Al pequeño cangrejo le faltaba una pinza. Un cangrejo abusón se la había retorcido en el recreo y su pinza derecha se había quedado colgando. El médico del colegio le había puesto una escayola y le había dicho que debía mantenerla fuera del agua, que era muy importante que no se mojara.
El cangrejito se quedó en un pequeño remanso de agua que se había formado entre las rocas. Era una piscina muy pequeña en la que podía mantener su pinza fuera del agua, pero que le cubría las branquias para poder respirar.
Sin embargo, el pequeño cangrejo no se dio cuenta de que aquella noche había luna llena, y la pleamar le pilló por sorpresa: subió mucho la marea mientras dormía y la pequeña piscina se llenó de agua hasta los bordes… ¡antes de que pudiera reaccionar, la escayola se le deshizo y su pinza se perdió entre las olas!
El pequeño cangrejo se quedó paralizado. Desolado. ¡Ahora era un cangrejito manco! Y sospechaba la suerte que iba a correr… aunque sabía que las pinzas volvían a crecer con el tiempo, otros cangrejos mancos de los que había escuchado hablar habían muerto antes de hambre al no poder cazar bien.
Aquella noche no pegó ojo. Pensó mucho en el futuro que le esperaba. Recordó, incluso, una historia que contaban sus amigos sobre un cangrejo de río que, en China, se cortó una pinza a sí mismo para escapar de la olla. Y pensó que él sería capaz de hacerlo también, porque acabar guisado en su salsa le daba todavía más miedo que ser manco.
Las siguientes semanas fueron muy difíciles para él. Sus compañeros de clase cuchicheaban a sus espaldas. Le tenían compasión. Y tampoco faltó algún que otro abusón que se burló de él. Hasta creyó notar que Antena, la cangrejita más guapa de la clase, ya no le miraba tanto…
Pasaron los meses y su pinza seguía sin crecer. El cangrejito manco estaba convencido de que se quedaría así para siempre y acabaría muriendo de hambre o siendo presa de algún depredador. Ahora era un cangrejito triste.
Una mañana de verano, estaba descansando junto a otros cangrejos en una de las piscinas que se habían formado en las rocas, cuando vio aparecer a dos humanos, uno grande y otro pequeño. Llevaban una bolsa. ¡Estaban cazando cangrejos! Cuando el cangrejito manco quiso avisar a los demás, ya era demasiado tarde. Los humanos comenzaron a atraparlos con una red. ¡Cundió el pánico! El pequeño cangrejo podría escuchar los gritos de los demás mientras los metían en la bolsa. De pronto, se vio atrapado en la red y pensó que era el fin.
– ¡Papá, mira, he atrapado uno!
– ¡Oh, fantástico!
El humano mayor agarró la red y lo examinó de cerca. El cangrejito manco se tapó los ojos con la pinza que le quedaba. ¡No quería mirar!
– Hmmmm… A este, mejor, déjalo. Le falta una pinza, no nos sirve.
Y el niño lo devolvió al agua.
Cuando todo se tranquilizó, el cangrejito manco miró a su alrededor. Estaba solo. Todos los demás cangrejos habían sido capturados. Aunque la situación era muy preocupante, lo cierto es que sintió un gran alivio por haberse salvado. Supo que había sido gracias a su pinza. Mejor dicho: gracias a su no pinza.
A partir de ese momento, el cangrejito manco comenzó a aceptar mucho mejor su problema. ¡Incluso podía llegar a considerarse una ventaja si se pensaba bien! Aprendió que hasta la mayor desgracia tiene un lado bueno aunque a veces haya que buscar mucho para encontrárselo.
¡Ah! ¡Por cierto! Supongo que os gustará saber la suerte que corrió el cangrejo abusón. El cangrejito manco se enteró poco después de que el cangrejo que le había roto la pinza había sido capturado y que, seguramente, había acabado en la olla.