La Diosa Madre llevaba meses viviendo una pesadilla, y hoy, finalmente estaba decidida a despertar.
La temperamental Diosa de la agricultura y la fertilidad Démeter subía a toda velocidad los riscos empinados del inmenso Monte Olimpo, llena de una desesperante angustia por llegar a la cima. Detrás de ella iba Hermes, el mensajero de los Dioses que intentaba seguirle el paso sin lograrlo con mucho éxito.
A pesar de las súplicas del Dios Menor para que la Diosa Madre fuese más lento, Démeter ni siquiera tenía su consciencia puesta en la tierra. Debía llegar a la cima cuanto antes.
No sólo hacía oídos sordos a las palabras de Hermes, sino también a la multitud de mortales que protestaban en las faldas del Monte Olimpo a causa del inesperado y crudo invierno que sufrían desde hacía ya varios meses.
Démeter llevaba días, semanas, o quizá una eternidad sin estar activa físicamente, no recordaba la última vez que había corrido de esa manera. ¿Y como no estarlo? Llevaba meses sin trabajar, pues todo este tiempo la Diosa cargaba con el peso de una gran tristeza que la mantenía inmóvil en su morada. Inclusive cuando Hermes llegó a su casa pensó que se trataría de otra invitación a una de esas reuniones sin sentido que organizaba Zeus con todos los Dioses del Olimpo.
"Perséfone apareció. Te está esperando en la cima del Olimpo."
En ese momento, lágrimas se deslizaron por las mejillas de Démeter, pero a diferencia de todo ese tiempo, eran lágrimas que anunciaban una inmensa alegría.
Su querida hija, su pequeña semilla...
Aquella que más de una vez pensó no volver a ver. Su delicado retoño que fue arrancado de su lado tan sólo para cumplir el simple capricho de alguien que decía "amarla".
Pero nadie podía amar a Perséfone más que ella. Démeter conocía el temperamento de todas las criaturas en el Olimpo, y del mundo en general; todos se basaban en sus propios intereses egoístas. Nadie era digno de su preciosa flor.
Durante toda la ausencia de su hija, Démeter se culpaba cada momento por no haberla protegido, exigía que si alguien debía sufrir debía ser ella, en lugar de su adorada Kore. No soportaba que estuviera tan lejos, Perséfone era lo único que tenía y ahora que no estaba...
En el momento que llegó a la cima del Olimpo Démeter abrió de forma brusca y sin medida las puertas del templo, accidentalmente golpeando a una ninfa en la cara ocasionando que la pobre se desmayara. Démeter ni siquiera lo notó, y sin importarle nada se acercó al trono donde se sentaba su hermano, rey de dioses y padre de su hija: Zeus.
—¿Dónde está? Dámela ahora, Zeus. —Encaró la Diosa Madre, sin dar tantas vueltas.
—Cálmate Démeter ¿Por eso vas a destruir el Olimpo también? —Contestó Zeus reaccionando despectivamente al comportamiento de Démeter.
Por otro lado la ninfa desmayada fue auxiliada por otra ninfa, y por Hermes que finalmente logró llegar. Él también aprovechó para hacerle un cariñito y consolar a la puerta, que de seguro le había dolido la fuerza con la que la Diosa la abrió.
—¡Me vale un comino si destruyo toda Gea! ¡He pasado mucho tiempo viviendo en agonía! ¡Necesito ver a mi pequeña Kore! —Exclamó Démeter apretando los dientes y los puños de la impotencia, sus lágrimas amenazaban con hacer presencia. —¡Estoy harta de tus condiciones, y harta de la hipocresía de todos! Nadie sabe lo que siento, ni lo que estoy sufriendo como para tener derecho a consolarme. ¡Lo menos que puedes hacer es darme a mi hija ahora!
—También es mi hija, Démeter. Pero por eso no voy a desentenderme de mis deberes y a provocar el caos entre los mortales. —Añadió Zeus con rigidez. —¡Exijo que devuelvas la fertilidad a la tierra en este preciso instante!
—¡No te atrevas a compararte conmigo, Zeus! Sé que para ti Perséfone es una hija más. Pero para mi, es única e irreemplazable ¡Y no moveré ni un solo dedo hasta que esté conmigo! —Expresó la Diosa Madre.
Zeus en cambio, comenzó a reír a carcajadas de una manera que, la Diosa Madre, se lo tomó como una burla.
—Quien lo esperaría de ti, Démeter, capaz de sacrificar la vida de millones, y hasta la tuya sólo por tu hija. —Canturreó el Dios, jocoso. —Aunque si mal no recuerdo, cuando supiste que la ibas a tener lo único que pensabas era en cuanto la aborrecías... ¿No lo recuerdas?
Démeter abrió sus ojos completamente ante tal provocación. Más no se dejó intimidar, y con la frente en alto no dió su brazo a torcer.
—Por supuesto. Admito que al principio no la quería, no podía esperar menos de un padre como tú. —Comentó con desdén. —No estaba lista para tenerla. Tenía muchos planes, metas y objetivos, los cuales tuve que detener al saber que Perséfone llegaría a mi vida. Estaba resentida por eso hasta que, solo bastó con una mirada... Una mirada fue suficiente, para darme cuenta que entre mis brazos tenía al ser más hermoso de este mundo. Incluso me atrevo a decir, que nunca conocí el amor verdadero hasta que Perséfone nació.
Zeus juraba que la mirada de Démeter desprendía algún tipo de fuego ardiente. Todo el poder de la Diosa Madre se emancipaba en un solo momento en un mismo lugar, y si no era retenido estaría a punto de estallar.
—A diferencia de ti, yo decidí ser su madre. —Continuó la Diosa. —Decidí amarla, protegerla y brindarle las mejores enseñanzas para que cuando creciera se convirtiera en una Diosa digna y respetable, tal y como merece ser. —Una lágrima cayó por su mejilla mientras se colocaba la palma de su mano sobre su corazón. —A partir de este momento, hablo por todas las mujeres que han decidido ser madres, por aquellas que aman a sus hijos incondicionalmente, y por aquellas que la vida les ha arrebatado injustamente. El amor de una madre es capaz de romper cualquier barrera, y si no me crees... ven y pruebalo por ti mismo.
Zeus no respondió palabra, solo una media sonrisa. A decir verdad apreciaba la esencia de Démeter para ser tan apasionada. Finalmente el Dios del Rayo se dio por vencido, y confiaría el destino de los mortales a la suerte.
—Dejen pasar a Perséfone.
En ese momento las puertas del Olimpo se abrieron lentamente por si solas, Démeter no apartó la mirada de ese sitio ni un segundo, todavía con el fuego recorriendo su ser. Hasta que al fin se abrieron por completo, fue cuando el fuego de Démeter cesó al ver salir de su interior a una muchacha de cabellos rojos vistiendo un elegante vestido lila. La muchacha se adentró desorientada en la sala cuando de repente inmovilizó su caminar al ver a la Diosa Madre frente a ella.
—Madre... —Pronunció Perséfone, ocasionando que el corazón de Démeter se oprimiera al escuchar su voz después de tanto tiempo.
La Diosa de la agricultura no podía creerlo. Su hija corrió a sus brazos y no pudo evitar recibirla con un fuerte abrazo, su aroma, su voz, y su delicada piel volvían a penetrar sus sentidos. Lo extrañaba, todo de ella, la extrañó mucho. Quería decírselo pero un nudo se formó en su garganta, sólo soltaba lágrimas que accidentalmente empapaban el vestuario lila de su hija.
—M-Mi niña, mi florecilla... ¡Por fin estas conmigo, hija! —Démeter se separó del abrazo, acarició el rostro de su hija y le brindó unos cuantos besos en su rostro. —Te extrañe tanto hija mía... no pude evitar pensar lo peor, en todo lo que estarías sufriendo...
—Estoy bien madre, todo está bien. —Interrumpió Perséfone, siempre serena. —Ahora estamos juntas que es lo importante, y sé que juntas olvidaremos este mal momento.
Démeter volvió a abrazarla, y esta vez tenía la intención de no dejarla ir.
Todos estos últimos días que vivió en soledad, tristeza y dolor podían irse a los rincones más oscuros del Inframundo. Ahora su hija está con ella, y no volverían a alejarse. Serían una sola enfrentándose al mundo y protegiéndose mutuamente la una a la otra.
Cuidado...
Un pensamiento repentino le provocó una mala vibra a la Diosa Madre, junto a un escalofrío que recorrió su cuerpo. Abrazó a Perséfone con más fuerza.
Ese maligno la había dejado ir, pero no sabía por cuanto tiempo ni con qué intención. Sabía que no la dejaría ir tan fácil, y que ahora su hija estaba en el ojo de todos los seres más despiadados del mundo. Démeter haría lo posible para que esto no volviera a ocurrir, sería capaz de dar su vida en el proceso.
La Diosa rompió el abrazo, y acarició la mejilla de Perséfone, quería divisar con detalle su aspecto, y asegurarse de que nada en ella hubiese cambiado. Perséfone le sonreía feliz de volver a verla, aunque al mismo tiempo detonaba cierta melancolía.
Recordaba su piel más colorada, de seguro estuvo varios días lejos del sol.
Su cabello rojo antes era más brillante, ahora tenía tonos más oscuros.
Sus curvas eran cubiertas por aquel vestido lila, un color que nunca pensó ver en su hija...
Y sus ojos, azules que transmitían su semblante tímido y dulce...
No los veía por ningún lado.
Perséfone quiso abrazar a su madre otra vez, no obstante, fue rechazada por la misma que la apartó y dió unos pasos hacia atrás.
Y con toda la confusión que Perséfone manifestaba, Démeter habló:
—Tú no eres mi hija.
La sonrisa de Kore desapareció, y su confusión fue en aumento. Todos los presentes, las ninfas, Hermes y hasta Zeus quedaron perplejos por la repentina reacción.
—¿Qué dices, madre? Soy yo, tu pequeña Kore... tu hija. —Insistió.
Perséfone quiso acercarse a ella nuevamente, siendo negada por su madre otra vez.
—No... tú no eres mi Kore.
—¿Qué te pasa, Démeter? ¡Haz enloquecido! —Exclamó Zeus.
Démeter se alejó, Perséfone intentó acercarse una última vez pero las acciones de su madre la intimidaron. No pudo evitar entristecerse ante el rechazo y bajó la mirada a punto de llorar. Démeter estaba enojada sin razón alguna, y Zeus solo la reprendia tomándola por loca, lo que podía ocasionar que todo empeorará.
Démeter no sabia a quien enfrentar, así que apretó sus puños y encaró a Perséfone exigiendole saber donde estaba su verdadera hija. Perséfone solo lloraba más con cada demanda, hasta que Démeter hostinada la agarró del cuello ocasionando que se miraran a los ojos.
Démeter sintió un gran terror al ver su rostro. Pues su hija no estaba llorando, sino que comenzó a reír con una despiadada sonrisa macabra que le erizó la piel a todos los presentes. Dando así, credibilidad a la acusación de Démeter.
—¡JAJAJA! Aww... es el momento más tierno que he visto en mi vida... Y el más empalagoso. —Rió "Perséfone" en burla.
—¿Quién eres ser maligno? ¡Dime dónde está mi Perséfone!
—Jeje... querrás decir MI Perséfone. —La voz se distorsionada, mostrando poco a poco la verdadera identidad del cuerpo usurpador. —Dejame decirte que es una pena por ti Démeter, pues soy lo último que verás de ella...
Su risa deformó por completo el cuerpo de la muchacha y todo fue cubierto por una espesa oscuridad. Las personas presentes se espantaron y salieron huyendo de ahí, Zeus se levantó de su trono enfadado y empuñó su rayo listo para el ataque. Démeter no se iba a echar para atrás, era su oportunidad de hacer sufrir al culpable de la desaparición de su hija y en ese momento...
En ese momento, Démeter despertó.
De un brinco se incorporó en la cama, con la respiración agitada la Diosa Madre buscaba la calma en cualquier rincón de su alma.
—Te dije que me las pagarías, Démeter. Dulces sueños.
La voz de Morfeo resonó en la mente de Démeter. Había olvidado que se burló del Dios de los Sueños hace un tiempo, y que el juró vengarse cuando menos se lo esperase. Y vaya forma en que lo hizo.
Al estabilizarse, Démeter se levantó de la cama y se dirigió a su ventana. Su corazón palpitó en plena calma cuando vió una pequeña maraña de pelo rojo cantar en el jardín mientras elaboraba una corona de flores, acompañada de otras ninfas.
Démeter sonrió, y su hija Perséfone al notar su mirada le devolvió la sonrisa.
Su hija era su más grande reliquia, y nunca dejaría que se la arrebataran de su lado. Si antes lo tenía claro, ahora mucho más, encontraría la forma de que nadie la poseyera y la alejara de ella. Nunca nadie sería capaz de romper ese vínculo entre una madre y su hija.
Salvo la misma Perséfone, si ella se lo llega a proponer algún día...
FIN.