La princesa de un pueblo, cuyo nombre no recuerdo, era conocida por no ser la persona más agradable, dulce y simpática del reino. Le gustaba ser grosera con su padre el rey, con la servidumbre del castillo, y con todo aquello que tuviese a su alrededor.
Aquella princesa era caprichosa también, pues a veces le pedía a su padre sin parar que le trajese caballos nuevos sabiendo que ya tenía muchísimos, y no era algo que pareciera importarle en absoluto. La joven siempre quería tener las mejores cosas, los mejores animales y las mejores ropas, y su padre, al ser su única hija, le compraba todo lo que ella pidiese aun sabiendo que no era lo correcto.
Sorprendentemente, a pesar de su comportamiento, la princesa tenía muchos amigos con los cuales pasaba largas horas del día hablando y hablando sobre quién tenía el castillo más grande, la habitación más grande o el reino más grande…y así hasta que todo cambió llegado el día. El acontecimiento que vendría a poner del revés el mundo de la princesa fue el fallecimiento de su joven padre, al que no podía heredar por ser todavía muy pequeña para una labor de semejante envergadura. De manera que su malvado tío tomó el poder, llevándola a tierras muy lejanas sin nada más que uno de sus caballos y un único vestido. La princesa se sentía desolada: ya no tenía casa ni dinero, y ninguno de sus amigos volvió a visitarla para conversar con ella.
Y en aquel momento la princesa se sintió por primera vez sola como nunca se había sentido, y sin ayuda de ninguno de sus antiguos vasallos tuvo que vagar sin rumbo por aquí y por allá buscando una posible salida a su situación. Pero el camino parecía tan interminable que la princesa un día se desmayó. Entonces, un muchacho campesino dio con ella y la llevó a su hogar, y junto a sus hermanos esperó allí a que la princesa despertara. Cuando al fin lo hizo, todos se alegraron mucho, y con lo poco que tenían hicieron una humilde cena para dar la bienvenida a la misteriosa desconocida.
La princesa comió con ganas porque, aunque no era la comida que le daban normalmente en el castillo, tenía muchísima hambre tras su viaje. ¡Y qué bien sabía una sopa de verduras con el estómago vacío! ¡Jamás había probado algo tan delicioso! Pero la princesa no fue capaz de rebelar al muchacho ni a sus hermanitos que era una princesa, y para ellos siguió siendo la muchacha que se había perdido y que estaba agotada de tanto caminar. Era tan feliz por primera vez en su vida, que le resultaba imposible confesar su secreto, y al fin pudo darse cuenta de que lo importante no eran los lujos o la belleza de las personas, sino cómo eran de verdad y cómo se comportaban con el resto.
Unos meses después llegó a oídos de la princesa que su tío había dejado de ser rey y que su reino estaba buscándola desesperadamente, por lo que tuvo que tomar la decisión más difícil de su vida. Finalmente, decidió volver a su tierra y confesó a sus nuevos amigos quién era en realidad y por qué debía marcharse. Al llegar al castillo lo primero que hizo la princesa fue ayudar a sus aldeanos, pues su tío les había dejado completamente empobrecidos, y todos estuvieron muy agradecidos. Sin embargo, la princesa no se sentía feliz ni en casa, pues extrañaba mucho aquellos días tranquilos en la casa de los muchachos que tanto la habían ayudado, y por un momento pensó que no les volvería a ver jamás.
Sin embargo la princesa se equivocaba, puesto que un día, ni cortos ni perezosos, los jóvenes decidieron acudir a su reino y visitarla en su castillo. La princesa, o mejor dicho, la nueva reina, no pudo evitar llorar de alegría al verlos. ¡Cuánto los había echado de menos!
Y desde aquel día el castillo se llenó de música y risas, y la reina, que sería llamada desde entonces la reina Alegra, comprendió que había sido una niña muy caprichosa y egoísta. Añoró a su padre el resto de sus días, pero su viaje le valió para convertirse en una mujer sencilla, noble y de tierno corazón. Sin duda, la educación de su amado padre al fin había dado sus frutos.