Entre la Razón y la Emoción
"Ni la razón tiene tanta razón, ni la emoción es tan
emocionante. El bienestar solo se alcanza cuando razón y emoción se ponen de
acuerdo", resonaban esas palabras en la mente de Hela mientras se dirigía
al vestíbulo después del tumultuoso episodio en el coliseo y la confrontación
con la exmujer de su esposo.
Pensativa, se disponía a retirarse, pero una llamada del
jefe cambió sus planes. Los invitados querían que ella permaneciera allí,
actuando como una buena anfitriona para asegurar el éxito del bar. A
regañadientes, Hela accedió y se dirigió hacia donde se encontraban los
hombres.
"Un gusto conocer a la persona que se hizo notar
hoy", expresó uno de los hombres mientras le extendía la mano. Hela, sin
emitir palabra, aceptó el gesto como una persona obediente.
La atención cambió hacia ella cuando otro hombre habló:
"¿Quién está aquí? La hermosa mujer que nos dio un hermoso espectáculo y
deslumbró hoy". La lisonja continuó cuando otro hombre le besó la mano y
elogió su belleza y encanto.
Inquieta, Hela desvió la mirada, tratando de ignorar las
conversaciones que se desarrollaban a su alrededor. La situación la hacía
sentir incómoda, como si estuviera siendo objeto de atención no deseada.
Después de un rato, la situación se tornó agotadora. Hela,
sintiendo molestias y dolores, deseaba retirarse. Finalmente, cuando los
invitados se marcharon, decidió despedirse de todos. Sin embargo, descubrió que
aún no era el momento de abandonar el lugar.
La situación se complicó cuando algunos invitados expresaron
su deseo de bailar con ella. Ante su negativa, la discusión se intensificó.
Hela se mantuvo firme, recordando las reglas y su derecho a decidir sobre su
propio cuerpo. La tensión en el ambiente era palpable mientras intentaba poner
fin a la situación.
"No quiero obligarme a hacer cosas que no quiero",
expresó Hela, poniendo un punto final a la discusión y reafirmando su
determinación. A pesar de la incomodidad, recordaba las palabras sobre el
bienestar que involucraba tanto la razón como la emoción, y estaba decidida a
encontrar un equilibrio que le permitiera conservar su integridad y respetar
sus propios límites.
Entre el Peligro y la Huida
"Por favor, si no es una molestia, tengo que ir y
atender algo importante y necesito descansar. Es una pena, pero tiene que
respetar", expresó Hela, intentando poner fin a la situación incómoda que
la envolvía en el bar.
"Adiós", dijo la mayoría de los presentes, pero
hubo uno que no se sumó a las despedidas: el hombre más guapo y, según Hela, el
que traía problemas. Con precaución, ella tocó la puerta para retirarse, pero
una mano en su espalda la detuvo.
"Serpía un gran placer saber su nombre, joven
encantadora, pelirroja", expresó el hombre.
"Soy la gran bailarina que baila, todos me llaman Val.
No tengo que revelar mi nombre porque estoy rompiendo una ley de privacidad del
personal", respondió Hela, manteniendo su distancia.
"Entiendo, pero fue un gusto. Nos veremos más seguido
porque aquí hacemos muy pocas reuniones. Tengo otra razón para venir",
comentó el hombre antes de despedirse.
Después de un fin de semana agitado, Hela regresó a su
rutina diaria. Pasaron cuatro semanas desde el incidente en el bar, y ella
intentaba encontrar la normalidad. Sin embargo, la tranquilidad se vio
interrumpida cuando, en el restaurante de la clínica, se escuchó un estruendo.
Al inspeccionar, Hela descubrió que las personas del bar
estaban causando disturbios, y el miedo se apoderó de todos. Determinada a
proteger a sus pacientes, Hela evacuó a uno de ellos en una camilla, intentando
alejarse del caos.
Mientras se dirigían a la evacuación, el paciente le confesó
a Hela que él había iniciado todo y que debían detenerlo para evitar la muerte
de inocentes. La situación se volvía cada vez más peligrosa, y Hela tomó la
decisión de esconderse y observar desde una pequeña abertura.
El miedo y el pánico la invadieron al reconocer la llegada
de los alborotadores. Oculta, Hela presenciaba cómo la violencia y la
desesperación se desataban a su alrededor. La incertidumbre se apoderó de ella
mientras evaluaba sus opciones y enfrentaba la amenaza que se avecinaba.
Entre la Desesperación y la Resistencia
"¿Qué mierda ha pasado, jefe de jefe? ¿No puedes
defenderte? Mira cómo estás indefenso. ¿Qué vas a hacer, matarnos?
¿Viejo?", se escuchaban las voces en medio de la confusión y la violencia.
Golpes resonaban en el aire mientras el líder era agredido por aquellos que
exigían su rendición.
"¿Qué quieren?", preguntó el jefe de jefe,
tratando de mantener la calma.
"Queremos que renuncies, nos des tus territorios.
Podemos darte una muerte digna", respondió uno de los atacantes.
"Tú piensas que me voy a creer esa historia, ¿verdad?
¿Que van a tratar bien a nuestras mujeres? Si son unos animales", refutó
el líder con desprecio.
Mientras la situación se desenvolvía, Hela, en medio del
pánico, se encontraba involucrada sin quererlo. Al resbalar y hacer ruido,
captó la atención de los agresores, desencadenando un nuevo giro en la
tragedia.
"¿Qué tenemos aquí?", exclamó uno de los hombres,
agarrándola bruscamente. Sorprendentemente, Hela reconoció al individuo: era el
hombre que la recibió en el bar.
"Yo te conozco", expresó él, mirándola
detenidamente.
"No creo que no. Me haces conocida, ¿no hemos visto
no?", respondió Hela, intentando ocultar su verdadera identidad.
"Deja a la pobre muchacha. No tiene nada que ver. Es
una doctora que me atiende mi caso. Por favor, déjala ir. Ella es buena persona
y no tiene culpa", intervino el líder, tratando de proteger a Hela.
"No te creo", dijo el agresor, sin embargo, Hela,
temiendo por su vida, trató de explicarse.
"Eres la chica del bar, la bailarina. Pero aquí no dice
el nombre que investigué que mentirosa. Es que tienes una doble vida",
acusó el hombre.
"No señor, bonitas palabras, pero quisiera, pero no.
Está cubriendo a mi amiga", intervino el líder en su defensa.
Pero la verdad salió a la luz cuando el brazalete de Hela se
deslizó, revelando un secreto oculto. La situación se volvía más tensa, y Hela
enfrentaba la dura realidad de sus acciones.
"Diga quién le dio ese brazalete", exigieron los
atacantes.
"Ni yo sé quién me lo dio. Solo recuerdo a un hombre,
pero mi madre dice que fue mi padre, que murió en un accidente", respondió
Hela.
"Por eso no te creo. Pensaste que soy bobo, ¿que voy a
creer este cuento?", desconfió el agresor.
Fue entonces cuando, en un giro inesperado, la ley llegó al
lugar. Hela aprovechó la distracción y, con valentía, se defendió, liberándose
y poniendo fin al ataque.
"Salgo de ese lugar sin mirar atrás", concluyó
Hela, enfrentando los desafíos con coraje y resolución.
Cuando se encontró con el escuadrón de su tío en los
pasillos del hospital, la emoción la abrumó, y rompió en llanto. La violencia y
el peligro habían quedado atrás, pero las cicatrices emocionales perdurarían,
recordándole la vulnerabilidad y la fuerza que yacían dentro de ella.
Entre Miradas y Descubrimientos
Permanecí en la ambulancia mientras los doctores trabajaban
diligentemente para limpiar mis heridas y la sangre que cubría mi rostro. Mi
mente quedó en un estado de aturdimiento, procesando los eventos que acababan
de suceder. Miraba fijamente a un punto invisible, perdida en mis pensamientos.
En medio de mi ensimismamiento, noté unos ojos
resplandecientes entre la multitud. Era mi paciente, observando lo que ocurría.
Una extraña sensación recorrió mi espalda cuando sus ojos, uno café y otro
azul, se posaron en mí. Un escalofrío me recorrió mientras trataba de entender
cómo había logrado escaparse.
Mientras continuaba observándome, sentí un presentimiento.
Mis sentidos se agudizaron cuando me miró fijamente. Era entonces cuando, entre
la multitud, se perdió de mi vista. En ese momento, mi tío se acercó.
"¿Todo está bien?", me preguntó.
"Sí, lo que pasa es que unos tipos entraron e iban a
atentar contra la vida de mi paciente. Hice todo lo posible para ponerlo a
salvo, pero fue imposible. Descubrieron donde estaba escondido", le
expliqué, recordando los eventos.
El asesino interrogó sobre mi brazalete, y al revelar que me
lo había dado mi padre fallecido en un accidente, me tachó de ladrona. Me
defendí con valentía, pero la situación cambió cuando un ruido fuerte a la
derecha hizo que todos los presentes huyeran, dejándome atrás.
"¿Cómo era tu paciente?", preguntó mi tío.
"Recuerdo que era trigueño, con un estilo de barba que
le lucía para su edad, cabello rojizo, el mismo que yo, heterocromía",
respondí.
"No te preocupes, descansa un poco", sugirió mi
tío, reconociendo el agotamiento en mi rostro.
Me dejé llevar por la fatiga, cerrando los ojos mientras la
ambulancia se movía. Aunque mi cuerpo necesitaba descanso, mi mente seguía
girando en torno a los eventos del día. Las miradas intensas, las revelaciones
y el peligro que acechaba a mi paciente se entrelazaban en mi mente, creando
una trama compleja que aún estaba por desentrañar.
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