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...PARTE TRES: DOCE...
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—¡Danissa! —saludó Doce pronunciando el nombre falso con el cual se presentó Maya la primera vez que se conocieron—. ¡Pensé que me ibas a hacer esperar más!
—Vine lo más rápido que pude —excusó Maya—. Y ya te dije que no me digas Danissa, olvídate de ese nombre.
Doce, sin darle mayor relevancia al comentario, tan solo encogió los hombros y continuó.
—Llevo media hora esperándote —Él sabía que Maya vivía a tan solo unas dos cuadras—, ¿qué te demoró tanto?, no me digas que un camión casi te atropelló, otra vez.
Un camión casi le había atropellado, otra vez, a las puertas de su edificio, pero eso no se lo iba a decir. No quería contar que un espectro trataba de matarla. Y ya era tantas las coincidencias que le asediaban, que más parecían tontas excusas para justificar sus constantes metidas de pata.
En consecuencia, continuar con sus asuntos era lo más acertado que podía hacer:
—¿Por qué me apresuraste tanto? —preguntó Maya—. ¿Cuál es el problema?
—¿Traes contigo lo que te pedí? —sonrió Doce con tranquilidad.
—Claro, claro —respondió Maya entregándole un libro.
—¿Moby-Dick? —sorprendió Doce casi pegando una carcajada al verlo—. Apuesto que no le has dado ni una leída a esto —agregó y luego hojeó el libro.
El billete, que había mandado ocultar a Maya, estaba entre sus hojas, dentro de una mica y en mejores condiciones de las que esperaba, así que sonrió. Por fin, podía observar otra vez los detalles su artículo y, ¡estaba contento! Había confiado en la persona correcta. Sin duda, Maya era una persona responsable y cabal. Por lo tanto, y siguiendo con su negocio, sacó su apreciado billete de entre las hojas y lo guardó en uno de los bolsillos secretos de su chaqueta.
—¿No tienes curiosidad para que quiero esto? —cantó Doce para fastidiarla.
—No es de mi incumbencia —respondió ella—. No quiero volver a ver a un oficial a los ojos y mentir… —advirtió—. Escúchame bien, Doce... Jamás, y reitero ¡jamás!, volveré a guardarte cualquier cosa, ¿oíste?
—Cada vez, te vuelves más aburrida —agregó él burlándose un poco más—. Sabes que todo se arregla con un poco de dinero. No hay nada peligroso de por medio. Además, el Mayor Benítez ya te conoce. No te volverán a arrestar.
Maya sabía que Doce era de los que cuidaba con precisión y celo los detalles de sus negocios, y que sabía esquivar los peligros y problemas con sutileza, pero ella no iba a pecar de tonta. Ser demasiado confiada era un gran error que no quería cometer. Pues, ya se lo habían advertido.
Doce se aprovecha de los tontos y los estafaba.
Su simpática apariencia era una trampa; su grata sonrisa, un arma y; sus palabras… ¿con qué se podría comparar?
Este no daba puntada sin hilo.
Él era el que traía los pedidos más complicados y cuestionables. Sabía replicar firmas, tenía plantillas con todo tipo de contratos, descansos médicos, certificados de talleres académicos, tarjetas de identificación. Todo lo que se podía imprimir, enmicar y sellar, él lo hacía con la ayuda de unos tantos otros.
Por eso, no era algo sabio seguirlo a ciegas y no confiar demasiado.
—¿En serio no quieres saber? —volvió a preguntar Doce al verla callada y pensativa—. Te va a interesar.
—No, y ya debo irme.
Maya no quería meterse en problemas otra vez. No importaba cuan fácil podía ser conseguir dinero con él. O que tan bien se llevaran. Debía alejarse. Ya no estaba en problemas financieros. Además, Katrina se lo había advertido: Doce era un misterio que no necesitaba ser resuelto y debía dejar de verlo antes de que se acostumbrara a él y a sus métodos.
—¿Tan rápido te vas? —dudó este—. Ni siquiera me has saludado, ¿estás bien? Te veo un poco apagada. Si no has desayunado aún, puedo invitarte algo —dijo arreglándose con calma la bufanda—. Puedes pedir lo que quieras. Además, aún tenemos asuntos por arreglar, ¿no te dije que la reunión de hoy es importante?
—¿Importante? ¿Aún hay algo más aparte de tu billete? ¿Alguien más va a venir?
—No, para nada. Es solo que te iba dar vacaciones.
—¿Vacaciones? —sorprendió Maya y luego se preocupó.
Pues, ¿no se dice que el crimen no descansa ni toma vacaciones?
—Estaré fuera de la ciudad por unas semanas —explicó Doce mandando aliento a sus dedos congelados—. Ayer, le dejé todo el mando al cojo Lorenzo, y como no creo que quieras trabajar con él, le dije que estarías ocupada —explicó guardando sus manos en sus bolsillos con tranquilidad—. ¿Estás de acuerdo o hice mal? —Sonrió con sarcasmo?—. ¿Quieres trabajar con el cojo?
—No —respondió Maya, de inmediato.
—¿Y quisieras saber a dónde iré?
—No —volvió a repetir y Doce rio.
Él era un joven astuto, parlanchín y de humor extraño que no tenía miedo a meterse en problemas complicados. Vestía ropa de marca y tenía modales demasiado elegantes para cualquier cosa. Tal vez, pertenecía a alguna mafia cara, o era un niño rico jugando a ser malo, ¿quién podía saberlo? Lo poco que Maya conocía de él era que nadie lo llamaba por su verdadero nombre, que estudiaba algo relacionado a la economía en otra universidad –administración de Empresas, quizá– y que le gustaba dar caminatas largas y hablar de cosas extravagantes.
—Bueno, eso sería todo —comentó Doce—. Ve anda a dormir, no te voy a retener más —dijo adivinando la razón del malhumor de Maya—. Pero, antes que nada, ten —dijo sacando un libro de su maletín—. Es tu bono por ser tan leal —mintió escondiendo sus verdaderas intenciones dentro de su sonrisa—, y es mejor que tengas cuidado cuando lo hojees.
«¡Por favor, mátame, su majestad! — Libro Siete», ese era el título y, sin querer, Maya puso mala cara sin querer.
Ella no quería aceptar a aquella basura entre sus manos. La noche pasada había estado peleando con las fans más acérrimos de la novela. Y tanto había sido el desplante de su sinceridad que le habían reportado la cuenta.
¡Maya le tenía saña a ese libro!
—¿Qué? ¿Ya lo tienes? —preguntó Doce al ver el rostro apático de Maya.
Este conocía desde hace mucho los gustos de Maya sobre las novelas románticas. Por ende, no entendía por qué no le gustaba el regalo. Su querida corresponsal siempre llevaba los documentos solicitados entre sus muchos libros y, justamente, había podido observar que ese libro era el último estreno de la colección de novelas románticas que leía.
—Sí, sí lo tengo —respondió Maya pensando en el PDF que le habían traficado, la noche pasada, las fans más emperradas con el final—. Bueno, en realidad, no —rectificó—. Es solo que dejó de gustarme el género.
—¿Es por eso que cargas a Moby-Dick, ahora? —bromeó Doce y Maya sonrió, sin querer.
—Sí, supongo que sí... Le daré una oportunidad a los clásicos.
Entonces, cuando Maya iba a recibir el libro -y el dinero que de seguro Doce había puesto entre sus hojas–, un ligero mareo empezó a deambular sobre las personas y las lámparas colgantes de las tiendas se movieron en pequeñas oscilaciones.
«¿Temblor?», alertaron varias personas.
Sin embargo, este fenómeno había sido tan leve y había durado tan poco que no parecía demasiado relevante. No había ningún motivo por el cual temer o desesperarse. Sentir a la tierra sacudirse un poco era está algo común. Era cierta experiencia de la cual no podías escapar. Así que, preguntar a algún compañero de al lado, si lo había sentido o no, era hasta de rutina. No obstante, algunos –los más cautos– determinaron que no hacía daño esperar atentos una posible réplica.
Pues era así:
Unos cuantos hasta llevaban un gran miedo preventorio en su nuca; un frío recorrido que les aguaba los brazos; o una extraña sensación, o mejor dicho un presentimiento, que les indicaba el peligro.
Algo estaba a punto de suceder y su sistema de supervivencia se encendía con alarmas rojas.
—¿Qué pasa? —preguntó Doce al ver a Maya un poco descolocada y alterada—. ¿Nos vamos?
Maya tenía miedo. Quería salir. Pero, desde el doceavo piso, esa tarea se tornaba difícil. Entrar al ascensor era mala idea. Y buscar las escaleras de emergencia era...
No.
No había tiempo. Maya iba a morir ese día, lo presentía y, con cada segundo, estaba más segura.
Su corazón temblaba, sus manos lo hacían y…
La tierra también…
Esta se puso crepitar furiosamente y entonces la voz del espectro sonó dentro de su cabeza:
...«Regla número uno: La puerta más certera para saltar entre mundos es abierta por la muerte»....
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Comments
Hassel
La zona más segura es fuera de los ascensores pues hay placas de concreto armado
2024-03-31
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Hassel
Seguro la alarma de indeci no sonó
2024-03-31
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Hassel
Hahaha suele pasar
2024-03-31
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