruma y asintió mirándolo sacar algo de la heladera —. Que bueno, por qué no tenía nada más.
Se negaba a admitir que si no hubiera estado con él en ese momento, posiblemente hubiera comido cualquier mierda vencida que su querido restaurante favorito le hubiera ofrecido. O quizás hubiera pasado otro día sin comer, o tal vez hubiera robado, ¿Quién sabe?
Comieron en el sofá ya que Noah no tenía una mesa, dado al poco espacio del departamento. Pero si tenía una pequeña mesita de té por lo cuál apoyaron los platos allí. El silencio entre ellos no era muy cómodo, y tuvo que tener mucho autocontrol para no comer de manera brusca. Lo que menos quería era asustarlo o asquearlo y más si durante la mayor parte del tiempo este le dirigía miradas rápidas por el rabillo del ojo.
No charlaron de nada y la cena pasó muy lenta, tan lenta que pensó estar contando los segundos para terminar.
Cuando acabaron, Noah iba a juntar los platos para lavarlos pero él fue más rápido y alejó el suyo de su alcance, mientras le dirigía una sonrisa con el fin de ser amable.
—No te preocupes, yo lavaré —comentó mientras se dirigía a la pequeña cocina.
Tampoco tenía tan malos modales como para no ayudarle luego de que le diera de comer.
Iba agarrar la esponja cuando una mano dos veces más grande que la suya se le adelantó y la tomó primero. Miró a Noah confundido y con el plato en mano, pero el lunares no le dijo nada y empezó a limpiar como si no estuviera allí.
¿Pero qué mierda? Se quedó como tonto viendo como lavaba hasta que terminó de limpiar el plato. A continuación iba agarrar el suyo pero lo sostuvo con fuerza para que no se lo quitara. De ninguna manera iba a permitir que lo tratara como un bebé.
Noah lo miró fijamente y jaló de la cerámica hacia sí mismo, pero no se lo permitió y se aferró al objeto con decisión. No podía creer que se encontrara forcejeando con un chico que acababa de conocer solo por un plato.
—¿Qué haces? —cuestionó sin poder ocultar su tono hostil.
—No hace falta que laves nada, estás lastimado, si quieres puedes volver a sentarte —le indicó con una sonrisa y de un tirón le sacó el plato para empezar a lavarlo rápidamente.
¿Pero quién se creía? ¿Tan grande era su ego que no le permitía devolverle un poco de lo que hizo hasta ahora?
No se sentó en el sofá solo por el gusto de contradecirlo, y en su lugar lo vio limpiar cruzado de brazos. Pudo sentir que él fue consciente de su mirada para nada amable, y al contrario de lo que pensaba, el chico sonrió a boca cerrada, sin decir ni una sola palabra.
¡¿Pero por qué no dice nada?!
Cuando terminó se secó las manos dándole la espalda. Pero pudo percibir perfectamente el leve movimiento de sus hombros, signo de que se estaba riendo.
—¿Enserio te enojaste por qué no te dejé lavar? —se giró dedicándole una sonrisa, mostrándole los dientes.
—Simplemente quería ser cortés, no te costaba nada dejarme hacerlo —replicó. Parecía un niño pequeño pero le daba jodidamete igual.
—Mañana podrás limpiar cuanto quieras si esa es tu inquietud —levantó las manos como símbolo de paz —. Yo no te detendré.
¿Pensaba que todo esto era por qué le gustaba limpiar o algo así?
Se controló para no decir cualquier mierda y se sentó en el sofá. No podía entender muy bien la actitud que tenía Noah. Primero daba la apariencia de ser un chico bastante tímido y luego se atrevía a jugar con él como si fueran amigos de toda la vida. ¡Pero solo se conocían desde hace unas dos horas! Y tampoco es que se hablaran la gran cosa. Ni siquiera le dijo su nombre.
Todo ese tema le estaba dando mucho dolor de cabeza, y lo que más quería en el mundo era poder encender su cigarrillo y desconectarse por unos minutos. Al tocarlo sobre su bolsillo supo que tenía que alejarse del departamento. Podría intuir que a su compañero no le haría nada de gracias verlo llenando el salón con puro humo tóxico.
—Ehh, ¿Noah? —lo llamó alzando la voz ya que se había ido por un momento a una de las habitaciones del pasillo.
—¿Ocurre algo? —abrió la puerta del baño y se le quedó mirando.
No sabía muy bien como explicarle su situación por lo que solo alzó su cigarrillo. Como si esa fuera la única respuesta que pudiera merecer —¿Tienes encendedor?
El chico se quedó mirando fijamente su cigarro y asintió con un poco de retraso mientras le señalaba la mesada de la cocina. Al parecer lo usaba para encender la hornilla.
Una vez que lo agarró miró duditativo la puerta de salida.
—Puedes irte tranquilo, te abriré cuando toques —Noah pasó por su lado y enseguida sacó algunas trabas que tenía la puerta antes de abrirséla —. Tenemos un intercomunicador así que solo tienes que presionar el botón de mi departamento. Es el cuatro.
Asintió y prometió que vendría enseguida. Cuando se encontró fuera del edificio sintió que por fin podía sacar ese lado un poco salvaje que le caracterizaba o tal vez era ese lado tan adicto, ansioso y triste que iba carcomiendo cada parte de su cerebro y a veces dejándolo sin razón. Encendió el cigarrillo y dio profundas caladas dejando que parte de la nicotina entrara por su garganta y la otra parte escapara por sus labios de forma rápida. Odiaba la sensación de calma que eso le provocaba.
Odiaba la sensación de ser tan jodidamente adicto a esa mierda.
El cigarrillo se había consumido entre sus dedos demasiado rápido. Quizás las caladas que daba eran demasiado profundas, y casi podía estar seguro de que si estuviera un experto en el área allí con él, le diría que se lo tomase con calma, pero a diferencia de otros fumadores, él inhalaba el humo con desesperación, con falso atractivo, con ganas de que se terminara y a la vez no, por qué sabía que luego de unas horas su cuerpo saltaría emocionado por probar de nuevo esa asquerosa droga.
Se quedó mirando el cielo y se sorprendió de no ver muchas estrellas, ¿Se habrán cansado de tanto brillar? Él al menos si lo haría. Brillar debe ser muy cansador y aún más si no puedes parar de hacerlo.
La noche siempre lograba tranquilizarlo de sobremanera, el aire fresco de San Francisco golpeaba ligeramente su rostro haciendo que arrugara el entrecejo. Se metió las manos en los bolsillos de su descosido suéter y contempló sus zapatos por bastante tiempo.
No podía creer que estaba viviendo con alguien después de muchos meses. ¿Hace cuanto que no compartía una comida? ¿Hace cuanto que no se sentaba en un sofá? Se sentía aliviado en cierta forma, al menos por un día podría dejar de preocuparse por qué alguien le hiciera daño en la noche, o por conseguir comida, o quizás por agarrar alguna enfermedad mortal por dormir en la estación de tren.
De todas formas la tranquilidad siempre era pasajera para él. Nunca duraba lo suficiente, nunca lo necesario, siempre dejándolo con ganas de más. Quizás su vida era lo suficientemente destructiva y agresiva como para no darle espacio. Pero su cuerpo ya se estaba cansando de ese estilo de vida. Estaba cansado de siempre estar corriendo, huyendo, y desmoronándose...
Giró su cabeza y miró el edificio de doce pisos creyendo que en cualquier momento se derrumbaria delante suyo. Al menos no sería el único.
Contempló el cilindro de nicotina en el suelo y lo pisó suavemente. Sabía que había vuelto a recaer en cuanto decidió acercarse a esos chicos y pedirles un encendedor. Ahora sería mucho más difícil volver a retomar los días que estuvo totalmente limpio. Fueron once días llenos de desesperación, hambre, y cosquilleos dolorosos en su boca y manos. Pero que al final no sirvieron para nada gracias a su hábito por sabotearse a sí mismo. Sin embargo volvería a intentarlo. Total, el ser humano se basa puramente en eso.
Caminó hasta el intercomunicador y presionó el botón del piso cuatro. La voz de Noah sonó diatorsionada cuando le avisó que ahora le abriría. Asintió y luego quiso darse una bofetada al recordar que él no lo podía ver. Un sonido como de pitido se escuchó y la puerta del edificio se abrió sola. Entró tan silenciosamente como pudo al no olvidar que muy probablemente haya gente durmiendo en ese momento. Gente que tiene que ir a trabajar mañana. Personas con sueños y propósitos.
No tuvo que tocar la puerta ya que Noah lo estaba esperando descalzo y con un pie fuera del departamento. Tal vez se estaba preparando para ir a dormir.
—Te dejé algunas mantas y almohadas para que puedas descansar —le enseñó el sofá, que en ese momento parecía más una cama que otra cosa.
—Es perfecto, gracias —su columna se lo agradecería enormemente, incluso podía sentir su cuello un poco más aliviado al imaginarse durmiendo en el algo tan suave y cómodo—. ¿Te molesta si tomo una ducha? — Le incomodaria mucho acostarse sobre algo limpio y que su cuerpo no lo esté.
—Claro que no, aunque creo que vamos a tener que compartir la toalla, no tengo otra — inspeccionó su cuerpo de arriba abajo —. Imagino que voy a tener que prestarte ropa, aunque eres muy bajito, dudo mucho que algunas de mis camisetas te quede — hizo un mueca con los labios y se dirigió a su habitación. A los pocos minutos volvió de nuevo con una camisa, unos boxers y un pantalón que se veía desgastado —. Creo que esto servirá, es ropa que ya no uso de todos modos.
Agarró todo lo necesario y se dirigió al baño con cuidado. Si creía que la sala ya era lo suficientemente pequeña entonces el baño era diminuto. Casi sentía que se le dificultaba respirar allí dentro, no podía creer como es que Noah lograba vivir en ese lugar. Todo era muy angosto para su gusto.
Se sacó la ropa y la tiró al suelo. Abrió la canilla de agua fría y se metió a la ducha. Frotó su rostro con sus manos tratando de borrar todos los pensamientos negativos que reinaban en su cabeza, y se centró en la maravillosa sensación de las gotas cayendo por su espalda y en general, adolorido cuerpo. Talló sus brazos con fuerza tratando de sacar toda la suciedad que fuera posible, su pelo estaba enredado por lo que luchó un poco con el antes de ponerse el shampoo.
Cuando salió, envolvió su cuerpo con la toalla. Noah tenía razón sobre el tamaño de su ropa ya que su camisa le quedaba bastante grande, casi como un vestido, el boxer se le caía y el pantalón era enorme para su cintura la cual era pequeña y huesuda. Su cuerpo nunca pareció lo suficientemente grande para su edad, y ahora mucho menos.
Hace mucho que no se miraba al espejo pero cuando lo hizo, creyó ver al mismo chico ingenuo que era a los quince. Con la diferencia de que ahora ese pequeño niño era todo un hombre ahora, y que su expresión no denotaba inocencia y juegos, sino cansancio y pesar.
Cuando salió del baño, Noah estaba en la cocina. En cuanto se acercó un poco, el rubio le tendió un vaso de agua y una pastilla.
—Es paracetamol, te ayudará con el dolor —le explicó al ver su cara de confusión.
Sin decir nada, acepto la pastilla y la tomó sin mucha resistencia. Podría haberlo envenenado en ese momento y probablemente no se molestaría en replicar nada.
—Que tengas una buena noche —deseó Noah antes de marcharse a su habitación.
Mejor que todas las anteriores será.
Rápidamente apagó la luz del pequeño salón y se dirigió al sofá listo para dormir.
Se tapó con las frazadas y no pasaron ni siquiera dos minutos cuando el cansancio ya estaba empezando a golpearlo o arroparlo mejor dicho. Sus párpados se cerraron por completo y ya no supo nada más del mundo.
[...]
Se despertó gracias a la incomoda sensación de ser observado. Abrió los párpados y no logró ver a nada a simple vista, todo estaba oscuro pero luego un brazo que no era suyo se movió frente a su rostro y no pudo evitar sobresaltarse, pegándose inconscientemente al respaldo de su improvisada cama.
Noah estaba delante suyo. Sus brazos estaban extendidos hacia él y por la oscuridad de la habitación no podía ver muy bien su rostro.
—¿Qué ocurre? —preguntó incorporándose y saliendo del sofá. Noah no le respondió, es como si su cuerpo se hallara paralizado, casi parecía un maniquí parado frente al sofá.
La situación le dio tanto miedo que tuvo que alcanzar el interruptor para poder verlo con más claridad. Sus ojos se achicaron por la cantidad de luz que llegó a ellos y luego vio la cara de su compañero.
Parecía dormido, sus ojos estaban cerrados y su respiración era lenta y pausada. Quizás se trataba de un episodio de sonambulismo. Nunca había tratado con personas así y debía de admitir que era aterrador.
Se acercó a él he intentó hablarle para despertarle pero sus susurros roncos no lograron hacer mucha cosa.
Cansado de estar parado y con mucho sueño, se decidió por agarrar el brazo del mayor y guiarlo lentamente hacia su habitación. Lo mejor seria llevarlo de nuevo a su cama. No conocía mucho del sonambulismo pero sabía que no sería bueno si se lastimaba con un mueble o algo.
Entraron al cuarto y enseguida lo hizo acostarse sobre el mullido colchón. Noah se acostó apoyándose sobre el hombro y tapándose con las mantas.
Se quedó un minuto allí para verificar que no se volviera a levantar, y luego cerró la puerta suavemente. Volvió a su cama arrastrando los pies y soltando un bostezo, no quería pensar en nada en ese momento.
Después de unos cuantos minutos finalmente pudo caer vencido ante el cansancio, aunque no sin antes recordar el cuerpo de Noah parado escalofriantemente a un lado suyo.
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