...•C**uatro**•...
...…....
Mildrette Dupain además de verse orgullosa. Era una persona recta y con valores a tan solo los 15 años de edad. Parecía una mujer completa, a tal grado de confundirla con una noble cuando andaba por las calles, dando una apariencia empoderada y segura. Mantenía en cualquier lugar que fuera, la frente en alto, mirada directa a los ojos, y un amplio vocabulario de respuestas claras y lógicas.
...~•~...
Mildrette se encontró desocupada. No escuchaba su nombre por ningún lado. Mientras tanto, los demás iban y venían ignorándola.
Cómo no tenía nada más que hacer, se paseó por los alrededores, encontrándose una vez más con el salón de los retratos. Contempló los cuadros con más detenimiento. Había uno que se le hacía muy familiar, era una joven hermosa, de cabellos marrones, sonriendo en su juventud. En realidad, todos los cuadros pintaban a todos aquellos como adolescentes.
—Darle la espalda a un noble, es de mala educación jovencita. Aún más si es la reina. —habló alguien con elegancia a sus espaldas. La reina Márgara.
Mildrette giró la mirada e hizo una reverencia inmediata.
—Disculpe mi impertinencia, no noté su presencia.
—Pero yo sí. Te vi entrar y no darte cuenta de que yo estaba aquí.
—Disculpe. —la reina miró con neutralidad a la jovencita pelirroja que tenía delante.
—¿Estabas contemplando los retratos?
—Sí, son muy interesantes.
—Verdad que sí. Me gusta contemplar el mío, es como volver a mis épocas juveniles. —La reina señaló uno de los cuadros más grandes de la sala. El mismo que momentos antes contempló Mildrette.
—Usted era muy hermosa. —inquirió la sirvienta.
—Es muy lindo de tu parte mencionarlo. Qué haces aquí. ¿No tienes deberes?
—No tengo. He hecho todo lo que creí que hacía falta. Si me ofrezco a ayudar a otros con su trabajo, solo seré un estorbo para ellos. Sabe cómo son aquí.
—Supongo que así es… ¿Cómo te llamas?
—Mildrette Dupain. —la reina arrugó la frente. La miró con curiosidad.
—Ese nombre, creo que lo he escuchado antes. Dime, ¿eres del servicio de Ingrid, mi hija?
—Así es.
—¿Eres tan desagradable como menciona?.
—Creo que me lo ha dicho muchas veces de forma indirecta. No diría que soy desagradable, solo respondo a sus comentarios como lo haría cualquiera. No me creo testaruda ni nada por el estilo.
—Entiendo…, acompáñame. Necesitaba a alguien que me ayudara en la biblioteca.
—Claro.
Ambas se dirigieron al sitio destinado. Mildrette seguía por detrás a la reina. El ambiente de libros tenía un olor agradable a hojas de papel y madera. Columnas y columnas de estantes llenos de libros se extendían a lo largo de la inmensa biblioteca.
—¿Desempolvo los estantes, o acomodo libros?
—No es necesario. Como anteriormente lo has dicho, todo ese trabajo ya lo han hecho. Sube por esas escaleras, consigue el volumen que quiero para obsequiar al príncipe Hans d'Arpagen. Es uno de sus autores favoritos, lo tiene en diversas tapas, distintos colores y de diferentes materiales. Puedo suponer que el detalle le encantará. Y… hará que ignore el comportamiento de Ingrid. —la reina suspiró—. Siento que cada día que pasa, ella pone menos esfuerzo por ser agradable ante él.
—No entiendo mucho de ese tipo de volúmenes. Pero si me dice cómo es, tal vez pueda encontrarlo.
—Es muy fácil de reconocer.
—De acuerdo. —La sirvienta ascendió por las escaleras de manera cautelosa. Un movimiento brusco y podría terminar lastimada o muerta de forma estúpida, por buscar un simple libro—. ¿Cómo dice que es?
—Tiene un lomo rojizo. —Mildrette paseó los dedos por esos libros, habían cinco libros con esas características.
—Eres muy servicial —mencionó desde abajo la noble—, cómo es que Ingrid señala que eres todo lo contrario. Creí que te portarías de forma indiferente conmigo, así como una niña malcriada, al encontrarte en la sala de retratos.
Mildrette echó una ojeada debajo suyo. La reina era muy elegante; lucía canas en el centro de la cabeza; sus cabellos caían por sobre los hombros, lo mismo que su vestido, el cual casi rozaba el suelo, adaptándose a la figura de la mujer. Volvió la vista a su objetivo.
—Es que, la princesa Ingrid… Creo que siente que todos están en su contra, creo que no piensa muy bien lo que sus decisiones causan a menudo.
—Es muy caprichosa. Desde niña su padre la ha mimado demasiado. En realidad, mis damas se encargaban, la mayor parte del tiempo, de cuidarla. Supongo que ellas hacían caso a sus berrinches y eran incapaces de llevarle la contraria por ser la heredera al trono. Luego creció más, y ya no pude enderezarla.
—¿Es este? —Mildrette bajó las escaleras, y le mostró un libro de tapa roja. La reina lo analizó con una mirada fugaz.
—Me temo que no. Es un color más muerto. Busca uno que tenga el símbolo de una corona.
—Claro. —Mildrette ascendió una vez más y devolvió el libro al estante.
—Es algo que no debería pasar pero, este es uno de los tiempos en el que siento mucho temor. Temor de que Ingrid cometa una locura, termine arruinando los planes, arruinando el contrato de matrimonio, arruinando el reino, y su propia vida. La vida de todos.
—Yo creo que si Ingrid fuese inteligente, haría lo que usted manda. Casarse con el príncipe Hans. Es por su bien y por el de todos. —cocordó la sirvienta que paseaba los dedos por los libros de arriba a abajo, y de vez en cuando sacaba uno para ver si la portada tenía una corona.
La dama Rachel del palacio, llegó a la puerta:
—La princesa Ingrid requiere de los servicios de Mildrette Dupain con urgencia. —dijo la dama.
—Mándale a otra. Ella me está ayudando a mí. —Aclaró la reina con autoridad.
—Como diga, me retiro.
La dama desapareció, y solo podían escuchar el sonido exterior.
—Dime, si fueras tú la princesa, ¿te casarías con el príncipe Hans? —Mildrette se detuvo de buscar la figura de la corona en los libros. Sin dudar más, respondió:
—Sí, lo haría.
—Lo harías ¿aunque tuvieras por él, el mayor de los odios?, ¿aunque te haya lastimado cuando pequeña?, ¿aunque no soportaras su presencia ni un solo minuto?
Mildrette guardó silencio. Sin dudar, respondió:
—Lo haría. Pero no porque quisiera, sino porque es una responsabilidad, es cuestión de vivir o morir. Porque usted es mi reina, y de este casamiento depende nuestra soberanía, nuestro bienestar. Sería menester que olvidara los sucesos del pasado, para concentrarme en el presente y el futuro. Cómo usted sabrá mejor que yo: No se trata de amor, se trata de un contrato.
—Ojalá Ingrid hubiese tenido esta mentalidad tan madura. ¿Qué edad tienes?
—15.
—Sorprendente. Ella tiene 17 y mira cómo es…
Mildrette bajó un nuevo libro.
—¿Es este?
—Exactamente. Este es, espero que al príncipe le agrade.
Silencio.
—Bueno, supongo que debo retirarme. —Mildrette se alisó el uniforme con las palmas de las manos.
—Supones en el momento indicado. —Mildrette ya daba unos pasos hacia la salida. Pero se detuvo, y se giró hacia la reina.
—Con el debido respeto, usted es totalmente distinta de su hija. Me sorprende que sean familia.
—¿Crees que no lo he notado?, incluso llegué a pensar que me habían cambiado de primogénita al nacer… pero no, ella es mi hija, porque se parece a mí físicamente. Nada más.
—Y es la heredera al trono.
—Eso es lo más preocupante de todo. No sé cómo llegará a ser una buena reina, ¿conservará el territorio como lo hice yo?. He estado pensando seriamente en que debería reemplazarla. Pero… eso ya es un tema delicado y familiar.
—Siento haber querido entrometerme demasiado.
—No hay problema. Dime, ¿Tienes familia?
Mildrette agachó levemente la cabeza.
—No, estoy por mi cuenta… —la reina no cambió su expresión neutral.
—Qué pasó.
—Se fueron de este mundo. Era mi madre y padre. Mi madre murió enferma; mi padre en pleno servicio al reino; y mis hermanos menores, murieron de hambre. De algún modo conseguí sobrevivir.
—Oh… ¿no tienes ninguna prioridad en este momento?
—Ninguna… ahora que estoy sola en este mundo, solo me ocupo de mí. No tengo necesidad de quedar bien con nadie, o conservar mi puesto. Si muero hoy, no pasará nada más. Solo quiero una vida digna, entonces esa sería mi prioridad.
—Eres muy interesante, ¿Te lo han dicho?
—No, no me lo habían dicho hasta ahora.
La reina observó cada uno de sus detalles: pelo lacio dividido en dos partes; un lazo cubría el amarrado de éste. La misma dama Rachel de antes se aproximó a la puerta.
—Su majestad, disculpe, pero la princesa Ingrid insiste en que sea Mildrette la que la ayude.
—Me pregunto qué es lo que quiere… adelante Mildrette, puedes irte. No te necesito más. —inquirió Márgara.
—Está bien —Mildrette asintió y salió.
Llegó a la puerta del cuarto. Respiró profundamente para conreservar la paciencia que requería Ingrid. Siempre era así. Eloísa abrió bruscamente la puerta, cruzando miradas con Mildrette. La otra tenía el rostro pálido y la mejilla derecha roja.
—Espera Duvier. Mejor quédate. —La princesa miró a Mildrette—. Dupain, desaparece de mi vista, ya no te necesito.
La princesa cruzó miradas con Mildrette. Y le cerró la puerta a la cara...
—Uff, la princesa Ingrid, es realmente irritante e incomprensible. —Se dijo Mildrette, al tiempo que salía al jardín a respirar.
...~•~...
—…. ¿Por qué te estoy contando esto?, no eres ni de cerca una amiga íntima. ¡Creí haberte dicho que te largaras! —el grito de la noble hacia la sirvienta, incrementó sus nervios.
«ajajajaja jajaja jajaja»
Amón rió con una vocecita chillona e insoportable. ¿De qué se reía el insecto?
«Entiendo. Entiendo. Está confundida y realmente es estúpida. Ella ha visto el retrato del príncipe Hans en el salón, y se ha enamorado a primera vista de él. No le explicaron que ese cuadro se pintó hace más de 50 años. El príncipe Hans tiene actualmente más de 70 años. Ha visto a su hijo, el príncipe Harald, y como este se parecía al Hans en sus épocas juveniles, se ha enamorado de él ciegamente». Apenas escuchó Ingrid y se dió cuenta de todo.
Mira qué inepta resultó ser. Qué asco daba. El príncipe Hans, un longevo, con un pasado desagradable, bajito y que se estaba quedando calvo. Quién se casaría con alguien así.
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Comments
eléctrica *se fue *
me gusta lo que ases
2021-07-27
1