Salí de la ducha con mucha tranquilidad. Sonaba una canción de Bad Bunny en versión slowed, ojitos lindos me hacía sentir de forma chida. ¡Y me daban ganas de perrear!
Desnuda, a solas y a las cuatro de la tarde caminaba hacia el pequeño closet de la habitación. Tomé un juego de lencería color púrpura, deslice las bragas por mis piernas y sobre mi sexo, lucia bien ese encaje artesanal. ¡Me gustaba verme al espejo semidesnuda! Mis pechos estaban coronados con dos aguijones oscuros, cubrí mis pezones con el brasier, ahora me veía menos caliente que antes. ¡En el espejo estaba una Jules en lencería ardiente!
Subí más al volumen de la música.
¿De verdad haría esto?
Tomé el vestido que Samuel me había comprado. El color era atractivo, la tela era de terciopelo y se ajustaba demasiado bien a mi figura. Espalda un poco ancha, cintura de avispa y cadera como la forma del betabel. ¡Me sentí guapa! Use unos tacones de color vino como mi vestido.
Antes de que salga el sol, meta el acelerador, me vaya sin freno y pierda el control...
Salí del motel luciendo muy hermosa, toda una perra emperrada. ¡Bien chula que me sentía! El sonido de mis tacones contra el concreto hacía que las miradas de todos se enfocaran en mí. Saqué mi celular, conecte los auriculares y avancé hasta la estación del metrobus.
Samuel había insistido en venir a traerme, me rogó demasiado, pero neta que yo no quería eso. Al final si acepte acompañarlo a la mentada fiesta de sus padres, pero le dije que yo llegaría hasta la Avenida Juárez. Ahí sería donde él pasaría a recogerme.
Dentro del metrobus los pasajeros se me quedaron mirando muy fijamente, no había ningún asiento disponible y aunque un hombre quiso ofrecerme su lugar, decidí dárselo a una señora de edad avanzada.
—Tome mi lugar señorita.
Puse pausa con el botón de los audífonos.
—¡Gracias señor! Pero mejor que se siente la señito.
Ella cargaba una bolsa y con su bastón sostenía gran parte de su equilibrio.
—¡Gracias hija!
Le ayude con la bolsa, ella se acomodó.
—De nada.
—¡Que linda eres!
—¡Usted es más linda que yo!
Ella sonrió, noté una pizca de rubor en sus mejillas arrugadas.
—¿Irás a ver a tu novio?
Su curiosidad me hizo sonreír.
—No. No tengo novio. Iré a ver a un amigo.
—Pues espero que te diviertas.
—¡Gracias!
Pasaron veinte minutos cuando baje del transporte. Salí de la estación y caminé tres cuadras hasta quedar frente a la fuente de los frailes, algunos autos pitaban su claxon al verme caminar. ¡Chulada que era! Frente a un restaurante cerca de allí vi su auto. Guarde mis audífonos en un pequeño bolso de cuero color negro.
Bajó del auto y lucia muy guapo mirándome desde allí. El viento alborotó un poco mi pelo, decidí llevarlo suelto. ¡Una ventaja ser lacia!
—¡Buenas tardes!
—¡Buenas tardes!
—Luces muy bonita.
Samuel me miraba con un brillo muy peculiar.
—Y tú muy guapo. ¡No entiendo porque sigues soltero!
—Pues tú dirás si quieres que eso cambie.
Yo misma le di la oportunidad de contraatacar, volví a ser suya en ese instante y esta vez no tuvimos que estar desnudos en la cama. ¡Teníamos ropa cara!
—En realidad no.
—Si cambias de opinión, aquí estoy.
Me acerqué a su mejilla izquierda y plante un beso suave. Su perfume inundó mis pulmones.
—¿Estás lista para esto?
—¡Pues ya estoy aquí!
Me alejé de él para poder subir al asiento del copiloto.
—Yo te abro la puerta.
—¡Ay! Descuida, yo no soy de esas chicas.
...***...
Llegamos a un salón social muy bonito. El jardín de la entrada estaba bien iluminado y el cielo del atardecer pintaba muy bonita la escena. Palmeras muy altas sacudían sus ramas con el viento y podías escuchar el sonido de la música a medida que nos acercábamos más a la entrada.
—¿De verdad quieres presentarme como tu prometida?
—Sí. ¿O mejor no?
—En realidad creo que no es necesario. No tengo problema en decir que soy solo una amiga tuya.
Su mano se unió a la mía, me condujo a tomarle del brazo y entramos a la recepción. Había mucha gente bien vestida, todo era elegante aquí y mis recuerdos comenzaron a sacudirse en mi interior. ¡Estaría de vuelta en la alta sociedad!
Caminamos con seguridad rodeando varias mesas, pude notar como las miradas se clavaban en mí. Me observaban, criticaban e ignoraban de forma engreída. ¿Que podía esperar de este tipo de personas? ¡Regularmente la gente rica suele ser así! Luego estaban todos esos hombres que babeaban por ver mi culo marcado con la tela del vestido.
—¡Buenas noches! —Saludó él, nos detuvimos cerca de la mesa principal.
—¡Hijo! Que bueno verte aquí. ¡Pensé que no llegarías —ella se levantó muy emocionada y no dudó en besar a su hijo.
—Quería darles la sorpresa.
—Pues que bueno que llegaste. A mi también me da gusto verte aquí —dijo el padre.
Intercambiaron saludos y abrazos como muestra de su afecto. Los ojos de su padre fueron los primeros en notar mi presencia.
—¿Quién es esta guapa señorita? —Preguntó de forma curiosa.
—Papá, ella es...
—¡Jules! Mucho gusto en conocerles —dije.
La madre de Samuel se acercó a mí con mucha emoción y me dio un beso en la mejilla como saludo.
—Un gusto Jules. ¡Nuestros nombres son parecidos! Yo soy Julieta. Y él es mi esposo Jorge.
Intercambiamos saludos.
—¿Ustedes dos están saliendo? —La curiosidad de Jorge era grande.
—Somos...
—Amigos —interrumpí a Samuel—. Somos buenos amigos.
Julieta se emocionó aún más y Jorge me examinaba de forma amable.
—¿Vives cerca de aquí?
—Sí.
—Pues ojalá sean más que amigos —dijo Jorge—. Mi hijo necesita sentar cabeza o terminara solterón como su tío Abraham.
Sam disimulo una sonrisa boba.
—Las cosas cambiarán pronto —dijo mi jefe, porque en realidad Samuel era eso para mí en este momento.
—Bueno, eso es lo que esperamos. ¿Gustan sentarse con nosotros? —Julieta era una mujer amable.
¿Que pensarían de mí si supieran que soy una prostituta? Ocupamos los lugares para poder cenar. Nos sirvieron crema de nuez, filete de res marinado en salsa de ciruela y de verdad que esto era muy delicioso.
—¿Y Darío? —Preguntó Julieta.
—¡No lo sé! Se supone que ya debería de haber llegado desde hace rato —respondió Jorge.
—Lo vi cuando llegamos —Samuel dijo a sus padres.
—¿Y donde anda?
—Con sus amigos. Ya sabes que esa bola de chamacos siempre andan juntos en todos lados.
¿Darío? La verdad es que ese se me hacía un bonito nombre de chico. Mi mente comenzó a recordar, pensar que recientemente había conocido a alguien llamado así. ¿Quien era?
—¿Y te gusta bailar? —Jorge me preguntó.
Me tomo un poco desprevenida.
—No se bailar mucho. Prefiero no hacerlo.
—No se trata de que sepas bailar mucho, sino que disfrutes del baile y la buena música —me dijo Julieta.
Eso tenía sentido, era como cuando yo subía el volumen a la música en mi habitación y al final me ponía a brincotear sobre la cama pensando que era un baile increíble.
—¿Bailarías conmigo? —Samuel extendió la mano a mí y yo dudé un poco.
Al final la acepté y neta que parecía que todos estaban conectados para poder hacer que mi baile fuera lo mejor de esta noche. ¡Julieta se veía re emocionada mirándome bailar con su hijo!
—¿Te gusto la comida?
—¡Muchísimo! —Respondí—. Me gustó mucho la carne, sabía cómo, no sé, a algo nuevo.
Sonrió.
—Me alegro.
Sonaba un danzón, música tranquila y no tan complicada de bailar. Papá solía bailar conmigo este tipo de música cuando yo era pequeña, solía decir que la música tranquila era como su terapia de calma.
—Tus padres parecen ser buena onda.
—Son buenas personas.
Sus manos estaban sobre mi cintura, mis manos sobre sus hombros y la cercanía nos permitía ver más a detalle nuestros rostros.
—Que bueno que siguen juntos. Parecen un lindo matrimonio.
—Sí. Y parece que ellos quieren lo mismo para mí. Como que les duele ver que me fallaron.
Samuel era un divorciado.
—Pues si quieres casarte, supongo qué hay varias chicas aquí que conoces de tiempo y que quizá ellas mueren por ti. ¡No eres feo! Tienes algo de guapito.
Le provoque una sonrisa.
—¿Y tú?
—¿Yo?
Asintió.
—¿No te gustaría ser mi prometida de verdad?
Dejé escapar una risita boba.
—En realidad yo, no me siento lista para algo así.
—¿Pero si me piensas ayudar con lo que te pedí?
—Pensé que ya te estaba ayudando desde hace rato. Si no mal recuerdo, dijiste que te acompañara a la fiesta de tus padres y aquí estoy. ¡Ayudándote!
Su mirada se tornó con suspenso.
—Sí me estás ayudando, pero, entonces, ¿estás lista?
Me sacó un poco de onda su pregunta.
—¿Para que?
Sonrió. Dejó de bailar y me soltó. Su mano se dirigió al bolsillo interior izquierdo, el que queda cerca del corazón. Saco una cajita de terciopelo color negro y pasó algo que neta, neta, no esperaba que sucediera. Se arrodilló frente a mí, mucha gente estaba viendo la escena, mis nervios aumentaron y yo no quería que esto estuviera pasando. ¡No acordamos nada de esto!
—¿Que haces Samuel? Levántate, no hagas esto, por favor. Tú...
—Jules —la gente a nuestro alrededor estaba mirándonos con mucha atención y emoción—, ¿te casarías conmigo?
Su pregunta me cayó como balde de agua fría. Sus ojos estaban enfocados en mí, todo mi interior estaba nervioso y en verdad que sentí que me estaba jugando chueco.
—Samuel, levántate por favor.
Pero él no hacía caso. ¿Que debía hacer ahora? ¿Salir huyendo? ¿Rechazarlo y quedar como una cruel? ¡Siempre me pasaban estas cosas a mí!
—Jules, ¡por favor!
Y con mucha seguridad me acerqué a él. Cerré la cajita de terciopelo, sus ojos se tornaron en aprietos y le jalé para que se pusiera de pie.
—¿Este es el regalo de bodas para tus padres?
—En realidad...
—Quiero que les cuentes la verdad a tus padres sobre quien soy. Ellos no merecen algo como esto.
—Pero...
—¡Lo siento! No pensé que sería así. No puedo. O sea, no está bien. ¡Perdón!
Acerque mis labios a mejilla izquierda y le di un beso. La gente seguía mirando y sin pena alguna (porque neta que me tuve que tragar la vergüenza), comencé a caminar hacía la salida del lugar y de pronto, se fue la luz. ¡Todo quedó a oscuras! Aproveché para salir sin que me notaran. Llegando a la puerta principal me di cuenta de que estaba lloviendo muy fuerte. ¡Me iba a mojar! ¿Como podría volver al motel? ¡Más drama a la situación!
—¿A donde vas? —Preguntó un hombre, no pude identificarlo bien.
—A casa.
—Está lloviendo. ¿Quieres que te lleve?
—No te conozco. Perdón, yo...
—Nos conocimos ayer.
Me giré a mirarlo con sorpresa y detalle, su mirada estaba clavada al frente, en dirección del jardín.
—¿Eres...?
—Darío y tú eres Jules. ¡Que gusto verte tan pronto!
¡No podía ser! Todo esto me desconcertó mucho. Su mano me tomó de la muñeca y sin darme mucha cuenta, ya estábamos corriendo bajo la lluvia en dirección al estacionamiento. ¡Se suponía que no me quería mojar!
—Te llevaré en mi auto. ¡No te preocupes! Estarás bien.
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Comments
Lisbeth Valbuena
oh por dios Darío es hermano de Samuel 😳
2022-12-02
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