Mientras Lyam caminaba hacia la oficina del director su mente había memorizado el apodo de la joven que lo acompañaba hace unos segundos.
Tessa.
Con esa aura de desafío y confianza que lo caracterizaba, Lyam avanzó decidido hacia el pasillo que conducía a la oficina del director. Sin tocar, abrió la puerta y se encontró con una escena poco convencional: el director Robert estaba sentado detrás de su escritorio, desprovisto de saco, con la corbata deshecha y los pies descalzos sobre la mesa.
El director alzó la vista, inicialmente confundido por la presencia del joven. Su rostro pasó de un tono intermedio a un blanco pálido en cuestión de segundos al reconocer a quien tenía delante.
—¡Señor Lambert! —exclamó, levantándose abruptamente mientras intentaba apresuradamente colocarse los zapatos.
Lyam lo ignoró y tomó asiento en la enorme silla del director, como si estuviera reclamando un trono. Con una mirada fija y penetrante, dijo—: Hace tiempo que no venía a la Universidad, así que iba de paso y me detuve aquí. Se nota que tiene mucho tiempo libre, director Robert.
El director tembloroso apenas podía disimular su nerviosismo; sus manos temblaban mientras ajustaba su corbata mal puesta frente al escritorio. Su expresión era un claro reflejo de su inquietud.
—Esta semana ha sido muy agitada por la preparación de los exámenes finales y quise tomar un descanso —respondió nerviosamente, su voz titubeante traicionando su estado interno.
Lyam, sin prestar atención a las palabras del hombre mayor, dirigió su mirada hacia la computadora del director, que estaba bloqueada. El director comprendió rápidamente lo que estaba sucediendo; el sudor comenzó a acumularse en su frente mientras se acercaba a ella para introducir la clave.
—¿AlgodónAmargo123? —repitió Lyam con una mezcla de incredulidad y diversión.
El director sonrió avergonzado—. Es el nombre de mi perrito... Un pomerania, muy tierno, sí —balbuceó.
Con un parpadeo rápido, Lyam accedió al buscador y tecleó un nombre que hizo que el director Robert lo mirara fijamente con preocupación creciente.
—¿Por qué de repente busca a la señorita Rondón? —preguntó el director, sus ojos abiertos como platos—. ¿Acaso hizo algo malo?
Lyam ignoró completamente la pregunta del hombre y siguió leyendo el expediente escolar de Tessa. Ya había revisado anteriormente esta información gracias a Tomás, pero ahora quería asegurarse de algo que había llamado su atención en el expediente anterior.
En la Universidad del Thamesis, el acceso a un psicólogo escolar era un recurso esencial para los estudiantes que enfrentaban desafíos emocionales que perjudicaban su rendimiento académico. Sin embargo, lo que encontró en el expediente que le entregó Tomás abrió aún más su curiosidad. Las observaciones del médico eran inquietantes:
Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT).
Trastorno de Ansiedad Generalizada.
Depresión.
Baja Autoestima.
La razón del porqué se dirigió a la computadora del director era para comparar el informe de Tomás con el expediente que estaba almacenado allí. Al abrirlo, su sospecha se confirmó: aunque ambos documentos contenían información similar sobre el rendimiento académico y las actividades extracurriculares de Tessa, había una disparidad alarmante en la sección de salud mental.
El expediente del director omitía cualquier mención sobre las consultas psicológicas y sus diagnósticos. En lugar de eso, presentaba una narrativa cuidadosamente construida que pintaba a Tessa como una estudiante ejemplar sin problemas significativos. Lyam sintió una punzada de indignación; era evidente que alguien había intentado ocultar la verdad sobre la situación de Tessa.
Su expresión se había oscurecido como una tormenta que se avecina, y sus palabras cortaban el aire como un cuchillo afilado.
—¿Quién se encarga de transferir la información de las consultas psicológicas a su computadora? —preguntó Lyam, su voz firme y decidida.
El director, visiblemente incómodo, tomó unos segundos para responder. Sabía que estaba en una posición delicada, pero su orgullo le impedía mostrar debilidad.
—Lo hace el mismo psicólogo, señor Lambert —respondió con seguridad—. De hecho, como es algo delicado, él es quien me trae la información y yo solo la anexo a mi base de datos. ¿Hay algún problema?
Lyam sintió cómo la frustración crecía dentro de él. No podía creer que el sistema estuviera fallando de tal manera. Con un gesto decidido, señaló la pantalla donde se mostraba el rostro de Tessa.
—Quiero que la observen —ordenó, su tono cargado de urgencia—. Probablemente esta estudiante está recibiendo un fuerte bullying dentro de la universidad y todos ustedes lo están ignorando.
Su voz resonó en la oficina, impregnada de una clara tonalidad de molestia. El director intentó mantener la compostura, pero las palabras de Lyam parecían atravesar sus defensas.
—A ella y a todos los que sufren acoso deberían darles un trato más especial —continuó Lyam—. Si alguien con antecedentes de problemas psicológicos se suicida dentro de mi territorio, ¿cómo cree que terminaría? O, mejor dicho, ¿cómo terminaría usted?
El silencio que siguió fue ensordecedor. La advertencia clara en la voz de Lyam hizo que el director sintiera un escalofrío recorrer su espalda; podía ver cómo la sombra del escándalo se cernía sobre él.
Con un gesto brusco, Lyam se levantó del sillón detrás del escritorio.
—Y a los responsables del acoso quiero sus expedientes en mi oficina mañana mismo —dijo antes de salir apresuradamente, dejando al director Robert solo en la habitación.
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Soy Lyam Lambert, tengo veinticinco años y he sido CEO de la inmobiliaria más reconocida a nivel nacional e internacional de los Lambert durante los últimos seis años.
No tengo novia ni tiempo para una relación. Mi personalidad es difícil de manejar; solo mi madre y mi nana logran soportarme.
Mi enfoque está en la empresa y en hacerme aún más millonario.
Hoy conocí a una chica, Teressa Rondón, quien tuvo la mala suerte de tropezar y golpearse en la parte más hermosa del cuerpo de una mujer: su rostro.
Odio ver a las mujeres lastimadas. La mejor manera de enfurecerme es mostrarme a una mujer herida y llorando, especialmente si alguien le ha hecho daño. Puedo ser un mujeriego, pero respeto a las mujeres; después de todo, vengo de una y jamás levantaría la mano contra ellas.
...----------------...
Tessa había entrado al aula cuando Erick, al verla, se acercó de inmediato, visiblemente preocupado—: Teressa...
Ella le ofreció una sonrisa forzada y respondió: —Hola.
Erick, con la yema de su dedo, rozó suavemente su rostro y preguntó—: ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?
Ella apartó su mano.
—Sí, estoy bien. Gracias por preguntar.
Erick se sintió mal y avergonzado.
—Oye, de verdad lo siento. Felicia se comportó mal; ya hablé con ella, así que no volverá a hacerlo.
Tessa no tuvo la decencia de mirarlo a los ojos; sabía que si lo hacía, caería en sus encantos una vez más. Ella era consciente de que Erick no había sido el culpable, pero durante la excursión siempre estuvo cerca de ella, y supuso que eso había molestado a Felicia, lo que la llevó a actuar de esa manera.
Ella era demasiado cobarde para enfrentarse a la chica más hermosa de la universidad. Si se atrevía a hacerlo, las cosas podrían salirle aún peor.
—Sí, como sea. Ya estoy acostumbrada a este tipo de tratos —respondió Tessa, con una voz que reflejaba su resignación.
Erick se sintió frustrado.
—¿Cómo puedo recompensarte?
—¿Recompensarme? No necesito nada. Esto no fue tu culpa, fue de tu querida novia.
—Teressa, ella no es mi novia —insistió Erick, con un tono que denotaba su desesperación.
Tessa sintió un brinco en su corazón por la emoción, pero sabía que debía mantener su orgullo. Al mirar a Erick, lo veía como alguien muy alto y prohibido para ella.
Al final, a Tessa le daba mucha flojera subir tantos escalones para alcanzar el nivel de Erick; más que su gordura, la inseguridad la frenaba, así que decidió rendirse. Últimamente, su comportamiento había sido muy insistente, y se sentía confundida con sus propios sentimientos.
Había leído muchas novelas en las que las protagonistas eran como ella: gordas y poco agraciadas, enamoradas de chicos que eran todo lo contrario. En esas historias, los chicos solían usar a las chicas para su propio beneficio, sin enamorarse realmente, ya que las protagonistas eran consideradas nerds y fuera de lugar.
Ella anhela ser la excepción.
Desde que entró a la universidad, fue un verdadero flechazo ver a Erick por primera vez. Aún siente ese tipo de emociones intensas por él, pero ha decidido cegar su corazón. No quiere sufrir por amor; ya ha enfrentado suficientes dolores en su vida y no está dispuesta a seguir sumando más.
La puerta del aula se abrió, captando la atención de todos. El profesor había llegado.
—¡Buenas tardes, jóvenes! Les traigo información importante —anunció con una voz enérgica.
Un bullicio se apoderó del aula mientras los estudiantes murmuraban entre sí. El anciano, con cabellos tan blancos como la nieve, soltó una risa juguetona.
—Dado el bajo promedio que muchos tienen en esta universidad, la junta directiva y nosotros, los profesores, hemos llegado a un acuerdo... —confesó, mirando a su alrededor—. A partir de ahora, queremos la ayuda y el apoyo de aquellos estudiantes con excelencia para mejorar los bajos promedios.
Hubo un cruce de miradas entre Mónica y Tessa, ambas sorprendidas por la noticia.
—Así que es por eso que hemos decidido emparejar a los estudiantes con excelencia con aquellos de bajo promedio —continuó el profesor, con un tono serio pero entusiasta—. Por supuesto, todo este esfuerzo tendrá su recompensa. La pareja que acumule más calificaciones positivas al finalizar el año recibirá una mención honorífica al graduarse. Esto les abrirá muchas puertas en empresas distinguidas para encontrar empleo.
Un murmullo llenó el aula mientras los estudiantes intercambiaban comentarios entre ellos.
—Para aclarar, las parejas las decidiremos nosotros —anunció el profesor.
Las quejas comenzaron a resonar en el aula, pero él sonrió y continuó—: Chicos, quiero ayudarlos, y deseo que ayuden a sus compañeros a mejorar. Por supuesto, contarán con la asesoría de los profesores en caso de que no les esté yendo bien.
Finalmente, los estudiantes terminaron cediendo ante la situación, y el profesor comenzó a anunciar las parejas que trabajarían juntas.
—Teresa Rondón y Erick Vélez —dijo con firmeza.
Tessa se llevó las manos a la cara, abrumada por la frustración. En su mente resonaba un pensamiento: «Ahora que quiero evitarlo, la vida decide acercarlo más a mí.»
Cuando la clase finalizó, Erick se acercó a Tessa con una sonrisa radiante.
—Oye, Teresa, es increíble que estemos juntos. Dime, ¿cuándo nos reuniremos en tu casa?
Tessa levantó la mirada de inmediato, sorprendida.
—¿En mi casa? —preguntó, incredulidad reflejada en su rostro.
—Sí, ¿no haremos la tarea allí? —preguntó, confundido.
Es cierto que no hay que aparentar ser algo que no se es. Aunque se tenga una casa humilde, sin muchos lujos, no hay razón para avergonzarse. Lo mismo aplica si no se cuenta con un teléfono de último modelo o ropa de marca. Tessa no se siente avergonzada de su hogar ni de las cosas materiales; su vergüenza proviene de sus ordinarios padres.
Sería extremadamente embarazoso que llegara a casa con Erick y encontrara a sus padres en plena actividad.
O que Deghar comenzara con sus comentarios de mal gusto y, como siempre, llegara al punto de golpearla sin razón.
Ella no quería provocar lástima. Necesitaba encontrar una excusa—: Creo que será mejor en otro lugar... No tengo los equipos necesarios, y tampoco estaremos cómodos, ya que mi casa es muy pequeña.
—Entonces, que sea en mi casa —dijo él con una sonrisa.
Eso la tomó por sorpresa—: ¿Tu casa? —balbuceó—. Bueno, está bien.
Erick anotó su número en su cuaderno—: Escríbeme a ese número para cuadrar el día.
Tessa se quedó desconcertada y fuera de sí al mirar fijamente el número de Erick. Mónica, que la había estado observando disimuladamente, se acercó a ella y comenzó a bromear, lo que hizo que Tessa se sintiera cada vez más incómoda.
...----------------...
El cielo se oscurecía, y una brisa fresca comenzaba a soplar, Tessa, con el corazón agitado y la mente en un torbellino, caminaba por las calles desiertas de su vecindario. Su cuerpo, cansado por las horas de caminata, se sentía pesado, el sudor perlaba su frente, reflejando no solo el calor físico, sino también la tensión que la consumía.
Al llegar a casa, una sensación de inquietud se apoderó de ella. La ausencia de su madre era palpable, y en lugar de consuelo encontró a Deghar en la cocina, sumido en su mundo etílico. El terror se apoderó de Tessa; su instinto le decía que no era seguro estar allí. Sin pensarlo dos veces, subió las escaleras como si huyera de un depredador, cerrando la puerta con un golpe sordo que resonó en el silencio del hogar.
Una vez a salvo en su habitación, se quedó inmóvil frente a la puerta cerrada. Su respiración era rápida y superficial; cada latido de su corazón retumbaba en sus oídos. Justo cuando creía haber encontrado un momento de calma, su móvil vibró con insistencia. El sonido la sobresaltó y su mirada se fijó en la pantalla. Un número desconocido brillaba ante sus ojos como una alarma.
Con el ceño fruncido y una mezcla de curiosidad y miedo, dudó unos segundos antes de contestar—: ¿Hola? —su voz temblaba ligeramente, traicionando su nerviosismo.
La voz del otro lado era firme pero educada—: ¿Señorita Teressa Rondón?
—Sí, ¿quién habla?
—Pido disculpas por llamarla tan tarde, soy Tomás Brion, asistente del señor Lambert.
—¡Sí sé quién es! —exclamó con entusiasmo, dejando atrás el temor que sentía momentos antes— Es un placer escucharlo, señor Brion. ¿Puedo saber a qué debo el motivo de su llamada?
Mientras hablaba, Tessa sentía cómo sus nervios se transformaban en expectativa. Por otro lado, Tomás sostenía el móvil con una mano mientras miraba a Lyam, quien acababa de salir de la ducha con el cabello húmedo y una bata que apenas cubría su figura. Tomás no sabía cómo continuar la conversación y Lyam observaba con cierta curiosidad.
—¿Señor Brion? —preguntó Tessa, con una mezcla de curiosidad y ansiedad al otro lado de la línea.
Por primera vez, Tomás se quedó sin palabras. Su mirada se posó en Lyam, quien lo había obligado a hacer la llamada sin explicaciones. Para Lyam, el objetivo era simple: averiguar si Tessa seguía de mal humor tras su abrupta salida por la mañana, acompañada de su frustración hacia él y Erick Vélez. La presión sobre Tomás era palpable; hablar con mujeres no era su fuerte.
Sin poder soportar más la tensión, Tomás miró a Lyam y respondió—: ¡El señor Lambert desea hablar con usted!
—¿Qué...? —Lyam se sorprendió ante la repentina revelación.
Tomás, sintiéndose abrumado, le lanzó el móvil a Lyam antes de salir corriendo de la habitación. En ese momento, quedó claro que asignarle este tipo de tareas a Tomás era un error; su timidez hacía que fuera casi imposible para él manejar situaciones como esta.
—Señorita Rondón —la voz ronca y masculina del otro lado le erizó la piel.
—Buenas noches, señor Lambert —balbuceó, sintiendo cómo sus nervios se disparaban.
Lyam, incómodo, aclaró su garganta y le preguntó—: ¿Cómo se siente? ¿Aún te duele la nariz?
De pronto, Tessa lo recordó e instintivamente se tocó la nariz. Y sí, aún dolía. Había estado tan acostumbrada a los golpes constantes en su cuerpo que ya había olvidado lo que significaba sentir dolor.
Entonces respondió—: Sólo si la toco…
Justo en ese momento, una figura esbelta entró silenciosamente a la habitación de Lyam. Sus ojos brillaban con una chispa de diversión mientras sonreía ligeramente, absorto en su celular. Amanda, que aún estaba de pie en la puerta, arqueó las cejas, mostrando una mezcla de curiosidad y desconcierto.
Lyam, sintiendo la presencia de Amanda le dio una señal con la mano para que esperara. Ella asintió, aunque su expresión revelaba un leve desasosiego, y se desvaneció detrás de la puerta. Mientras tanto, la suave voz de Tessa al otro lado del auricular llenaba el espacio; era un sonido reconfortante que contrastaba con el ambiente extraño.
Sin embargo, un fuerte estruendo rompió esa calma momentánea. El ceño de Lyam se frunció inmediatamente—: ¿Qué fue eso? —preguntó él.
Tessa sintió una sacudida en su pecho. Su corazón se aceleró, y una oleada de pánico la invadió. Recordó momentos oscuros del pasado que había tratado de enterrar: ruidos similares que habían precedido a situaciones aterradoras. La voz suave de Lyam se desvaneció, reemplazada por el eco ensordecedor de su propio miedo.
Estaba teniendo un ataque de pánico.
Una sensación de desrealización la envolvió; el mundo a su alrededor se volvió borroso y distante. Cada sonido parecía amplificarse: el latido de su corazón, su respiración entrecortada, incluso el murmullo del viento fuera de su ventana. Tessa sintió como si estuviera atrapada en una burbuja, incapaz de conectarse con la realidad.
Sus manos comenzaron a temblar mientras un sudor frío se acumulaba en su frente. Las imágenes de su pasado volvían a asaltarla: momentos de vulnerabilidad, miedo y dolor que parecían repetirse en su mente como una película que no podía detener.
—Ayúdame —dijo, su voz quebrándose, como si cada palabra fuera un esfuerzo monumental.
Al escuchar esa súplica desgarradora, Lyam sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Ya estaba dentro de su auto, a punto de encenderlo. El sonido del motor parecía un eco distante en comparación con el grito de Tessa que aún retumbaba en sus oídos. Sin pensarlo dos veces, arrojó su móvil al asiento del copiloto; con manos firmes, arrancó el motor y pisó el acelerador.
—Lyam, ¿a dónde vas? —el grito preocupado de Amanda resonó en el umbral de la mansión, pero él no la escuchó.
Mientras tanto, Tessa se encontraba en el rincón oscuro de su armario, tirada en el suelo. Su cuerpo estaba tenso, cubriendo su cabeza con los brazos como si pudiera protegerse del mundo exterior. El sudor frío le empapaba la piel, y sus oídos zumbaban, atrapándola en un estado de alerta máxima. Cada sonido parecía amplificarse, y el estruendo que resonó a su alrededor hizo que un grito desgarrador escapara de sus labios.
Justo entonces, una figura apareció ante ella: Deghar. Su sonrisa era helada y siniestra, una mueca que hacía que sus entrañas se retorcieran. Él se acercó con una confianza inquietante y la agarró a la fuerza de los brazos.
—Aquí estás —dijo Deghar, como si hubiera estado buscando un tesoro escondido—. ¿Por qué te escondes de mí, cariño? Tu padre quiere hablar contigo.
Tessa sintió que su corazón se hundía al reconocerlo—: ¡Tú no eres mi padre, mal nacido!
—¡Cállate! —la abofeteó.
La mezcla de miedo y rabia la invadió mientras luchaba por liberarse de su agarre—: ¡Suéltame, por favor! —gritó, cada palabra impregnada de una angustia visceral.
El mundo se desvanecía para Tessa mientras Deghar la arrojaba sobre la cama con una fuerza brutal. El impacto la hizo sentir como si el aire se hubiera escapado de sus pulmones, y su mente luchaba por asimilar la realidad que estaba viviendo nuevamente. Sus manos, grandes y salvajes, se movían sin piedad, cruzando límites que nunca debieron ser cruzados.
El olor a alcohol que emanaba de él era nauseabundo, invadiendo sus sentidos y haciendo que su estómago se revolviera. Deghar, con la respiración agitada y su cuerpo rígido, se acercaba aún más a Tessa, dejando besos húmedos en su cuello que la hacían sentir asqueada.
Sentía su miembro erecto rozar sus muslos y el escalofrío recorrió su cuerpo en señal de negación—: ¿Cuándo vas a entender que estoy enamorado de ti? —murmuró.
—¡Que enfermo eres! —exclamó Tessa, su voz temblando por la rabia.
Cuando mordió su oreja, la sorpresa y el dolor en el rostro de Deghar le dieron a Tessa un instante de valentía. Con un impulso feroz, pateó su entrepierna, logrando liberarse de su agarre. Corrió hacia la puerta, pero él se levantó rápidamente, decidido a no dejarla escapar.
—Desde que llegué a esta maldita casa por primera vez me enamoré de ti —dijo Deghar, sus palabras llenas de una mezcla de rabia y desespero—. Hice lo posible para que te fijaras en mí, y traté de darte celos con tu madre, pero me ignorabas completamente. ¡¿Por qué?!
Tessa sintió cómo la rabia burbujeaba dentro de ella; sus palabras eran una retorcida justificación para su comportamiento abusivo.
—¿Acaso no ves el tipo de basura que eres? —le gritó con toda la fuerza que pudo reunir—. Me golpeas, me insultas, le metes calumnias en la cabeza a mi madre para que me odie y me maltrate. ¡Me violaste cuando tenía catorce años! ¿Eso es amor para ti? —las palabras salieron como un torrente incontrolable.
—¡Lo hago porque te amo, Teressa! —gritó Deghar, su voz era una mezcla de locura y posesión—. ¡Eres mía en cuerpo y alma! ¡Fui tu primer hombre, y seré el último!
Cada palabra que salía de su boca era un veneno que penetraba en la mente de Tessa. Ella, llena de asco y repulsión, empujó a Deghar con todas sus fuerzas.
—¡Aléjate de mí! —gritó, sintiendo la rabia arder en su interior.
Pero Deghar no se detuvo. Con una rapidez aterradora, la agarró a la fuerza, sus manos como garras aferrándose a su piel. Tessa forcejeó con todas sus fuerzas, pero la brutalidad y el peso del cuerpo de Deghar eran demasiado para ella. En un acto desesperado, volvió a morderlo en un intento por liberarse. Sin embargo, su respuesta fue cruel: un golpe contundente la dejó aturdida, y el dolor hizo que todo a su alrededor se volviera borroso.
Tessa sintió cómo su energía se desvanecía; cada intento por resistir se hacía más difícil mientras él aprovechaba cada momento de debilidad. En medio del caos, las palabras de Deghar resonaban en su mente como un eco aterrador.
—Estaremos juntos para siempre, mi amor —susurró mientras besaba su cuerpo con una mezcla de posesión y locura.
Tessa, con su cuerpo marcado por las heridas, se sentía vulnerable, casi como si su esencia estuviera desvaneciéndose. La sangre que manaba de sus heridas recientes se mezclaba con la que ya estaban sanando, recordándole la brutalidad de lo que había sufrido. El zumbido en sus oídos era un recordatorio constante de la violencia que había experimentado, y cada latido de su corazón resonaba con la desesperación que la envolvía.
Mientras su vista borrosa intentaba enfocar la escena frente a ella, notó una figura que emergía de la oscuridad. Era un hombre alto, con hombros anchos, y parecía estar luchando contra Deghar.
Sin embargo, cuando uno de ellos cayó al suelo, el temor volvió a apoderarse de ella. La figura se acercó rápidamente, y antes de que pudiera entender lo que estaba sucediendo, la agarró firmemente. Con el cuerpo agotado y adolorido, Tessa comenzó a forcejear con lo poco que le quedaba de fuerza.
—¡No! ¡Por favor! —sollozó entre lágrimas—. ¡Déjame en paz! ¡No quiero ser abusada otra vez!
El mundo a su alrededor comenzó a desvanecerse mientras Tessa luchaba por mantenerse consciente.
—Teressa…
A medida que sus sentidos se agudizaban, la oscuridad se disipaba lentamente, permitiéndole ver el rostro de aquel que había acudido en su ayuda. Era inconfundible; el cabello liso y ligeramente desordenado, los labios finos que parecían curvarse en una expresión de preocupación y esos ojos, aunque oscuros, emanaban una calidez que le era familiar.
—Señor Lambert... —logró murmurar con esfuerzo, sintiendo cómo las palabras salían con dificultad de sus labios adoloridos.
Sin embargo, la fatiga y el trauma la estaban abrumando. Tessa sintió que su cuerpo se desvanecía; el frío de la habitación y el zumbido persistente en sus oídos se intensificaban. En un instante, todo se volvió negro y se dejó llevar por la inconsciencia.
Lyam, al ver cómo Tessa se desmayaba, con rapidez, pero con cuidado, colocó una cobija sobre su cuerpo para resguardarla del frío.
El motor del coche rugió al instante, a su lado, Tessa yacía inconsciente, su fragilidad contrastando con la brutalidad que había dejado atrás. El dolor en sus nudillos le recordaba la reacción que había tomado hace unos minutos, pero no se arrepintió de desfigurarle la cara a golpes.
Al llegar a la clínica, el bullicio del lugar lo envolvió. Las luces brillantes se reflejaban en los rostros preocupados de los pacientes y el personal médico. Sin pensarlo dos veces, salió del coche y levantó a Tessa con cuidado, sintiendo cómo su cuerpo que no parecía ligero casi se desvanecía entre sus brazos. Las miradas se concentraron en él: algunos ojos llenos de compasión, otros con curiosidad.
Las enfermeras corrieron hacia él al ver el estado crítico de Tessa. Sus rostros cambiaron rápidamente de curiosidad a preocupación genuina al notar la sangre en su bata y el pálido rostro de la joven. Sin perder tiempo, comenzaron a preparar una camilla.
El murmullo del lugar se convirtió en un sonido distante mientras él luchaba contra sus propios pensamientos. Una enfermera se acercó—: Por favor, debe esperar afuera mientras atendemos a la paciente.
Con un asentimiento casi automático, Lyam retrocedió hacia la sala de espera. Allí se sentó en una silla dura, las manos entrelazadas sobre sus rodillas mientras los minutos pasaban lentamente.
Las enfermeras que pasaban a su lado no podían evitar sonreírle con picardía, sus rostros iluminándose con una mezcla de admiración y sorpresa. Lyam podía sentir el murmullo creciente a su alrededor.
¿No es Lyam Lambert?
¿Por qué es tan guapo?
Es muy sexy.
¡Mira cómo la lleva!
¿Qué le habrá pasado?
Justo en ese momento llegó Tomás y sacó a Lyam de sus pensamientos—: Señor Lambert, me acaban de informar que la madre de la señorita Rondón llegó hace un momento a la casa, ¿qué quiere hacer al respecto?
Su tono era serio, y Lyam, con su mandíbula tensa, no podía evitar sentir un nudo en el estómago.
—Déjame pensarlo unos minutos —respondió, mirando al frente.
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Updated 200 Episodes
Comments
Gelis Montoya
por qué tanta maldad 😔
2023-10-07
0
Cruz Georgina Sánchez Rodríguez
en la realidad existen padres abusadores q explotan a sus hijos
2023-07-25
0
Lucia Feliciano Falcao
Que bueno que Lyam es rápido en tomar decisiones y manda investigar si pelos a los enemigos 😸😸😸.
2023-06-24
0