Zenón había llegado al instituto hacía apenas unas semanas, y ya era el centro de todas las miradas. Un silencio lo envolvía, una barrera invisible que le impedía conectar con los demás. Ni siquiera con los profesores, quienes, con miradas preocupadas, nos instaban a integrarlo.
Nos pedían a todo el curso que lo integráramos a algún grupo, pero era imposible. Algo en él nos repelía, una sensación viscosa que se anidaba en el estómago. Algo en él no nos parecía normal, aunque no supiéramos que era exactamente.
Su cabello castaño se veía humano, aunque excesivamente sedoso; su piel, tersa y brillante, tenía el brillo inquietante del plástico, parecía una máscara; sus ojos, sus dientes, demasiado blancos, demasiado perfectos, como si fuera una criatura diseñada y no estuviera realmente vivo.
Sus movimientos eran extraños, como si su cuerpo le fuera ajeno, una armadura pesada que le impedía moverse con fluidez. Cada paso, cada gesto, parecía una lucha, una batalla contra su propia anatomía. Su presencia nos perturbaba, una disonancia que resonaba en nuestro interior. Con mis amigos de toda la vida, hablábamos de él a menudo, buscando una explicación para ese rechazo inexplicable.
Matías era bastante impulsivo y con tendencia a hablar más de la cuenta con unos ojos celestes muy pálido y cabello rubio; y Leonel que era más calmado y un excelente estratega, con ojos que bordeaba el negro y cabello castaño claro que creaba un contraste interesante. Éramos vecinos, habíamos sido amigos desde siempre, estado en los mismos institutos, escuelas y hasta en la misma guardería.
—No me gusta la idea de seguirlo. Giovanni, sabes que siempre te hago caso, pero Zenón… Zenón no me inspira confianza. —Leonel nos frenó, su voz baja y firme, cuando nos propusimos ir tras de él. Estábamos seguros de que todo lo que había contado de sí mismo era una mentira.
—Solo veremos donde vive y ya. No será nada grave —sonreí para calmarlo. Usualmente solo eso era necesario para convencerlo
—Si la situación se pone peligrosa me largo. Los dejaré ahí a ustedes — amenazó antes de caminar tras nosotros como siempre hacía
—Siempre eres un cobarde. Si no fuera por nosotros ni siquiera saldrías de casa y estarías todo el día estudiando química —explotó Matías en un reclamo
—Deja de molestarme, solo estoy tratando de mantenerlos vivos. Además, no me puedes reclamar por mis pasatiempos frikis, siempre te pasas las tardes armando y desarmando el primer aparato que encuentres, no se han salvado ni los televisores, lavadoras, secadoras ¿No fue la semana pasada que reparaste ese refrigerador que estaba en mi casa y que no encendía?
—Agradéceme entonces en vez de estar reclamando —esos dos nunca dejaban de discutir, era agobiante escucharlos, pero eran los hermanos que no tuve
—Debemos apresurarnos o lo perderemos —interrumpí su disputa mirando al frente mientras se me perdía en la distancia.
El asfalto, abarrotado de gente, vibraba bajo nuestros pasos apresurados. A la distancia, Zenón se detuvo para dar un rápido vistazo a su muñeca antes de echar a correr. Le seguimos el paso corriendo, decididos a que nuestro plan no fracasara.
Se detuvo al borde de la ciudad, en una arboleda sombría, a más de diez cuadras del instituto. El aire olía a tierra húmeda y hojas secas. De su bolsillo sacó una tarjeta que deslizó en una grieta del tronco de un árbol robusto, viejo y torcido. La corteza crujió, un sonido seco y agudo que resonó en el silencio de la arboleda. Una puerta, oscura y misteriosa, se abrió en el tronco del árbol, y Zenón desapareció en su interior, como si se lo hubiera tragado la tierra misma
La incredulidad nos paralizó por un instante. Nos acercamos para detener la puerta justo antes de que se cerrara por completo. y alcanzamos a detener la puerta antes que esta se cerrara tras de él. Un estruendo metálico resonó a través del tronco, el sonido de pasos apresurados que descendían por una escalera de hierro. Desde las profundidades, un segundo golpe seco, anunció el cierre de otra puerta.
—No —Leonel se negó rotundamente
—Espéranos aquí entonces. Subiremos en cuanto veamos qué hay abajo — entré en la oscuridad. Escuché como chasqueaba la lengua tras de mi
—Voy, pero si la puerta se cierra tal vez no podamos subir —en respuesta Matías tomó una rama y la puso en la puerta para evitar que esta se cerrara. Después de todo Leo tenía razón. Era un lugar peligroso y debíamos ser precavidos.
El descenso por la escalera en espiral fue lento y cauteloso. Cada paso producía un eco metálico. Nos movimos con sigilo, evitando cualquier ruido que pudiera delatarnos. El aire olía a tierra húmeda y madera vieja. Nuestras manos, extendidas para orientarnos, apenas distinguían la rugosidad de las paredes. La oscuridad era absoluta, impenetrable.
Tras un minuto que pareció una eternidad, llegamos al final de la escalera. Mis dedos, explorando la fría superficie de la puerta, encontraron un picaporte. Con un giro lento y cauteloso, la abrí. Tras lo que pareció una eternidad, llegamos al fondo.
Abrí la puerta con mucho cuidado y, al cruzar el umbral, me encontré en un interminable pasillo que recordaba a los de un barco. Las paredes lisas y blancas reflejaban la luz de manera uniforme, y las puertas pequeñas, alineadas a intervalos regulares, parecían sacadas de un crucero. Desde el otro extremo del pasillo, se escuchaban voces que vibraban con energía, pero aquí estábamos a salvo; el suelo estaba alfombrado, amortiguando nuestros pasos y haciéndolos prácticamente inaudibles. Atraídos por el murmullo, comenzamos a avanzar en dirección a las voces, cada paso acercándonos más a lo desconocido.
—Zenón, aun tenías tiempo. No entiendo por qué corriste. No debes olvidar que tu salud no te permite hacer este tipo de esfuerzos —dijo un hombre con preocupación
—En mi infancia podía hacerlo sin problemas —él respondió con un suspiro resignado
—Todo cambio. No puedes olvidar por qué estamos aquí. Parece que te estás alejando del plan. Entiendo tu resentimiento, tu miedo, pero no puedo hacer esto solo. No tengo tu edad y ellos no confiarían en mí.
—Papá, ellos son amigos y nunca se separan, no sé cómo acercarme. Me miran con desconfianza ¿No puedes hacerme parecer más... normal? ¿Más como ellos? —llegamos a un biombo que separaba los espacios de una sala de estar y el pasillo
La sala contrastaba muebles claros y delicados en un espacio dominado por sombras profundas. Dos cabezas grandes y grises se veían de espalda, sentados en el sofá, nuestro compañero estaba frente a ellos sin temor.
Cuando las campanadas dieron las cinco de la tarde cuando Zenón torció la nariz como si sintiera un dolor agudo. Su cabello castaño comenzó a desvanecerse, y su piel se tornó de un gris ceniza. Sus ojos se agrandaron, transformándose en profundos pozos oscuros, mientras su boca y nariz se reducían cada vez más. Su cuerpo empezó a adelgazar, hasta que parecía que no tenía más que piel y hueso.
Empecé a retroceder, el horror apoderándose de mí al contemplar su apariencia. ¿Qué criaturas eran esas que se encontraban frente a mí?
¿Extraterrestres, monstruos, demonios? La suave voz de Matías a mi lado me sacó de mi trance; estaba a punto de gritar. Rápidamente, cubrí su boca con mi mano, sintiendo su respiración agitada bajo mis dedos. Con una lentitud inquietante, nuestras miradas se encontraron. Fruncí el ceño y negué con la cabeza, indicándole que debía permanecer en silencio. Él asintió, y fue entonces cuando lo solté. Leonel, por su parte, seguía observando la escena, sin parecer particularmente exaltado.
—¿Algún efecto secundario? Esta fue una receta nueva, por eso duró 10 horas y no nueve como siempre —el extraño ser frente a nosotros cruzó los delgados brazos que se perdían dentro de la ropa que había usado en clases
—Debiste decirme que estabas probando algo nuevo, no hubiera tenido que correr —el chico reprochó con molestia
—Volviendo al tema, Zenón. Debes hablar con ellos. No queda mucho tiempo. Si nos descubren, tendremos que huir otra vez. De ti depende si viven o mueren. Si los convences, sobrevivirán. Si no... solo hay un camino —el hombre ignoró el reclamo
La transformación de Zenón había sido nuestra invitación a escapar. Nos dimos la vuelta y emprendimos la retirada. El latir de nuestros corazones marcando el ritmo de nuestros pasos apresurados. Al cerrar la puerta tras nosotros, la urgencia nos impulsaba hacia arriba por las escaleras. Llegando arriba, la entrada seguía abierta, un respiro de alivio en medio de la tensión.
Una vez fuera, cerramos todo con cuidado, borrando cualquier rastro de nuestra presencia. La huida comenzó, una carrera desesperada para alejarnos de aquel lugar. Sujeté a Leonel, que se quedaba rezagado, obligándolo a mantener mi ritmo. Nos detuvimos ocho cuadras más allá, en una pequeña plaza cercana a nuestras casas, buscando un respiro.
—¡Que fue eso! —gritó Matías, jadeando por el esfuerzo y el terror.
—Estamos muertos, estamos muertos —Leonel, con los ojos desorbitados, empezó a deambular sin rumbo, cubriéndose la cabeza con las manos.
—¡Cálmense!¡Nada pasará, no nos vieron! —alcé la voz intentando imponerme al caos
—¡Giovanni, abre los ojos! ¡Si fueron capaces de convertir un árbol en un escondite con un mecanismo invisible, y pueden cambiar de forma a voluntad es ilógico que no tengan alguna cámara para saber si estuvimos ahí! —exclamó Leonel, presa del pánico
—Tienes razón, estamos muertos —Matías lo apoyó derrotado
—¡No vamos a morir! Piensen. Zenón está aquí para convencer a alguien de algo o tendrán que eliminarlo. No es a nosotros o ya se hubiese acercado de alguna manera — intenté sonar convincente. ambos me miraron con recelo.
—No lo sé, Giovanni. Ya no quiero seguir aquí. Volveré a casa. Les recomiendo que hagan lo mismo. No sabemos si nos están siguiendo.
— Tenías que decir eso ¿Verdad? — espetó Matías con frustración
—Debí hacerte caso, Leonel. Si algo sale mal, será mi culpa por llevarlos a un lugar tan peligroso —apreté los dientes con frustración
— No es tu culpa, Giovanni. Ambos decidimos seguirte. Ya tenemos 12 años; sabemos tomar nuestras propias decisiones —Matías, con una mirada penetrante me tranquilizó. La culpa seguía ahí, pero sus palabras me reconfortaron un poco.
—Aunque me negué al principio, también entré a ese búnker. No puedes culparte de todo— los ojos de Leo estaban apagados
—Debemos avisarnos si algo ocurre —ambos me rodearon con sus brazos en un gesto silencioso de apoyo
Volvimos a casa mirando constantemente hacia atrás. En cuanto estuvimos dentro de las rejas de nuestros hogares la sensación de alivio fue instantánea. Mis padres habían salido a visitar a unos amigos, así que estaría solo por algunas horas. Subí a mi habitación en el segundo piso, la imagen de aquellas criaturas grabada en mi mente. ¿Cómo era posible que existieran semejantes seres? El recuerdo de sus rostros, sus ojos oscuros y profundos, me perseguía sin descanso.
Esa noche tuve una secuencia de espantosas pesadillas en que me perseguían y despertaba cuando veía y sentía que me mataban. Desperté del todo a las cinco de la mañana, vi a través de mi ventana, nada parecía diferente, eso me tranquilizó. Fui al baño a ducharme y prepararme para el instituto.
El espejo reflejó la falta de sueño. Mis ojos miel parecían más claros, enmarcados por profundas ojeras. Mi cabello oscuro estaba seco y enmarañado. Tras un desayuno rápido, esperé impaciente la hora de reunirnos para ir a clases. Al ver a Matías asomarse por la ventana de enfrente, sentí un alivio inmediato. Parecía aliviado de verme, aunque mucho más cansado que yo.
— ¿Pudiste dormir algo? —pregunté a Matías a modo de saludo.
—Nada, me quedé toda la noche mirando por la ventana ¿Qué hay de ti?
— Dormí algo, pero tuve una pesadilla tras otra. —En ese momento, Leonel salió corriendo de su casa, medio dormido y visiblemente apresurado—. ¿Te quedaste dormido?
— Casi nada. Me costó quedarme dormido y despertarme esta mañana fue un suplicio.
—Parece que tuviste una mejor noche que nosotros. Vamos a clases, nos atrasaremos si seguimos conversando
Fuimos con rapidez sin tomar en cuenta la hora. Al llegar, nos dimos cuenta de que el colegio estaba desierto. Consultamos nuestros relojes: faltaban veinticinco minutos para que comenzaran las clases. Con el cansancio que llevábamos encima, era muy probable que nos quedáramos dormidos en la sala, pero a esas alturas, ya poco importaba.
Nos dejamos caer en nuestros asientos, rendidos por el agotamiento. Tratamos de conversar de cualquier tema para no dormirnos, pero de todas formas nuestros ojos se cerraban solos. Sabíamos que nos dormiríamos durante toda la mañana, pero al menos ese día solo teníamos clases en las que sobresalíamos; a los profesores no les molestaría.
Unos pasos me sobresaltaron. Con la vista fija en la mesa, solo pude distinguir un torso a mi lado. Lentamente, alcé la mirada. Allí estaba Zenón. Me aparté de golpe, chocando con Matías, que dormía a mi lado. El contacto repentino lo despertó, y un grito ahogado escapó de sus labios al ver al ser que se erguía ante nosotros. La criatura frunció el ceño, mostrando una mueca de disgusto.
—En lugar de asustarse, quiero saber por qué me siguieron y entraron a mi casa ayer. No lo nieguen, las cámaras lo registraron todo —dijo. la advertencia de Leonel, quien permanecía discretamente detrás de Matías.
—Fue solo curiosidad, y ellos me siguieron. Lamento haber invadido tu propiedad, pero en la grabación podrás comprobar que no robamos nada. Nos pareció un lugar extraño, pero apenas vimos que solo eran puertas nos fuimos de inmediato. Nuevamente te pido disculpas a ti y tu familia por alguna molestia que le hayamos causado —respondí, luchando por mantener la calma y evitar que mi voz temblara. La criatura golpeó la mesa con fuerza, invadiendo mi espacio personal. Se veía incluso más inhumano, su piel parecía una máscara a punto de resquebrajarse.
—Si solo vieron puertas ¿Por qué están tan asustados? —preguntó la criatura con una voz fría
—Es un crimen entrar a una casa sin ser invitados, tememos las represalias de su familia. Fue un error, nos arrepentimos de inmediato, pero la curiosidad nos venció. Nos gusta explorar lugares nuevos, investigar... —forcé una sonrisa que no lograba disimular mi miedo. La expresión de él se tornó sombría y amenazante.
—¡Deja de mentirme en la cara, Giovanni Fontana! —su voz resonó con una fuerza inesperada —Se perfectamente lo que vieron —me agarró del cabello, obligándome a mantener la mirada fija en sus ojos.
—Suéltalo ahora, o esto se pondrá feo. No me importa quién o que seas — Matías, intervino sin dudarlo. Sujetó la muñeca de Zenón con firmeza, obligándolo a liberarme antes de empujarlo ligeramente hacia atrás. Me puse en pie, buscando refugio detrás de mi amigo, quien se mantenía firme, preparado para la confrontación. Él no iba a retroceder.
—Por favor mantengamos la calma. Zenón, no hay necesidad de agresividad. No diremos nada, solo necesitamos la garantía de que no nos harán daño por lo que sabemos. Ustedes en su mundo, nosotros en el nuestro. Vivamos en paz — le pidió Leonel con una sonrisa nerviosa
—¿Tú... me pides que vivamos en paz? —preguntó Zenón, su voz llena de incredulidad —¡Todo esto es tu culpa! —nos miró con una expresión de rabia y confusión que nos dejó atónitos. Mi apariencia... la de todos... es tu culpa.
—Puedo ser culpable de impaciencia, incluso de ser ofensivo o de allanamiento de morada, pero ¿Qué culpa tengo yo de tu apariencia? —Leonel se puso de pie para encarar a Zenón, su mirada desafiante. No había temor en sus ojos; era valiente cuando quería serlo.
—Leonel, tú fuiste quien creó el arma biológica que nos dejó así —rugió. La risa de Leonel, aguda e inesperada, cortó la tensión y Zenón retrocedió, como si lo hubiera golpeado.
—¡Qué dices! Soy un chico de 12 años. Sí, me va bien en química y biología, pero crear un arma biológica... ¡Eso es absurdo! Entiendo que estés furioso, pero no inventes esas cosas para justificar tu odio.
—No lo hiciste a los doce, lo hiciste a los cuarenta y ocho. Tú, con esa banda de criminales... —Zenón hablaba con una honestidad escalofriante, aunque sus palabras nos dejaban completamente desconcertados
En 2075, Leonel Dorantes creó un arma biológica tras cientos de experimentos fallidos, para dañar molecularmente a los humanos y convertirlos en una nueva especie, una venganza por una injusticia de su juventud.
En 2076, el arma se liberó a través de los alimentos a nivel global. La gente enfermó, y el mundo se convirtió en un caos de monstruos. Giovanni Fontana, aprovechando el terror, tomó el control como un dictador. Cuando parecía que la situación mejoraba, apareció Matías Lancaster con sus robots con inteligencia artificial para esclavizar a la población.
Intentamos recuperar nuestra forma, pero sin éxito. Mis padres son científicos; mi padre encontró la forma de mantener la apariencia humana por más tiempo, y mi madre inventó una máquina del tiempo para intentar revertir este futuro perdido.
—No puedo justificar, ni siquiera explicar lo que haré 36 años en el futuro; para mí, eso no ha ocurrido. Quieres venganza, pero has venido al lugar equivocado. Soy solo el comienzo del malvado yo del futuro — explicó lo más calmado que pudo
—No quiero vengarme —confesó con su voz baja y sincera. Recordé las palabras de su padre: si no les ayudábamos, nos matarían. No podía permitirlo, menos por algo ocurrido en un futuro desconocido —Cuando todo esto sucedió, solo tenía 7 años. Si siguen por este camino, nada se podrá remediar, y muchos más sufrirán las consecuencias.
—Zenón —dije, acercándome mientras él retrocedía—. Entiendo tu dolor. Podemos remediar esto. No sabemos qué nos llevó a cometer semejante atrocidad, pero lo que sí sabemos es que no volverá a ocurrir. Transformar a las personas en monstruos... es una maldad injustificable.
—¿Qué más pasó con nosotros, además de lo que contaste? —preguntó Matías con frialdad.
—No se sabe mucho. Eran familia, se protegían de la maldad del mundo. Se sabe que tenían antídotos en caso de que se convirtieran en nosotros. Intentaron robárselos, pedírselos, crearlos nosotros mismos. Pero luego muchos años, ya nadie parecía tan preocupado por la apariencia y poco a poco el caos se acabó
—¿Y qué podemos hacer? No sabemos nada del futuro, Leonel apenas sabe ciencia. No podemos ayudar en nada —dije, cruzándome de brazos y mirándolo fijamente. Me estaba acostumbrando a su apariencia, aunque seguía siendo inquietante.
—Lo único que pueden hacer es no repetir esa atrocidad en el futuro. No sé cuáles serán sus razones, pero no es justo que gente inocente pague por algo que no hizo.
—Tienes toda la razón, la gente inocente no tiene la culpa —admitió Leonel, el alivio en su rostro era evidente—. No puedo crear una cura, solo soy un estudiante de instituto.
—Nadie te pide eso —dijo— ¿Podrían ir a mi casa esta tarde? Quiero que hablen con mi familia
—No, me niego a ir a tu casa —respondió Matías, su tono categórico—.
¿Acaso no piensas que podrías estar tendiéndonos una emboscada? Aquí estamos a salvo, en un territorio neutral. Y, además, no hay manera de verificar tu relato.
—Precisamente por eso quiero que vayan a mi casa. Ahí están las pruebas.
—Si ustedes quieren acompañarlo está bien, me iré a casa. No pienso seguir a este monstruo a su nave espacial o lo que sea que sea esa cosa —Matías se volvió a sentar, dejando a Leonel y a mí frente a Zenón
—¡No me digas así! ¡Fueron ustedes los que me convirtieron en esto! —su voz se quebró y sus ojos se humedecieron
—Según tu supuesta historia solo crearé un genial ejercito robot. Debes agradecer que no hubo más ingenio para convertirlos en ciborg o ahora serias un organismo que depende de máquinas para vivir —Matías se burló. Le di un golpe suave en el hombro para que se callara mientras la criatura frente a nosotros lloraba
—Está bien, daré por completada la misión como fracaso. No logré convencerlos —murmuró
—Nací en el año 2789, en Gostrees. Un cataclismo volcánico había acabado, según dicen, con casi toda la humanidad. Nosotros, sin embargo, estábamos a salvo, en un búnker de lujo con aire acondicionado y conexión wifi, bajo la tutela del "Ser," una entidad benévola que nos enseñó a cultivar tomates hidropónicos. El siguiente paso en la evolución, según él —empecé a decir tratando de ocultar una sonrisa burlona
—¡Disparates! ¿Te burlas de mí? —exclamó Zenón, indignado.
—Entiendo tu enfado, pero tu historia nos parece inverosímil —dije con sinceridad—. Lamento tu situación, créeme. Pero no podemos comprobar nada, y es muy arriesgado ir a un lugar que nos parece peligroso. En tu mundo puede ser normal, pero aquí... es una sentencia de muerte. Además, no pareces humano, y es natural que desconfiemos. Nuestras ojeras lo demuestran; el miedo nos ha quitado el sueño. Para ti es tu realidad, pero para nosotros, es una pesadilla —me miraba pensativo. No lo había herido
—¿Qué te parece el bosque? Es solitario y es fácil mostrarles allí
—Por mí, está bien —dije, mirando a mis amigos.
—Yo también estoy de acuerdo —asintió Leonel. Vimos a Matías, que parecía dudar.
—Iré... para que no los maten —dijo a regañadientes, con evidente disgusto.
—Perfecto, avisaré a mi familia para que se preparen —dijo Zenón, con una emoción inesperada. Era sorprendente; a pesar de que parecía un extraterrestre confiaba en él. Contra todo pronóstico, creía en su historia.
Caí en un sueño profundo a mitad de la primera clase. Desperté sobresaltado en la última hora, con la profesora inclinada sobre mí, su rostro una máscara de irritación. Tuve que inventar una excusa sobre una película de terror y la falta de sueño. Aceptó, de mala gana. Al salir, Zenón nos esperaba con una sonrisa inquietante, demasiado perfecta para ser humana. Lo seguimos en silencio absoluto. Cada paso resonaba en las calles, amplificando nuestro miedo.
—Debemos apresurarnos. El tiempo se me acaba —dijo Zenón con urgencia.
Llegamos al bosque con una rapidez inquietante. Allí, esperaban varias figuras que parecían ser su familia. Tenían su misma apariencia inquietante, pero me producían un escalofrío que recorría mi columna vertebral. Zenón se dirigió a ellos con una extraña mezcla de orgullo y nerviosismo
—Papá, mamá, los traje —avisó
—Deben estar sorprendidos. Pero la historia de mi hijo es cierta. Aquí tienen una prueba —dijo el padre de Zenón, extendiendo una pierna que, a pesar de su apariencia humana, irradiaba una extraña frialdad. Matías, sin dudarlo, se acercó. Lo seguimos, cautelosos. Con una destreza asombrosa, Matías comenzó a desmontar la pierna, revelando una intrincada red de mecanismos y cables bajo la piel artificial.
—He hecho prototipos similares en casa, pero esto... esto es infinitamente superior. ¿Látex? —Matías examinaba la piel con dedos expertos, su voz apenas un susurro. El padre de Zenón observaba, una mezcla de asombro y terror en sus ojos. Cuando se trataba de máquinas, mi amigo se transformaba.
—¿Podrías hacerlo?
—Claro, pero no se mucho de programación y la ejecución de alguna IA para darle vida a este pedazo de chatarra —pude ver como aquellos seres retrocedían con sus ojos llenos de miedo
—¡Matías! —mi voz resonó como una orden. Se giró, sus ojos aun reflejando el brillo de la fascinación mecánica, y devolvió la pierna a su dueño con una disculpa casi automática.
—Disculpen, puedo ser un poco intenso —su voz aún vibraba con la emoción del nuevo descubrimiento frente a él
—No cambiaste mucho con los años en ese aspecto ¿Nos acompañan al interior? —murmuró el padre. Los seguimos un poco más confiados, parecían tener tanto miedo como nosotros.
Una a una, las puertas se abrieron, revelando una casa sorprendentemente normal: una cocina, una lavandería, un taller de robótica sorprendentemente ordenado, un laboratorio repleto de instrumentos brillantes.
Entonces, Zenón se detuvo, su cuerpo cambiando, transformándose ante nuestros ojos en la criatura que habíamos visto el día anterior. El miedo nos paralizó por un instante, antes de que el instinto de supervivencia nos impulsara a retroceder.
—Iré por una dosis de dos horas —salió con tranquilidad
—Esto es lo que quería que vieran —su madre se acercó a una computadora de diseño minimalista pero elegante, su pantalla emitiendo un suave resplandor. Con un gesto casi ceremonial, señaló la pantalla.
En la pantalla apareció un video. Éramos nosotros tres, pero adultos, versiones distorsionadas de quienes éramos. Las imágenes mostraban el comienzo de la pesadilla: personas retorciéndose en alaridos de dolor, sus cuerpos transformándose en monstruosas criaturas. El video revelaba la verdad: una vez que la mutación se había apoderado de ellos, la búsqueda de culpables se volvió frenética, ciega, brutal.
En la pantalla, aparecí yo autoproclamándome gobernante de la humanidad con una mirada despiadada. A mi lado, Matías, con su ejército de robots, aplastaba sin piedad a quienes se oponían a mi régimen. Mi voz, fría y calculadora, acusaba a Leonel como el científico responsable de la mutación del ADN humano.
Cuando Leonel apareció en la pantalla, un silencio sepulcral llenó la habitación. Su rostro era una máscara de sufrimiento, los ojos apagados, vacíos. Lo conocía desde pequeños; reconocí la mirada vacía de la profunda depresión que lo consumía.
—¿Qué información tienen de Leonel? —les exigí preocupado por el futuro de mi amigo
Me mostraron la información con timidez. En ese instante, comprendí que, a pesar de mi juventud, todavía le temían a mi yo adulto. Comencé a leer y descubrí que Leonel se casó a los 18 y tuvo un hijo, a quienes amaba intensamente. Pero esa felicidad se convirtió en una pesadilla cuando, tras inventar ese compuesto, ambos murieron, víctimas de su propia creación.
Los gobiernos mundiales, en un acto de crueldad inhumana, secuestraron a la familia de Leonel y realizaron experimentos con drogas experimentales, convirtiéndolos en grotescas versiones de las criaturas que él había creado. La muerte les llegó en pocas horas.
El dolor y la rabia consumieron a Leonel, quien, en su desesperación, desató su venganza sobre la humanidad. Sin embargo, el video explicaba que nosotros habíamos sido los ejecutores de su venganza, ya que él, destrozado por el dolor, no tenía la fuerza para hacerlo por sí mismo.
—Ni siquiera conozco a esa chica, ni a mi hijo, y, aun así, me duele... ¿Por qué permitieron algo así? ¿Por qué me arrebataron todo? —La voz de Leonel, rota por el dolor, resonó en la habitación. Una fotografía apareció en la pantalla: él, joven y sonriente, junto a una hermosa mujer y un niño de 8 años. La foto había sido tomada dos semanas antes de la tragedia. Hice cuentas. Habían pasado más de 10 años desde que comenzó a planear su venganza.
—Antes de que intenten justificarlo —la voz del padre de Zenón resonó con amargura —Esto no fue culpa de todos. Pagamos el precio por los crímenes de unos pocos. La humanidad sufrió un infierno innecesario —Leonel, visiblemente afectado por la revelación, se alejó de nosotros, su rostro reflejando un profundo dolor
—Fue demasiado... —murmuró antes de salir corriendo. Lo seguimos con urgencia
Lo encontramos en la oscuridad de la escalera metálica, deshecho en llanto. Lo abrazamos con fuerza, sintiendo la fragilidad de su cuerpo tembloroso. La imagen de su rostro en el video, su mirada vacía, su aspecto descuidado, volvió a mi mente. Lo habían destruido, y nosotros, en nuestra ciega búsqueda de justicia, habíamos causado un daño irreparable, sin importar el costo.
—No investigues más —le aconsejé a Leonel, mi voz baja y firme —Vive con tu familia. Si descubres algo, no lo patenten. No quiero que termines como tu otro yo
—Quiero irme —susurró Leonel
—Vámonos. No quiero nada relacionado con ellos —dije, tomándolo del brazo.
Un crujido agudo rasgó el silencio, seguido de un temblor que sacudió la estructura metálica hasta sus cimientos. Nos apresuramos a salir, escuchando el sonido de pisadas pesadas detrás de nosotros, subiendo por la escalera. Entonces, una máquina extraña con formas y mecanismos que jamás habíamos visto se materializó a nuestro lado.
—¡Aléjense, niños! —los padres de Zenón nos empujaron con fuerza, apartándonos del extraño artefacto. De su interior surgió Matías, un hombre envejecido, su rostro marcado por el tiempo y una mirada maniática
—Funcionó —dijo Matías, su voz un susurro mientras sonreía a alguien que estaba en el interior —Hemos regresado al año de nuestra infancia. Este lugar sigue siendo un bosque... Oh, no... —murmuró, su mirada fija en nosotros, llena de una preocupación que heló nuestra sangre.
—Veo que mi yo anciano provocó una maldita paradoja temporal. Felicidades, ahora es probable que rompas el espacio tiempo. ¡Excelente trabajo! Se supone que por eso no se realizan viajes en el tiempo.
—¡Eres un maldito niño! —salió para reclamarle
—Y por cierto soy el mismo maldito niño que fuiste hace un par de siglos — se burlaba de su yo adulto sin el más mínimo respeto
—¡Quien te crees! —el mayor iba a golpearlo. Miré la situación con incredulidad. Matías seguía siendo Matías sin importar cuantos años pasaran
—Esperen —con voz firme interrumpí la confrontación —Matías, no dejes que te toque o tal vez ambos mueran
—¿A quién le hablas, Gio? —preguntó el Matías adulto, su voz sorprendentemente tranquila —¿Había calmado al Matías adulto?
—A ambos. Sé que tienen personalidades fuertes y les cuesta tolerarse, pero recuerden que se están lastimando a sí mismos —respondí, tratando de mantener la calma. De repente, mi yo adulto apareció, su mirada fría e intimidante. Nuestras miradas se encontraron, cargadas de una tensión silenciosa.
—Gio, hemos cambiado bastante —le comentó Matías adulto con una sonrisa de ternura
—¿Porqué? —le pregunté a mi yo del futuro de manera seca
—Especifica —respondió mi versión adulta, sus ojos fijos en los míos.
Ninguno parpadeaba en una lucha de poder. La tensión era palpable.
—El viaje en el tiempo, tu presencia aquí, y lo que le hicieron al mundo —mi voz era fría
—Contamos todo lo ocurrido a la familia de Leonel y al mundo —explicó mi yo del futuro —Se burlaron de su dolor, de nosotros. Les advertí, les dije que, si no respetaban, al menos, el dolor ajeno, sufrirían las mismas consecuencias. Lo viralicé en redes y noticias a nivel mundial. Y cumplí mi advertencia. Conocemos a Leonel desde siempre... ¿Qué harías si lo lastiman?
—Buscado venganza —respondí con firmeza —Pero no de esa manera...— un estruendo procedente del interior de la estructura metálica nos interrumpió. Ambos intercambiaron una mirada de horror y corrieron al interior.
—¡Leo no, por favor! —el grito desgarrado resonó desde una habitación. Los tres, movidos por un impulso irrefrenable, salimos corriendo tras ellos.
—No más. No le hagan más daño a nadie —escuché llantos adentro
—Solo estamos nosotros en la infancia. Suelta eso, no te lastimes —Leonel avanzó y entró a la habitación de donde provenían las voces para enfrentarse a su yo adulto. No quisimos dejarlo solo.
—Siento lo que le pasó a tu familia, tu esposa, tu hijo —nuestro Leo rompió a llorar. Nuestras versiones adultas, presas de la desesperación, se movían sin rumbo, observando la escena con impotencia —Si ese es mi futuro no lo quiero —negué sabiendo que buscaría su propia destrucción. Se acercó a su versión adulta quien se puso en pie. Se abrazaron mientras un grito colectivo resonaba en la habitación. El tiempo pareció detenerse. La tensión era insoportable. Luego, el silencio. Nada sucedió.
—Podemos tocarnos —mencioné en un murmuro
—Me parece perfecto —Matías respondió con una sonrisa escalofriante, la misma mirada maniaca que había visto en su yo adulto, y asestó un golpe brutal a mi versión mayor. Un silencio sepulcral cayó sobre la habitación.
—¿Por qué...? —susurró con sus manos cubriendo su rostro magullado.
—¡Maldito líder de pacotilla! —espetó Matías, su voz llena de rabia—. Dañaste al mundo entero en lugar de llevar a Leonel con un psiquiatra. Sabes que siempre te obedecemos, que eres el más centrado... ¿Y a dónde nos llevaste? ¿A dónde llevaste al mundo entero? Mírate, Gio, mira a tus hermanos. Me convertiste en un científico loco, usaste mi trabajo para convertirte en dictador, mientras Leonel moría en vida por depresión. Sabes que él es el más sensible... ¿Ves algún cambio en él? —señaló a Leonel y a su yo adulto, abrazados y llorando—. ¡Ninguno! Ignoraste todo, lo expusiste, le hiciste creer que todo era su culpa, que él era el responsable de todo el daño.
—¿Me repites el mismo sermón incluso de niño? —la frialdad en la voz de mi yo del futuro era palpable, su mirada fija en su amigo, ignorando completamente al chico que lo había confrontado. Me volví hacia mi interior, buscando mis propias debilidades, esas grietas en mi personalidad que seguramente persistirían en el futuro, las mismas que habían conducido a esta catástrofe.
——No puedo creer lo que te has convertido —dije, la voz cargada de incredulidad y decepción—. No sé qué pasó, qué te hizo cambiar tanto. Me da asco, una vergüenza terrible pensar que ese es mi futuro, que acabaré siendo un ser tan despreciable como tú. ¿Dónde quedó mi bondad, mi empatía? Prefiero morir antes que llegar a ser como tú —lo miré con desprecio
—¡Hice que nuestro amigo fuera vengado! —gritó mi yo del futuro, la furia desatándose en su rostro. Había tocado mi punto sensible, lo sabía. Matías y Leonel lo observaban, una mezcla de asombro y miedo en sus ojos. A pesar de su ira, algo permanecía inmutable, mi tranquilidad. —¡No tienes idea de lo que es ver a Leo llorando, tratando de morir! ¡Luchar cada maldito segundo para mantenerlo vivo solo para que se burlen de su dolor cruelmente! Este mundo no es amable como lo crees
—Solo viéndote ya se lo cruel que puede ser el ser humano —seguí atacándolo
—Solo viéndote ya sé lo cruel que puede ser el ser humano —mis palabras fueron mordaces
—¡Cállate, no tienes idea! — perdiendo la paciencia, me sujetó con fuerza por los hombros, sacudiéndome con violencia
—Soy tú, tú eres yo —repliqué con voz firme— No puedes escapar de tu pasado, pero yo sí puedo escapar de mi futuro. Eso significa que puedo hacerte desaparecer. Sabes que no existe futuro sin pasado. Si lo hago, Matías acabará solo, porque Leonel como científico terminará en el mismo camino, y su sensibilidad lo matará
—No te atreverías —dijo mi yo del futuro, una risa nerviosa escapando de sus labios.
—Sabes que si —mi sonrisa fue gélida —Solo una situación extrema lo lograría y si es para acabar contigo…
—Gio. Cuando volvamos, todo esto será solo un recuerdo. Hemos alterado nuestro pasado irremediablemente. Hay realidades paralelas. Una paradoja temporal. —el Matías adulto lo miraba preocupado —Cuando volvamos nuestros yo no habrán construido ningún imperio. Y cuando volvamos a nacer nadie les avisará y esta historia volverá a repetirse
—Sin contar las variantes. En una, Gio y Leonel mueren para evitar el final. En otra, no pueden salvar a Leonel… y todas las consecuencias intermedias…— dijo nuestro Matías
—Toda la razón, provoqué una maldita paradoja temporal mostrándome a mi yo del pasado —se miraron con cansancio
—Leo, es hora de volver a tu tiempo —dije, acercándome a él —Todo el daño desaparecerá, y tal vez… tu familia siga viva. Me acerqué a mi amigo adulto; se puso de pie y entró en una habitación. Regresó con una carpeta, que le entregó a su yo más joven.
—Esta es la fórmula, la cura —dijo con voz baja —No la repliques, y estoy seguro de que todo estará bien. Tal vez pierda 21 años con mi hijo… pero saber que está vivo… eso lo es todo.
—Haré recuerdos de cada momento, fotografías y videos —dijo Leonel, abrazando a su yo del futuro—. Cuando llegues, sentirás que puedes revivir todo como si no lo hubieras perdido. Los tres salimos de la máquina del tiempo, pero mi yo del futuro me detuvo.
—¿Sigues decepcionado? —su ceño estaba fruncido
—Siempre lo estaré —respondí—. De saber que fui capaz de dañar a inocentes, en lugar de solo a los culpables. Me acerqué a él, y le asesté un fuerte puñetazo. La carcajada de ambos Matías rompió el silencio. Reí también. —Te pasa por convertirte en un dictador.
—Me haría daño, pero me dejaría marcas —dijo mi yo del futuro
—Eso si que seria divertido. Una gran cicatriz que te hiciste tú mismo por herir a tu yo niño. "Viajé al pasado y herí a mi yo niño por maleducado, y me apareció esto" —Matías adulto se rio a carcajadas imitando mi tono
—Ibas a hacer lo mismo —le dije
—Realmente muy estúpido —nuestro Matías se burló de él
—Realmente muy estúpido —bromeó Matías, burlándose de su yo del futuro.
—Matías, nunca vas a cambiar —murmuramos mi yo adulto y yo al unísono, mirándonos con divertida molestia. Los seis reímos, una carcajada colectiva que llenó la habitación. De alguna manera, era muy cómodo estar juntos.
Nuestras versiones futuras comenzaron a desvanecerse en el aire como si nunca hubieran existido. El futuro había sido alterado, y con él, su presencia. Detrás de mí, Zenón se desmaterializaba, su forma humana volviéndose cada vez más etérea, como una imagen fantasmal a punto de perderse en la bruma del tiempo.
—Ten suerte con tu vida. Perdona el daño… —murmuré, la tristeza oprimiéndome el pecho.
—Donde vamos esto jamás habrá pasado —su familia, ahora con una apariencia completamente humana, se desintegraban lentamente junto al árbol. Sus formas se disipaban en el aire, dejando tras de sí un silencio profundo y una sensación de irrealidad.
—Después de 41 años seguiremos siendo amigos —La sonrisa de Leonel, a pesar de todo, era un rayo de esperanza con la carpeta aun en sus manos—Iré a estudiar esto, a ver qué causó la mutación en la gente.
—¡Trataré de recrear esos malditos robots geniales! Quiero mi propio robot en casa para uso personal, tal vez me vuelva millonario —exclamó Matías, con entusiasmo
—Trataré de estudiar economía para ver si te ayudo a vender esos robots. Ya vi que sé dirigir masas como un dictador —reímos y volvimos a casa
Quince años pasaron, quince años en los que la imagen de Zenón y el encuentro con nuestros futuros yos permanecieron grabados en mi memoria. Pero la vida seguía, y Leonel, con su esposa y su pequeño hijo, representaba una imagen de paz y felicidad familiar que contrastaba con el recuerdo de la oscuridad del pasado.
—Chicos, lo logré —anunció Leonel, su voz vibrante de emoción—. He recreado el virus perfecto, y su antídoto. Lo probé en animales, y funciona.
—¿Qué? Como se te ocurre, debías eliminarlo —la reprimenda de Matías fue inmediata
—Tengo otros planes —dijo, con una sonrisa enigmática—. Quiero el reconocimiento de la comunidad científica que me despreció. Este virus es aéreo, se propaga como un resfriado… —la ambición brillaba en sus ojos
—¡Estás loco! —mi grito resonó en la habitación, pero Leonel solo respondió con una sonrisa gélida e inmutable.
—Ya es tarde —dijo, sus dedos se movieron con precisión sobre el teclado.
Había una calma inquietante en su actitud.
Los días que siguieron fueron una pesadilla. Mi cuerpo se transformó, adoptando la apariencia de Zenón y su familia. El dolor era insoportable, incluso el más leve movimiento me producía un sufrimiento agudo. Matías, ajeno a su propia agonía, y al colapso del mundo, seguía trabajando en sus robots, ajeno a la crisis que se extendía desde los aeropuertos. Era una espiral de culpa y paranoia que envolvía al planeta.
Meses después Leonel y su familia se mostraron completamente sanos, libres del virus que él mismo había creado, una cura "milagrosa" que vendió a las farmacéuticas. En menos de un año, la enfermedad había sido erradicada.
Leonel recibió el Premio Nobel de Ciencias por su descubrimiento, un triunfo que contrastaba con el horror que había causado. El reconocimiento y el dinero llegaron, junto con un puesto en una prestigiosa academia, un final feliz que parecía sacado de un cuento de hadas, aunque a un precio terrible.
No me parecía bien, no estaba conforme con su método, pero no podía delatarlo. Era mi hermano, después de todo. Y, además, necesitaba ese dinero del Nobel para pagar la universidad de su hijo. Los años pasaron, y para mi alivio, la cura de Leonel no dejó secuelas, un consuelo agridulce en medio de la complejidad de la situación.
Cuando Matías tuvo sus robots listos, Me encargué de su lanzamiento al mercado, y la respuesta fue abrumadora. El dinero llegó a raudales, cantidades desorbitadas que superaron nuestras expectativas más audaces. Ambos nos convertimos en ricos, casi de la noche a la mañana. La atmósfera era extraña, una mezcla de euforia y desconcierto. El mundo, tras la crisis, parecía un lugar impredecible, donde la tecnología y el dinero eran los nuevos reyes.
La noticia me llegó una mañana, el virus de Leonel había sido replicado, su culpa expuesta al mundo. Como castigo, su familia fue infectada con una versión mutada del virus, y murieron, víctimas de su propia avaricia.
Una parte de mí sentía que se lo merecían, por el dolor que nos habían causado. Pero otra parte, la más profunda, solo sentía una punzante tristeza. Con la ayuda de Matías, lo sujeté con fuerza y lo llevé a un centro hospitalario para que trataran su depresión, un intento desesperado de salvarlo de sí mismo.
—No volveré a ser un hombre cruel —dije, mi voz baja y cargada de arrepentimiento. La experiencia vivida me había cambiado para siempre.
—Lo sé —respondió mi amigo, con comprensión —La situación cambió. Él fue quien causó el daño primero. Su acción desencadenó todo lo demás.
Apareció un árbol conocido frente a nosotros, era el hogar de Zenón. Se abrió la puerta y salió su padre convertido en la misma criatura que recordaba. Un escalofrío de horror me recorrió la espalda ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué habían vuelto transformados?
—Por favor… no hagan daño… —suplicó el padre de Zenón, su voz apenas un susurro, llena de una desesperación palpable—. Nadie tuvo la culpa… por lo que le hicieron a su amigo —La atmósfera se volvió opresiva, pesada, mientras tratábamos de comprender sus palabras.
La vibración de mi celular anunció la noticia: “Leonel había sido asesinado en el hospital donde estaba recibiendo tratamiento”. Matías y yo intercambiamos una mirada desolada con nuestros ojos llenos de lágrimas.
Una sonrisa cruel de desesperación y determinación se dibujó en mis labios. Mientras ellos se preparaban para huir al pasado. Tomé una determinación, no permitiría que nos volvieran a advertir del pasado. Al menos, tendríamos a Leonel con vida. Para eso tendría que acabar con esa familia.
—Los robots están por todo el mundo —una risita malévola que había visto en el pasado se le escapó a mi hermano —Es tan fácil como controlarlos desde el servidor —añadió con una voz baja y siniestra
—Después de todo, sí puedo ser un hombre cruel —mis ojos estaban fijos en el mensaje del hospital, confirmando la muerte de Leonel. Una sonrisa fría y calculadora se dibujó en mis labios —Bienvenidos al infierno