La tarde estaba tranquila; Yannet esperaba el bus con el cabello revuelto por el viento. Erizon, algo nervioso, decidió acercarse.
—¿Yannet? Creo que somos del mismo barrio… ¿esperas el bus 23?
Yannet (sonríe, amable):
—Sí, ese mismo. No sabía que vivías por aquí.
—Recién me mudé. Y… bueno… te he visto otras veces.
Yannet rió suave, sin malicia.
—Ah, ya… entonces seguro me has visto con él.
Erizon parpadeó.
Él.
La palabra que ya dolía antes incluso de entenderla.
—¿Él? ¿Tu novio?
Yannet bajó la mirada, casi soñadora.
—Sí… bueno… no sé si novio, pero… me gusta mucho. Cuando estoy con él siento que… no sé… que todo tiene sentido.
Erizon sonrió como pudo, tragándose las palabras que quería decir.
—Se nota. Te brillan los ojos cuando hablas de él.
Yannet lo miró sorprendida.
—¿Tanto así?
Erizon:
—Sí… tanto así.
El bus llegó. Y cuando subieron, Erizon supo que en su pecho algo se había roto, aunque Yannet jamás lo sabría.
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Habían pasado meses. Erizon la encontró por casualidad frente a una tienda, buscando algo en su bolso y respirando con esfuerzo.
—¿Yannet? Eres tú… ¿estás bien?
Ella levantó la vista. Ojeras suaves, manos temblorosas, y un bulto bajo su chaqueta que no intentaba ocultar.
—Erizon… Hola. Sí, estoy bien… creo.
—Hace tiempo que no te veía. ¿Y… estás…?
Yannet (tocando su vientre):
—Sí.
Él guardó silencio, procesando. Luego habló con suavidad.
—¿Es de… él?
Yannet asintió, pero sus ojos se llenaron de una tristeza que no tenía antes.
—Se fue, Erizon. No quiere saber nada… ni de mí ni del bebé.
Erizon sintió un nudo en el pecho, mezcla de rabia y ternura.
—Lo siento mucho. No mereces eso.
Ella trató de reír, pero la voz se le quebró.
—Creo que fui muy tonta… pensaba que él me quería.
Erizon dio un paso hacia ella.
—No eres tonta. Solo amaste. Pero… si necesitas algo, lo que sea… puedes decirme. De verdad.
Yannet lo miró sorprendida, como si acabara de ver algo que siempre estuvo allí pero nunca notó.
—Gracias, Erizon… no sabía que tenía a alguien todavía.
Él sonrió, con una calma que escondía todo lo que sentía.
—Siempre estuviste acompañada. Solo que no te habías dado cuenta.
Aquí tienes una escena adicional, justo después del reencuentro, donde Erizon deja claro que no quiere nada a cambio. Solo estar para ella.
La
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Yannet se quedó en silencio un momento, mirando el suelo como si estuviera buscando fuerzas allí.
—Erizon… tú no tienes por qué cargar con mis problemas. Ya bastante es que me hayas escuchado.
Él negó suavemente con la cabeza.
—No estoy cargando nada. Solo estoy aquí. Y quiero estar… si tú me dejas.
Ella frunció el ceño, confundida.
—Pero… ¿por qué? Yo no puedo ofrecerte nada ahora. No tengo tiempo, ni cabeza, ni… ni siquiera sé cómo voy a salir adelante.
Erizon dio un paso más cerca. No la tocó, no la presionó, solo la miró con calma.
—No quiero nada a cambio, Yannet. Nada.
Yannet levantó la vista, sorprendida, como si nunca hubiera escuchado algo así.
—¿Nada?
—Nada —repitió él con firmeza—. No busco que me quieras, ni que me elijas, ni que me debas algo. Solo… quiero ayudarte a que no lleves esto sola.
Ella se llevó una mano a la boca, conteniendo un temblor. No estaba acostumbrada a ese tipo de bondad.
—No sé si merezco eso…
Erizon sonrió, una sonrisa triste pero sincera.
—Todos merecemos que alguien nos cuide un poco. Tú también.
Yannet respiró hondo, y por primera vez en meses, sintió alivio.
—Gracias, Erizon… de verdad.
—Para eso estoy. Y seguiré aquí, mientras tú quieras… aunque no sea para mí.
Ella parpadeó, emocionada, sin palabras.
Él no esperaba un abrazo, pero Yannet dio un paso hacia adelante y apoyó la frente en su pecho. Erizon se quedó quieto, respetuoso, sosteniendo solo con su presencia.
Nada más.
Nada a cambio.
Solo él, y su manera silenciosa de querer.