Conocí a Javier una tarde de otoño, en una pequeña librería del centro. Compartíamos una fascinación por los libros, y desde el primer momento supe que había algo especial entre nosotros. Con el tiempo, nuestro amor fue creciendo, y decidí registrar esos pequeños detalles en una libreta que titulé "99 formas de amar". Anotaba gestos simples: cómo me tomaba la mano, cómo compartíamos silencios que no necesitaban palabras, cómo me hacía café en las mañanas.
Llegamos a nuestro décimo aniversario, y faltaba una última forma. Quería que la número 99 fuera perfecta, así que planeé una cena en el lugar donde nos conocimos. Pero la vida cambió nuestros planes cuando Javier enfermó gravemente.
Lo cuidé con todo mi amor. Incluso en los momentos más difíciles, seguí anotando las pequeñas formas en que seguíamos amándonos. El día de nuestro aniversario, en lugar de salir, traje la cena a casa. Le leí las 98 formas de amar que había escrito y, entre lágrimas, finalmente llegó a la número 99. Era el momento que tanto había esperado. Con la voz temblorosa y el corazón roto, le susurré:
—La número 99 es… dejarte ir, cuando sé que ya no puedes más.
Javier, con los ojos cerrados, sonrió débilmente, y con una última mirada llena de gratitud, me susurró:
—Te amo… en todas tus formas.
Esa fue la última vez que escuché su voz...