Buenas noches, queridos niños. Me presento: soy la bruja del cuento de Hansel y Gretel. ¡Pero no os asustéis! No debéis tenerme miedo: todo lo que esos dos niños contaron de mí es una mentira podrida. ¡Se lo inventaron todo! Si me lo permitís, me gustaría contaros la verdadera historia, lo que realmente sucedió.
Estaba yo un día tan tranquila en mi casita del bosque, cocinando mis pociones mágicas, cuando dos niños aparecieron de la nada y comenzaron a arrancar trozos de las paredes, de las puertas, de las ventanas… ¡estaban enloquecidos! Por lo visto llevaban unos días perdidos en el bosque, sin agua ni comida, así que supongo que eran presa del hambre y las alucinaciones. ¡Pensaban que mi casita estaba hecha de chocolate! ¡Qué disparate! De ser así, yo misma me la habría comido hace ya mucho tiempo! Mi casa es de ladrillos, de yeso y de pladur, como la de todo el mundo.
Soy una bruja, y todo el mundo sabe que los niños y las brujas no se llevan bien. Los niños crean mucho alboroto: desconciertan a los espíritus con sus gritos, ahuyentan a los lagartos y los murciélagos (que son la base de toda poción mágica que se precie), y usan nuestros gorros puntiagudos para disfrazarse todo el tiempo. Pero Hansel y Gretel me dieron un poco de pena. Así que les invité a pasar y les ofrecí una rica merienda: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Me contaron que su madrastra los había abandonado en el bosque con la excusa de no tener dinero para alimentarlos. ¡Hay que ver, qué señora más malvada! Entonces les dije que se podían quedar conmigo si me ayudaban con algunas tareas.
¡Pero resultó que Hansel y Gretel eran unos auténticos trastos! A Hansel le pedí que fuera al establo a hacerse cargo del ganado, pero el muy holgazán se encerraba tras unas rejas para que no le encontrara y se pasaba todo el día durmiendo. Luego contó que fui yo quien le encerró en una jaula para cebarlo y, cuando estuviera gordito, comérmelo… ¡Encima de vago, mentiroso! A mí no me gustan los niños, ¡Ni siquiera en la pizza!
A Gretel le pedí que me ayudara en la cocina, ¡pero ella hacía cosas para fastidiarme! Me cambiaba el azúcar por la sal, por ejemplo. ¿Habéis probado la leche con sal? ¡Puagggg! ¡Es asquerosa! Los huevos fritos con azúcar tampoco os los recomiendo… También me giraba la boca del grifo y al abrirlo salía el agua disparada y me daba en la cara, usaba mi escoba voladora para barrer (las escobas voladoras son muy sensibles, no soportan tanta presión) o me echaba un litro de jabón en la lavadora y la cocina parecía la fiesta de la espuma esa, de las ferias. ¡Un desastre espantoso! Un día, cuando estaba a punto de meter en el horno una hogaza de pan… ¡Gretel me empujó y trató de que me cayera dentro! ¡Esa fue la gota que colmó el caldero! Me enfadé mucho y los mandé de vuelta con su madrastra. ¡Cuánto lo siento por esa pobre mujer!
La historia que contaron después, ya os la sabéis: que su malvada madrastra les había abandonado a su suerte en el bosque y que una mucho más malvada bruja los había encerrado para engordarlos y después comérselos. ¡Habráse visto! ¡Qué desagradecidos! Repito: las brujas no comemos niños, son todo huesos. Preferimos los macarrones con tomate. ¡Ah! Y tampoco regresaron a casa montados sobre un pato. ¿Qué tamaño tendría que tener un pato para poder llevar a un niño sobre su lomo? ¿Es que nos hemos vuelto locos? ¡Los llevé yo misma en mi escoba voladora y no me pagaron ni la gasolina! Y esta es mi versión del cuento. La misma que le conté a los leñadores cuando, armados con hachas y antorchas, vinieron a mi casa para apresarme. ¿Quién iba a creer a una solitaria bruja antes que a dos niños, en apariencia, inocentes? ¡Nadie! Bueno, nadie excepto su madrastra, que me miraba con compasión mientras querían prenderle fuego a mi casita, que, repito, no era de chocolate, ni de golosinas, porque esas cosas sólo existen en los cuentos y esta es una historia muy real.
Así que ya sabéis, niños, si alguna vez queréis saber cómo ocurrió de verdad una historia, debéis preguntarle a todas las partes implicadas. Recordad: ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos…