Parecía un día cualquiera en las profundidades del mar, pero aquella tarde había llegado hasta Fondo Coral un extraño banco de medusas. No eran las medusas transparentes y uniformes de siempre. Éstas no movían sus bracitos a la par, ni tenían proporcionados cuerpos en forma de paraguas. Parecía como si estuvieran muertas.
Los habitantes de Fondo Coral se pusieron muy nerviosos y acudieron a pedir ayuda a Tritón, el rey del mar. En pocos días el problema se volvió aún mayor: muchas tortugas marinas se habían puesto muy enfermas. Desde la superficie del mar también llegaban noticias inquietantes: una enfermedad desconocida se extendía entre los albatros. ¡Incluso la gran ballena jorobada se encontraba fatal y no salía de la cama! Todos ellos tenían algo en común: habían comido alguna de estas extrañas medusas.
Tritón convocó un consejo extraordinario. ¡Había que averiguar qué estaba pasando y de dónde procedían aquellas medusas tan venenosas! Para ello, se creó una comisión integrada por los más sabios del mar. La comisión citó a un gran número de animales marinos, entre ellos a representantes de las especies más afectadas. Fue un albatros errante que había dado la vuelta al mundo más de cien veces el que les dio la clave: ¡No se trataba de medusas, sino de plásticos!
-Las aves también nos estamos envenenando. Esos plásticos se parecen mucho a las medusas cuando quedan flotando en el mar y las especies que se alimentan de ellas se confunden. ¡Es culpa de los humanos que arrojan al mar toda su basura!, explicó el albatros.
Un murmullo de asombro se produjo entre los presentes.
-Es un verdadero problema -sentenció la anciana ballena.
Tras mucho deliberar fue una joven tortuga la que dio con la solución: todos los habitantes del mar debían coordinarse para agitar las aguas y lograr expulsar hacia la costa todo aquel plástico venenoso.
-Si provocamos una fuerte marejada, las olas limpiarán el mar.
Al día siguiente, hasta el último animal marino se hallaba en su puesto. Fue el pez trompeta quien dio la señal. Todos los habitantes del mar, hasta el confín de los océanos, comenzaron a agitar con fuerza sus colas y aletas, desde el pececillo más microscópico hasta la gran ballena azul. El fondo del mar se convirtió en una gran turbina. Pronto se formaron inmensas olas capaces de alcanzar el cielo. Se produjo un espectacular maremoto, un tsunami como nunca antes se había visto. Mares y océanos de todo el planeta, con rabia, escupieron hasta el último trocito de plástico en las costas.
Cuando el mar se tranquilizó, los humanos se encontraron una imagen espantosa. Millones y millones de toneladas de plástico se extendían a lo largo de la costa amontonándose en las playas, colgando de los acantilados, sepultando los litorales rocosos. Sólo así, al verlo todo de golpe, se dieron cuenta del problema.
-El mar nos ha devuelto lo que es nuestro -dijo un hombre muy anciano. Y parecía estar contento por ello.
Los humanos tardaron años en recoger toda aquella basura. El “tsunami de plástico” enseñó a los hombres a temer las consecuencias de sus actos. Entendieron que la Madre Tierra se había revelado contra su irresponsabilidad y egoísmo, devolviéndoles todo aquel veneno. Y así sería a partir de ahora, porque el mar no quiere nada que no sea suyo.