Ella llegó al tanatorio con el vestido negro que él más odiaba: «Demasiado corto para un entierro», le había dicho mil veces.
Se acercó al ataúd abierto, se inclinó y le susurró al muerto:
«Te dije que si te morías antes que yo, me follaba a tu hermano en tu propia cama. Hoy cumplo la promesa.»
Se giró, tomó de la mano al hermano (que llevaba semanas sin poder mirarla a los ojos) y salieron juntos mientras la familia entera se quedaba helada.
En el parking, contra el coche fúnebre, él le subió el vestido y ella le clavó las uñas en la nuca.
«Despacio», dijo ella. «Quiero que dure lo mismo que tu velatorio.»
Y duró.
Cuando terminaron, ella se arregló el pelo, le dio un beso en la mejilla al cuñado y volvió dentro a dar el pésame como si nada.