**A**, ese era su nombre.
Antes de que aquel policía corrupto hiciera con su cuerpo lo mismo que un hombre en la luna de miel con su esposa. Antes de tomar fotos de su débil cuerpo tal como Dios la trajo al mundo. Antes de asfixiarla y tirar su cuerpo sin vida a un desolado lago.
"El policía es el malo", pensarás, pero en este mundo no todos somos buenos o malos. Más bien grises, todos somos grises hasta cierto punto.
El viernes a la 10 horas, la rutina mañanera en la universidad seguía su curso. A estaba allí, rondando por el pasillo principal, preocupada porque creía que tal vez se había equivocado de carrera, no había aprobado ningún examen en lo que llevaban de semestre. ¿A quién se le ocurría la brillante idea de estudiar derecho? Ella ni siquiera planeaba ir a la universidad, intuyó que al cumplir los 20 ya se habría casado con algún multimillonario; si es que en nuestro país hay de eso.
Cuando estuvo por subir a las escaleras que daban al siguiente piso superior, su compañero de carrera la detuvo sujetándole el brazo.
Él, considerado por A un chico raro porque siempre la miraba (y a todas las chicas) intensamente mientras tenía el ceño fruncido. A parte de que casi siempre era el último en abandonar la facultad, como si esperase a alguien.
El chico, al notar que A se ponía tensa (y con razón) mirando su agarre en su brazo, apretó aún más.
¿A era débil? No. Pero su fuerza parecía desaparecer cuando cualquier chico ponía sus afiladas manos sobre ella. Se paralizaba. Él notó esto; también notó que no había nadie en el pasillo.
Obviamente, A parecía haber dejado escapar su alma por la forma en que miraba a la nada y dejó de poner fuerza mientras el chico rarito la llevaba a quién sabe dónde.
Su cuerpo reaccionó de esta forma por naturaleza, él era una amenaza, un lobo, un demonio, Hitler. Y ella no era nada, ya no.
Cuando se quiso dar cuenta y su super ego había dado paso a su ego, el chico rarito ya estaba quitándole la camiseta. Sólo pudo hacer una cosa.
Estampar la cabeza de ese chico en la taza del inodoro una y otra vez, hasta que a ella misma le dio miedo lo que había hecho.
Después de pelear y ganar la batalla. Ella le había matado.
**Había matado a alguien.**
**MATAR**
¿Qué es matar? Quitar vida. Eso es.
Salió del baño manchada de sangre, pidiendo ayuda. *¿Por qué pides socorro? La asesina eres tú.* Su subconsciente no paraba de repetir lo obvio, la realidad que A no terminaba de asimilar.
Unos señores de la limpieza la vieron horrorizados, pensaron que estaba loca.
Ella, creyendo que todavía había un ápice de esperanza para el ratito, dijo que estaba en el baño, que a lo mejor podían salvarlo.
*Le has roto el cráneo, está muy muerto*. Se quejó su yo interior.
Llamaron a la policía y a un ambulancia. Solo vino una patrulla manejada por un agente que le preguntó antes de desviar la ruta: **¿Por qué matas?**
**FIN**