La enorme panza del payaso Claudio Tomares subía y bajaba al son de su pesada respiración (por llamar de alguna manera a sus fuertes ronquidos) cuando el despertador en forma de sol sonó estrepitosamente despertando a medio vecindario con su molesto rrrrrrrrrrring. A todo el vecindario menos a Claudio Tomares quien, acostumbrado a no despertarse con sus ronquidos (que parecían rugidos, todo sea dicho), el sonido del despertador pasó totalmente desapercibido.
Así que siguió sonando y sonando y sonando, ¡para desgracia de los vecinos que no paraban de escuchar aquel rrrrrrrrring molesto! Menos mal que en la casa de Claudio Tomares había otro habitante más: Nito, su perro salchicha, que harto de aquel sonido estridente se abalanzó hacia Claudio Tomares y comenzó a lamerle la cara.
– Puafff, Nito, deja ya de chuparme los mofletes, ¿no ves que estoy durmiendo? – dijo con voz cansada Claudio Tomares.
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Y justo cuando se iba a dar la vuelta para seguir con sus sueños y sus ronquidos, el despertador en forma de sol, que se había tomado una pausa entre rrrrrrrrrrrrrrring y rrrrrrrrrrrrrrring, comenzó a sonar estrepitosamente. Claudio miró la hora, soltó una exclamación de fastidio:
– ¡Maldición! – exclamó mientras su enorme barriga chocaba con el suelo al tratar de salir de la cama a toda prisa. – ¡Es tardísimo!
Aquel era un día importante para Claudio Tomares: tenía un trabajo muy especial que hacer y no podía fallar. Pero el día no podía haber empezado peor. Ya no le daría tiempo a desayunar (con lo que le gustaba a Claudio Tomares desayunar) y tendría que vestirse a toda prisa. ¡Y vestirse como payaso no era una cosa que uno pudiera hacer en 5 minutos! Todo necesitaba su tiempo, sobre todo el maquillaje. Pero tiempo, justamente, era lo que no tenía Claudio Tomares: ¡¡llegaba tarde!!
Cuando por fin se arregló la peluca y se ató los cordones de sus enormes zapatones de payaso, Nito comenzó a mirarle con ojos lastimeros.
– Nitoooo, no me mires así. ¿No ves que llego tarde? Ahora no puedo sacarte al parque.
Pero tal era la cara de tristeza del pequeño perro salchicha que a Claudio Tomares no le quedó más remedio que buscar la correa y sacar a su perro al parque.
– Está bien, una vuelta rápida, Nito. Pero solo porque has sido tú el que me ha despertado, que si no…
Sin embargo Nito no tenía ninguna intención de dar una vuelta rápida. Olisqueó todas las flores, olisqueó todos los perros, olisqueó a todos sus dueños y cuando el pobre Claudio Tomares estaba a punto de perder la paciencia, levantó su pata y ¡listo!.
– ¿Ya has acabado? – Claudio Tomares no hacía otra cosa que mirar su reloj con desesperación.
Pero Nito no había acabado, aún le quedaba buscar un lugar perfecto para… bueno, para eso que hacen los perros en la calle y que nosotros hacemos en el baño. Y lo buscó, y lo buscó y lo buscó y cuando Claudio Tomares estaba a punto de perder la paciencia ¡lo encontró! Ahora ya podían volver a casa.
Claudio Tomares llevó a Nito corriendo a casa y corriendo volvió a la calle, y corriendo salió tras el autobús que hizo su aparición. Aunque Claudio Tomares y su enorme panza no eran grandes atletas, ambos, panza y payaso, consiguieron subirse justo a tiempo al autobús número 23 que les llevaba a su destino.
– ¡Qué suerte! Ahora ya nada puede salir mal. Voy a llegar puntual.
Pero Claudio Tomares no contaba con un pequeño gran contratiempo: el tráfico. Cuando doblaron la esquina de la calle principal el autobús 23 se paró en seco, rodeado de un montón de conductores malhumorados que no paraban de pitar y gruñir.
– ¡No voy a llegar nunca! ¿Qué hago?
Y aunque su panza, a la que no le habían dado de desayunar aquella mañana, se quejó ruidosamente y trató de impedirlo, Claudio Tomares tomó una decisión rápida. ¡Si quería llegar a su destino tenía que bajarse de ese autobús y correr!
Y así lo hizo. Pero claro, Claudio Tomares no estaba muy acostumbrado a correr (y no digamos ya su panza) así que pronto comenzó a sudar y a sudar. Su maquillaje comenzó a correrse por toda su cara y la peluca se le movió, tapándole parcialmente los ojos. Por eso Claudio Tomares no vio el puesto de globos de la esquina y se chocó con él.
– Mis globos, mis globos – exclamó enfadado el tendero.
– Lo sientoooo – exclamó Claudio Tomares, sin peluca y sin dejar de correr.
Claudio Tomares dobló la esquina y vio que estaba a punto de llegar a su destino. También se dio cuenta de que uno de los globos del puesto le había seguido. Se trataba de un enorme globo con forma de corazón y al verlo, Claudio Tomares sonrió: ya nada podía salir mal.
Y esta vez no se equivocó. Claudio Tomares entró por la puerta del hospital cinco minutos más tarde de lo que debía (solo 5 minutos, ¡menos mal!). Marcó el número seis en el ascensor y cuando las puertas de este se abrieron, vio a un grupo de niños con esos pijamas azules que le ponen a los enfermos observando con mirada triste los pasillos. De repente, uno de aquellos niños se dio cuenta de la presencia de Claudio Tomares y le gritó al resto.
– ¡¡Ha llegado!!, ¡¡el payaso ha llegado!!
Todas aquellas miradas tristes se iluminaron y los niños comenzaron a sonreír. Por un momento olvidaron el hospital, su cansancio, el dolor de sus operaciones y sus enfermedades y comenzaron a aplaudir tan fuerte que al lado de aquellos aplausos, los ronquidos de Claudio Tomares parecían simples suspiros.
El payaso buscó entre sus bolsillo su enorme nariz roja y tomó aire antes de empezar con su espectáculo de chistes, tropezones y carcajadas.
Para que luego le dijeran sus vecinos que el trabajo de payaso no era un trabajo serio