En lo más profundo del bosque, junto a la raíz del roble centenario, vivía Umvyn. Umvyn era un gnomo de larga barba blanca y rostro surcado por las arrugas. Vestía un un guardapolvos de color azul sujeto por una gruesa correa de cuero, botas de piel de cerdo salvaje y un enorme gorro puntiagudo de color rojo. Medía 15 centímetros y tenía 280 años.
A primera vista, Umvyn era un gnomo como cualquier otro. Sin embargo, éste no poseía el carácter amable y bonachón que es propio de los gnomos de los bosques. Muy al contrario, Umvyn era un gnomo gruñón. Nada le parecía bien y se quejaba constantemente de su mala suerte.
Es por eso que los gnomos de su comunidad habían ido alejándose de él poco a poco, lo que había convertido a Umvyn en un gnomo huraño y desconfiado. La única persona que continuaba a su lado era Éilibi, su mujer, quien pasaba el día escuchando cómo Umvyn refunfuñaba por todo.
– Esta sopa se ha quedado fría -se quejó Umvyn tras dar un gran sorbo.
– Deja, la volveré a calentar -respondió Éilibi, complaciente.
– ¡Uy! Ahora quema. ¿Lo haces adrede, Éilibi? -acusó el gnomo dando grandes boqueos.
– ¿Adrede? ¡Viejo desagradecido! Adrede te la voy a echar por encima de esa cabeza hueca que tienes -amenazó Éilibi, muy enfadada.
Sus vecinos hacía tiempo que no contaban con Umvyn para las celebraciones o las reuniones sociales. Y ya casi ninguno se atrevía a acercarse a la casa del gnomo gruñón.
– ¡Eh, muchacho! Largo de aquí, estás pisoteando mi huerto -le gritó Umvyn a un joven gnomo
– siento mucho, Umvyn, yo no… -se disculpó el chico.
– ¡Tú, nada! ¡Largo! Ve a hacer algo de provecho -exhortó Umvyn con aspereza.
– Te traigo noticias que podrían ser de tu interés -insistió el joven gnomo.
– ¡No quiero saber nada de nadie! ¡No me molestes! -zanjó Umvyn.
Daba igual lo que saliera mal, el gnomo gruñón siempre buscaba un culpable para todas sus desgracias.
– Vaya, ya se me ha vuelto a romper el martillo. Seguro que alguien me ha echado mal de ojo -se quejaba, constantemente, el gnomo gruñón.
Todo le parecía mal, de todo se quejaba. ¡Hasta de las fuerzas de la Naturaleza, tan valoradas por los gnomos de los bosques!
– Qué asco de día. ¡Odio la lluvia! -renegaba, cada vez que se escuchaba un trueno.
En definitiva, Umvyn se había convertido en los últimos años en un gnomo amargado. Y se estaba quedando solo sin darse cuenta.
“¡Estoy harto de todo!”, “¡Qué aburrimiento de gente!”, “¡Menuda caca de la vaca!”, “¡Ese es un caradura!”, “¡Pero qué mala suerte tengo!”
– ¡Bastaaaaaaaa! -Le gritó un día su mujer, quien ya no aguantaba más.
Éilibi se puso seria. Instó a Umvyn a sentarse en la silla de cáscaras de nuez de la salita de estar y a escucharla atentamente.
– No sé qué es lo que te pasa pero eres un gnomo amargado… ¡y me estás amargando a mí también! Miro a nuestro alrededor y no veo motivos para tanta queja. Lo tienes todo, Umvyn. Una acogedora casa en el mejor lugar del bosque, bajo un roble centenario, con lo difíciles que son de conseguir. Un huerto próspero que nos da alubias, patatas y guisantes con los que mantener siempre nuestra barriga llena. Un pozo de agua de manantial, un cuarto lleno de herramientas… ¡Hasta tenemos grillo guardián!¡No tienes motivos para estar siempre quejándote, así que, o esto termina, o me vuelvo a vivir a casa de mis padres! ¡Es una advertencia, gnomo gruñón!
Tras aquellas palabras Umvyn se quedó sorprendido. ¡Jamás había visto a Éilibi tan enfadada! Ella era una gnomo dulce, afable y cariñosa… pero también era cabezota. Umvyn sabía que si Éilibi decía algo, lo hacía. De manera que se propuso solucionar el problema. Y como estaba convencido de que lo que tenía era un mal de ojo, se fue a ver a la bruja del bosque para que ésta le ayudara a deshacerse de la maldición.
La puerta de la cabaña de la bruja se abrió con un largo y agonizante chirrido.
– Qué asco de puerta, que mal abre -se quejó Umvyn, nada más entrar.
– ¿Quién es? ¡Oh! ¡Eres tú, Umvyn! ¿Qué te trae por aquí? -preguntó la bruja.
– Sí, soy yo. ¡Qué frío hace en esta cabaña! -volvió a quejarse el gnomo.
– ¿Has venido sólo a quejarte o para algo más? -reprochó la bruja, mientras removía un líquido hediondo que cocía en un caldero.
– He venido para que me ayudes a quitarme un mal de ojo que tengo, bruja -informó el gnomo. Después, tras olisquear el ambiente, añadió: -¡Qué asco! ¡Qué mal huele esa poción! ¿Qué estás cocinando? ¿Pis de mofeta?
– Deja de quejarte por todo, Umvyn, y cuéntame qué te ocurre de una vez -insistió la bruja.
– Ocurre que todo me sale mal, las cosas siempre se tuercen, las personas se han vuelto odiosas conmigo, cualquier cosa en la que trabajo se rompe o sale mal. ¡Creo que soy víctima de una maldición! Y vengo en busca de un conjuro para acabar con ella.
La bruja del bosque guardó silencio. Observó a Umvyn durante largo rato abriendo mucho los ojos. Luego los cerró y colocó sus manos sobre la cabeza del gnomo, esperando recibir alguna señal de la maldición. La bruja no encontró ni rastro de un mal de ojo en el gnomo gruñón. Sin embargo, decidió seguirle el juego. Fingiendo mucha seriedad, le dijo:
– Sí, es cierto. Parece que alguien te ha echado un mal de ojo -confirmó la bruja, levantando mucho una ceja.
– ¡Lo sabía! ¿Y puedes ver quién ha sido? -indagó Umvyn.
– Sí… pero no te puedo dar esa información. Es por la Ley de Protección de Datos, ya sabes…
– Ya, comprendo. Bueno, ¿y qué rábanos podemos hacer para espantar la maldición? ¿Tienes algún conjuro? ¿Un bebedizo mágico, quizá? ¿Algún amuleto? -interrogó el gnomo.
– No… en tu caso lo que mejor van a funcionar son unas palabras mágicas -aseguró la hechicera.
– ¡Palabras mágicas! Qué fácil. Bien, dime, ¿y cuáles son esas palabras mágicas? ¿Abra cadabra pata de cabra o algo así?
– No… exactamente…
– ¿Treguna, mekoides, trecorum satis dee? -probó, de nuevo, Umvyn.
– Hmmm… bueno. Digamos que no se trata de unas palabras mágicas concretas. Me explico: lo único que tienes que hacer es comenzar a sustituir las palabras negativas que utilizas normalmente por palabras positivas. ¡Cada vez que lo hagas estarás pronunciando las palabras mágicas!
El gnomo enmudeció. Levantó mucho una ceja y miró a la bruja con desconfianza.
– No te estarás burlando de mí, bruja tramposa -acusó.
– No. En efecto esas son las palabras mágicas que te librarán de la maldición -aseguró la hechicera.
– ¿Seguro? ¡Tu cara no es de fiar!
La bruja, que ya estaba un poco harta de aguantar las impertinencias de Umvyn, decidió darle un pequeño escarmiento.
– Seguro. Pero para que funcione, deberás beber un trago de mi poción de pis de mofeta.
La bruja le acercó un cacillo de la apestosa poción, un denso y burbujeante líquido verde que olía peor que mil trolls muertos. Entonces Umvyn, con la boca torcida por el asco y tapándose la nariz se la bebió de un gran trago.
– Antes de que digas nada, recuerda pronunciar las palabras mágicas -recordó la bruja.
– ¡Oh, bruja! Qué poción más sabrosa. El sabor es un poco fuerte para mi gusto, pero te agradezco mucho que me la hayas ofrecido -practicó el gnomo.
En ese momento, la bruja aprovechó y, sin que Umvyn se diera cuenta, formó un halo mágico con su varita alrededor del gnomo.
-¡Estupendo! ¡Ha funcionado! -celebró el gnomo.
– Ya ves. Ahora deberás seguir utilizando las palabras mágicas cada vez que hables y ya verás cómo, poco a poco, te irá abandonando la mala suerte.
Muy contento y agradecido, el gnomo Umvyn se marchó de la cabaña de la bruja, quien cerró la puerta y volvió a sus quehaceres mágicos.
– Otro problema arreglado con terapia psicológica. ¡Al final monto un gabinete! -murmuró la bruja para sí, una vez Umvyn se hubo marchado.
Poco convencido al principio, Umvyn comenzó a pronunciar las palabras mágicas cada vez que abría la boca. Pero pronto se dio cuenta de que la magia funcionaba, porque las palabras positivas hacían aparecer otras palabras positivas y creaban frases bonitas, y entonces emergían los sentimientos positivos. En ese clima, la gente se volvía más amable, y mejoraba su suerte.
– Oh, esta sopa está deliciosa, quizá un poco fría. ¡Pero mucho mejor, porque hoy el día está caluroso!
– Muchacho! Ven! No, no te preocupes por pisar la siembra. ¡Este año la cosecha será muy abundante! ¿Hay buenas noticias para mí?
– Oh, vaya. Se ha roto otra vez. ¡No importa! Este martillo estaba ya muy viejo. ¡Aprovecharé para fabricar uno nuevo el fin de semana y así me divertiré!
-Fantástico, al fin llueve. Los cultivos crecerán rápidamente. Y se llenará el pozo. ¡Y qué bien huele la lluvia!
-¡Qué maravilloso es todo!
-¡Qué gente más amable y divertida!
– ¡Qué chulada!
– ¡Ese gnomo siempre fue un tipo listo!
– ¡Pero qué buena suerte tengo!
A partir de ese momento, al gnomo Umvyn todo comenzó a salirle bien. Las cosas ya no se le rompían, no sentía que lo persiguiera la mala suerte, sus amigos y vecinos volvieron a tratar con él y a invitarlo a las reuniones sociales y su querida esposa Éilibi volvió a ser amable y cariñosa. ¡Las palabras mágicas funcionaban! Así que Umvyn las siguió utilizando durante toooda su larga vida. Y así fue como se convirtió en un gnomo feliz y rodeado de buena suerte y mejores amigos hasta el fin de sus días.