Había una vez un guerrero común y corriente… o al menos eso parecía. Un día, harto del reinado cruel del Rey Mago, se plantó frente a su castillo y gritó:
—¡Tu era de terror termina hoy!
El Rey Mago apenas alzó una ceja.
PUM.
De un solo hechizo, el guerrero cayó muerto.
Pero algo extraño ocurrió: unos segundos después, el guerrero revivió.
El mago, irritado, volvió a matarlo.
Y el guerrero volvió.
Y volvió.
Y volvió.
Lo atravesó, lo quemó, lo congeló, lo convirtió en cenizas, lo desintegró… y aun así, el guerrero aparecía de nuevo frente a él, fresco y listo para seguir molestando.
El Rey Mago, agotado y con ojeras de tanto pelear con alguien que simplemente no permanecía muerto, cayó de rodillas y exclamó:
—¡Está bien! ¡Me rindo! ¡Me voy de vacaciones!
Y así, el tirano más temido del reino abandonó su castillo, empacó su sombrero de mago y se fue a la playa.
El guerrero, satisfecho, finalmente pudo descansar… hasta la próxima vez que alguien intentara matarlo inútilmente.