Casualidades controladas

Sara estudió la guía detenidamente diciéndose así misma que era bueno poder conocer Praga sola. Vería más cosas y no se distraería con los ojos oscuros de Zero,

ni con su sonrisa.

La semana en París había sido estupenda y había pasado muy deprisa para su gusto. Había sido casi como un romántico sueño.

Pero ella sabia que no sería eterno. Los buenos sueños nunca duraban mucho tiempo.

Cuando Zero había tenido que marcharse a New York se habían separado sin decir nada de volver a verse de nuevo. Todo había ocurrido tan deprisa que no se había dado cuenta de aquello hasta que no lo había visto alejarse por los Campos Elíseos, captando las miradas de interés de las mujeres con las que se cruzaba a su paso.

Zero no había hablado de futuro. ¿Habría sido solo un

entretenimiento para él?

Sara apretó los labios. Era ridículo, echarlo tanto de menos. No obstante, no pudo evitar suspirar. Con la compañía de Zero, París había sido la experiencia más mágica de su vida.

«Admítelo, ha sido la única experiencia mágica de tu vida. Los cuentos de hadas no existen para ti».

Se obligó a seguir leyendo en la guía acerca de la

defenestración de Praga, en la que los habitantes locales, furiosos, habían arrojado a tres hombres por aquella ventana del castillo.

«Defenestración». Qué palabra tan pomposa. Le recordaba a su

padre. Aunque su padre nunca hubiese cometido ningún delito, su especialidad había sido la manipulación.

Sara cerró el libro de golpe.

La vida habría sido mucho mejor para muchas personas si

alguien hubiese defenestrado a Estefan Hernán unos años atrás.

-Sara.

Se quedó inmóvil, pensando que se había imaginado que alguien la había llamado en voz baja.

Aquella mañana se había levantado excitada solo de pensar en aquella voz. Incluso había alargado la mano, casi creyendo que había hecho lo que no se había atrevido a hacer en París.

–¿Sara?

Levantó la cabeza y allí estaba él, vestido de manera informal,mirándola, con una sonrisa en los labios. Zero Ruiz era el hombre más atractivo que había visto nunca.

O tal vez fuese su mirada oscura lo que hacía que Sara sintiese

tanto calor en la parte mas íntima de su ser. En aquella mirada había algo especial, era la prueba del

vínculo que había entre ambos desde su muy temprana edad.

–¿Zero? ¡No me lo puedo creer!

Sara sonrió de oreja a oreja, ni siquiera intentó ocultar la felicidad que sentía, de hecho, casi no podía ni respirar de la emoción.

De repente, era como si se le hubiesen olvidado tantos años aprendiendo a ocultar sus sentimientos y a mostrar solo un rostro

encantador al mundo.

Con Zero no necesitaba careta. Sabía que estaba segura a su lado.

Si sentía miedo, era una sensación deliciosa, que le recordaba

que ya no era una niña, sino una mujer y que él era un hombre

impresionante al cual deseaba desde su niñez.

–¿Por qué fruncías el ceño? Estabas muy seria.

Zero pasó los dedos por su frente y a ella le dio un vuelco el corazón.

¡Zero estaba con ella!

No podía ser una coincidencia. Él no tenía pensado visitar

Praga. La base de su empresa estaba en New York.

–¿Sara?

Ella parpadeó.

–¿Estaba seria?

Había sido al pensar en su padre.

–Estaba leyendo la guía. ¿Sabes dónde tuvo lugar la defenestración? La segunda. La primera fue en el antiguo

ayuntamiento.

¿Estaba tartamudeando? Probablemente. Era difícil concentrarse con Zero allí, devorándola con la mirada. Sara sintió deseo, notó que

se le endurecían los pezones bajo su ropa interior.

No la había mirado así en París. De haberlo hecho, tal vez ella hubiese vencido los escrúpulos de toda una vida y lo habría invitado

a…

–Tal vez sea un pasatiempo nacional… tirar a la gente por las

ventanas.

Zero se rió de manera muy sensual y el cuerpo de Sara reaccionó ante aquella risa.

–A mí los checos me parecen muy agradables – comentó.–¿Quién sabe? Tal vez tengan secretos ocultos.

Como él.

Habían pasado la semana anterior juntos en París y Sara había sentido una conexión desconocida hasta entonces. Tal vez porque se

conocían de siempre y Zero era mayor y siempre le había parecido una persona enigmática, que representaba la libertad que ella siempre había ansiado. También había sido un amigo cuando más lo había necesitado. Sara no había olvidado cómo la había tratado aquella noche, el día de la fiesta de su padre.

No obstante, era consciente de que Zero tenía una parte que guardaba solo para él. ¿Y quién no? Sus propias experiencias habían hecho que Sara fuese muy reservada.

–Te has puesto seria otra vez.

La tocó un instante y ella volvió a quedarse sin aliento.

–Me preguntaba qué haces aquí. Tenías que tratar asuntos muy urgentes en New York.

Zero se encogió de hombros y ella clavó la vista en sus anchas espaldas. Sintió calor. Y se dijo que estaba metida en un buen lío.

-Sí, es cierto – respondió él, sin darle más explicaciones.

Luego se echó a un lado y le hizo un gesto para que lo siguiese. Inmediatamente, una familia ocupó su sitio junto a la ventana y miró más allá de los árboles, hacia los tejados rojos de la antigua Praga.

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