#3

Parecía que su destino le estaba obligando a ser un fracasado en el amor, a no ser parte de otra persona, a no

ser el comprendido por un igual, el alma y el corazón de alguien más, eso jamás le

sucedería a él. Debía aceptarlo y dejar ir de una buena vez ese sentimiento que aún lo mantenía atado a un pasado que no tenía cabida

ni sentido en su presente y futuro.

Llegó hasta la galería, se encontraba caminando por el largo pasillo que lo llevaba a su estudio, cuando una fuerza mayor lo hizo seguir de largo hasta llegar frente a la puerta de su maestro. Elevó la mano para llamar, aún sin saber qué le diría, quizás se excusaría mencionando que

deseaba saludarlo; la verdad era que había sentido la necesidad de llevar sus pasos hasta ese lugar sin saber el motivo, era como si algo o alguien en el interior del despacho lo atrajera.

Luca miraba directamente a los hermosos ojos de la joven frente a él, era como si no pudiese escapar de ese par de iris que no mostraban

un color específico, lucían un oscuro tono gris en ocasiones o un claro y bello azul cielo en otras, todo dependiendo la luz que los tocase cuando ella asentía o ladeaba su cabeza, lo que provocaba una especie de hechizo en él.

—Básicamente ése será el trabajo que deberá cumplir en este lugar señorita Landom, como verá no es mucho pero tampoco es fácil…

algunos artistas son bastante exigentes, son caprichosos y malhumorados; aunque también son buenas personas, son generosos… incluso comprensivos. Puede que todo esto le suene algo absurdo dentro de su definición viniendo de las mismas personas, pero todo depende del

estado de ánimo que presenten en ciertos momentos —hablaba con ese tono de voz calmado que le caracterizaba.

—Lo entiendo perfectamente señor Montier… los pintores no son las únicas personas volubles en este mundo —expuso ella mostrando media sonrisa y un brillo especial en la mirada.

—Cierto, bueno si no tiene ningún problema con ello o con el salario, el trabajo es suyo —mencionó manteniéndole la mirada fijamente sin exponer sus pensamientos.

—Estoy de acuerdo con lo que me ofrece señor

Mortier, le agradezco la oportunidad que me brinda e intentaré no defraudarlo… —fue interrumpida por un suave golpe en la puerta.

Ella sintió de inmediato que la atmósfera cambiaba, el aire se volvía

insoportable a su alrededor y su corazón comenzó latir a mayor velocidad, podía sentirlo, aún a través de las paredes lo percibía, sabía que era él, quien estaba tras esa puerta lo conocía perfectamente, su cuerpo tembló como años atrás, como cuando…

—Adelante —ordenó Luca posando su mirada en la puerta.

Por la manera de tocar ya sabía de quién se trataba, le mostró una sonrisa a la chica, pues la vio tensarse y eso lo desconcertó.

—Buenos días Luca.

El espacio se llenó de un tono de voz que era más fuerte y profundo que la de su anterior interlocutor, mostrando la seguridad y elegancia que lo caracterizaba, el mismo que derretía a muchas mujeres. Tal como había presentido, alguien más se encontraba junto a su amigo y su mirada se ancló de inmediato en la mujer sentada de espalda a él.

—Hablando de artistas complicados… —habló por lo bajo en tono cómplice para la señorita y después en voz alta agregó—. Buenos días Brad, pasa por favor… precisamente te estaba esperando, como no sabía si ibas a venir hoy tenía pensado mandarte un WhatsApp o un correo, tengo algunos puntos que discutir contigo, pero antes déjame presentarte a la

señorita Landom —indicó poniéndose de pie y haciendo un ademán hacia la chica.

Ella apenas logró moverse para mirar a los ojos del pintor, a esos ojos que recordaba perfectamente, incluso después de tantos años, ese hermoso par de ojos grises parecían traerla a la vida… borrando aquella última imagen que había quedado grabada en su memoria cuando los vio quedarse sin luz una fría noche de noviembre, tuvo que contener un jadeo cargado de dolor y alegría al mismo tiempo.

Tantos años, tanto sufrimiento, odio, toda la oscuridad cerniéndose sobre ella, lanzándola a un abismo, al mismísimo infierno donde se

sintió al haberlo perdido, pero… él estaba ahí de nuevo frente a ella, sin apartar la.mirada de ella.

Bradley se quedó observando un instante a la hermosa mujer, incapaz de apartar su mirada de los ojos claros que brillaban con una luz especial, a simple vista se notaba normal, tez blanca, en realidad pálida, aunque se podía adivinar que debió tener un tono más saludable

años atrás, pero le hacía falta sol para poder lucirlo con esplendor,

cabello largo, espeso y negro que se encontraba recogido detrás de su nuca en un moño trenzado; rasgos finos y hermosos, la verdad era que había en ella una belleza innegable, como pintor podía reconocerla en el mismo momento en que sus ojos se posaron en la mujer, pero su estilo anticuado ocultaba todo su potencial.

—Encantado señorita, Bradley Sincler. —Se presentó

ofreciéndole la mano, ella parecía haberse quedado congelada en sus pensamientos y no parecía darse cuenta del gesto.

—Angela Landom —esbozó levantándose para recibir la mano apresuradamente saliendo de su ensimismamiento.

En el mismo instante en el cual la tomó, sintió una enorme fuerza recorrer su cuerpo, la sangre volvía a cantar llena de vida por sus venas, sus pulmones se llenaban de aire, sus ojos tenían ese brillo que enamoró a muchos hombres, ese que fue quizás su mayor virtud y también su mayor desgracia.

Todo su cuerpo vibró de emoción ante la certeza de que era él, su Aloysius, su lord Aloysius Landom, su amado esposo. Seguía conservando los mismos rasgos, su cabello cobrizo, rizado y abundante, dejó ver una sonrisa y su mirada viajó hasta los perfectos labios masculinos recordando lo maravilloso que se sentían cuando se posaban sobre los suyos o cuando se deslizaban por su piel, la imagen

fue tan vívida que la hizo temblar y su piel se calentó en tan solo un segundo, consciente de que se había sonrojado, ¿sonrojado? Se cuestionó

emocionada y su sonrisa se hizo más efusiva al experimentar de nuevo esa sensación que creía olvidada.

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