...•C**inco**•...
•—Ingrid Ducreux—•
..........
«Intenta desmayarla»
Giré la vista en mi entorno para ver si encontraba algo que pudiese servir. La bandeja de plata que estrellé por detrás en la cabeza de Eloísa resonó por el impacto, creo que incluso raspó su piel. Cuando Duvier cayó desmayada producto del golpe, ver sangre chorreando de su frente me causaron náuseas.
—¿L-la maté? —Un silencio desesperante me invadió, no sólo en la habitación, sino también mi mente—. ¿Hola?, ¿sigues allí?
«No está muerta».
…..
Tuve la sensación de que mi cabeza iba a explotar. Grité agudamente, así como un monstruo adolorido. Alguien tocó la puerta de forma estruendosa. Un chirrido agravó el dolor, que no era físico, sino estresante.
—¡AHH!
—¡¿Señorita Ingrid. Se encuentra bien?!, por qué grita mucho. ¡Ábrame! —vociferó la voz de Gertrudis.
«Vamos a hacer un cambio de cuerpo. Pero debes evitar de cualquier forma que algún miembro de la nobleza te vea. Sí, no dejes que ningún noble te vea».
Y mi vista se nubló.
...~•~...
—¡A DESPERTAAAR QUE ES TAAARDEEE!
El llamado de un hombre destruyó mis sueños, lo mismo que un terrible hedor a grasa inundaba mis fosas nasales. Abrí los ojos y solo ví un techo mugriento. Llevaba puesto un uniforme de sirvienta. Miré a todos lados del sitio en el que me encontraba, allí se extendían camas contiguas.
—Pero… ¿¡Qué hago aquí!? —apenas pude formular frase sin pensarlo. Lo último que recordaba, era un dolor tremendo de cabeza, oscuridad y un insecto negro.
Alguien dormía al lado mío. Era una señora rellenita, que parecía roncar despreocupadamente, y que en ese momento daba signos de despertar. Me levanté de manera cautelosa para no despertarla. No sabía el porqué, pero estaba muy confundida.
—Cómo dormiste, ¿eh Duvier? —cuestionó esa misma sirvienta llamada Rose, mirándome a los ojos. ¿Se refería a mí?, yo no era Duvier. ¿Cómo que no reconocía a la princesa Ingrid Ducreux?. El ambiente se sentía demasiado insoportable, era lo único en que podía pensar.
—¿Qué?... —fruncí el ceño mostrando desagrado—. Dormí pésimo, siento escozor en mis caderas, no vayan a ser piojos que me acabas de contagiar. Además aquí huele horriblemente. ¡Ustedes son repugnantes! ¡Cómo es que terminé aquí! —Los demás posaron sus miradas en mí. Los cuchicheos resonaron:
«¿Qué le sucede a esa jovencita?».
«¡Qué novata más ridícula!».
«Apenas llegó ayer y ya se cree con el derecho de ofender».
—Oye niña, habla con cuidado. Quién te crees que eres. —dijo una mujer ojerosa del otro lado.
—¿Que quién soy? ¿Acaso están ciegos?, soy la princesa Ducreux del palacio de Andrómeda. Soy su princesa. —Hice ademán de incorporarme destapando unas malgastadas sábanas, y despejándolas a un lado con el pie izquierdo, debía salir de ese asqueroso sitio que me daba un mal sabor de boca.
Todas se miraron las unas a las otras mientras algunas solo se concentraban en vestir.
—Niña —Habló la señora Rose de al lado refiriéndose a mí—, ¿estás mal de la cabeza?, no estamos para bromas. Con el nombre de los nobles no se juega. Ya sabemos que la princesa del palacio no soportaría estar aquí, la estás personificando muy bien. No es necesario que la remedies de esta forma. Si un noble te escuchara, estarías en graves problemas.
Todos guardaron silencio. Algunos salieron del cuarto compartido para asearse.
—Yo soy de la nobleza. Soy la princesa de todo lo que ves aquí y afuera. ¡Yo soy tu superior! —grité con voz nerviosa.
—Acaso... ¿Estás intentando imitar a la princesa? —dijo casi riendo una voz que se me hacía muy familiar, la voz de Mildrette. La esclava orgullosa—. ¡Por supuesto!, Ja ja. Déjame decirte que lo haces muy bien. Imitas demasiado bien a esa estúpida de la princesa.
No pude contenerme. ¿Me estaba llamado estúpida a mí?, ella no tiene ningún valor.
—¿Qué dijiste? ¿Le dijiste estúpida a la princesa...?. —interrumpí.
—Sí, estúpida y testaruda; ególatra y egoísta; inteligente pero jamás usa su cerebro para nada; hermosa y se va a casar con un viejo de la alta nobleza. —apreté los puños con violencia.
—¡Yo soy la princesa Ingrid!
—Sí, eres Ingrid Duvier, pero princesa, princesa solo en tus sueños ¿Por qué me gritas?
—¿Ingrid Duvier?. Cómo que Ingrid Duvier. ¡Yo soy Ingrid Ducreux!
—Sí, también pega. Los apellidos suelen combinarse con cualquier nombre, "Mildrette Ducreux", igual. —mi bica se abrió en una "O" pequeña.
—El escarabajo… la noche anterior… ¿Dónde está Eloísa? —intenté desviar el tema, mi cara parecía colorarse por los nervios y el enojo.
—¿Habla de la princesa Ducreux?
—Esa soy yo.
—Estás yendo demasiado lejos con ésta imitación, ya basta. La princesa Eloísa Ducreux, está como siempre durmiendo hasta altas horas de la mañana en su habitación. Maldita floja.
—¡¿Princesa Eloísa?! —emprendí paso apresurado, decidida a salir sin que nadie me detuviera, provocando que la tierra húmeda manchara mis pies descalzos. La entrada al palacio yacía cerrada, pero iba a entrar, necesitaba respuestas inmediatas. No sabía lo que estaba pasando.
—¡Oye!, plebeya, a dónde crees que vas. —detrás de mí, alguien gritó. Volví el rostro hacia su dirección, era un caballero noble. Al principio me miraba con autoridad, de forma amenazante que me creí pequeña; el hecho de cruzar miradas provocó la revelación, o la ruptura de un hechizo. Sólo entonces pareció reconocer quién era yo. Él titubeó: —. ¿P-pri-princesa?, a estas horas usted debería seguir dormida, y por qué está vestida como… —el guardia me miró de arriba a abajo, contemplando el andrajo de uniforme que llevaba puesto.
Los sirvientes salieron en fila, mirándome sorprendidos y un tanto temerosos por lo sucedido. Crucé miradas con Mildrette, quien pareció reconocerme, aún así, no mostró ni un atisbo de arrepentimiento por lo que hubiera dicho en mi cara anteriormente. Seguramente los de la fila, andaban murmurando cosas como: «¿Qué hacía la princesa Ingrid allí, en nuestros dormitorios?» «Mildrette le dijo cosas espantosas a la cara, ¿en qué pensaba?», «¿Cómo no la reconocimos».
—Abre la puerta del palacio y déjame entrar —le ordené al guardia.
Ya dentro, Eloísa miraba el techo, las ventanas, girando levemente la cabeza hacia las persianas. Se veía aturdida, perdida, y demasiado asustada cuando me vio entrar.
—¡Sal de aquí, estúpida esclava! —Eloísa me miró con espanto, ante semejante tono, que la hizo levantarse de un salto.
—¡Oh, perdóneme!, no tengo ni la más mínima idea de cómo es que terminé aquí…
—¡Que salgas idiota!
—Su ropa de dormir... la voy a restaurar —dijo nerviosa Eloísa. La muy tonta traía pijama.
—Quédatela, no la quiero. ¡Me da igual que quemen la sábanas también!
Un montón de criados entró en escena, mirándome con confusión, y a Eloísa con pena, molestia y burla. No iban a volver la vista hacia mí, yo tenía la expresión fuera de sus órbitas. Aquel que se atreviera a hacerlo, siquiera a rozar conmigo, sentiría mi furia.
—¿La encerramos princesa? —preguntó Albert, uno de los guardias que custodiaban la puerta.
—No, —dije con la garganta seca.— Yo misma me encargaré de ella. —añadí dirigiéndome a Eloísa:— Sal, ve a donde sea. Haz lo que quieras, pero no huyas.
—No huiré, no puedo…
—Más te vale. —mi enojo se dispersó poco a poco.
Salió a la velocidad del viento. Definitivamente Eloísa no tenía ni la más remota idea de lo que pasaba.
Pobre Duvier, ¿Cómo acabaste en esa situación tan rara? Claro que al despertar no podías pensar claramente, guardabas la ligera esperanza de que tu vida nunca fue tan miserable como creías. Cuando entré en escena, viéndote acostada con mi ropa, en mis aposentos, y perdida, no eras capaz de pensar en lo grave de la situación.
No solo es raro para tí, sino también algo vergonzoso, pero… la princesa Ingrid... Supongo que notaste mi rareza. He actuado por puro impulso como si de alguna manera, yo supiese lo que está pasando, según viste, no parecía igual de confundida que tú, solo furiosa. Sospechoso ¿Verdad?. Solo espera.
«¡Vaya!, he vuelto a ti princesa, qué pasó. Creí haberte dicho que no debías cruzar miradas con ningún noble. El hechizo se rompe si lo haces...».
—¿Qué acaba de pasar?
«¿Qué no lo ves?, acaban de cambiar atributos. Ella tomó tu lugar en la nobleza que te corresponde, era la princesa Eloísa Ducreux y tú en sirvienta: Ingrid Duvier. Por esos momentos todos creían que esa era la verdad absoluta. Asegúrate de no cometer el mismo error dos veces».
—¿Tan rápido?, no advertiste nada. ¿No pensaste que necesito formular un plan de lo que continuaría después, ¿voy a terminar siendo una sirvienta?. No. No quiero ser una sirvienta… —Silencio—. ¿Ahora no hablas?, genial, no quiero saber nada de tí, bicho parlante…
»Que, ¿qué?, ¿ya he firmado un trato contigo?.. ¡Eso no es cierto!... ¿Tus instintos te dicen que debo cambiar roles para que esto funcione?... Da igual, ambos destinos son igual de patéticos.
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