En el Reino del Sur había tres consejeros reales, pero un día uno de ellos murió, de manera que el rey tuvo que escoger a uno nuevo. Las princesas del reino, Lorena y Bianca, querían optar al puesto.
Yo soy mayor que tú —dijo Lorena—, yo tengo que ser la nueva consejera del rey. No, yo soy más lista que tú —dijo Bianca—, yo seré la nueva consejera real.
En aquel momento, el rey mandó llamar a las princesas y ellas se presentaron en el Salón de los Consejos (el lugar en el que el rey recibía a todos los consejeros reales) y allí se encontraron con otra mujer.
Recibimos una carta del Reino del Norte que dice que nos atacarán si no les entregamos al príncipe que tenemos cautivo —dijo el rey. Mi consejo es prepararnos para la guerra y reforzar las defensas del reino —dijo Bianca—; así, cuando nos ataquen, ya estaremos preparados. ¿Tenemos a un príncipe cautivo? —Preguntó la joven. No, no tenemos ningún príncipe cautivo —dijo el rey. Entonces es una excusa para atacarnos —dijo Lorena—, mi consejo es que ataquemos primero para sorprenderlos. ¿Cómo de lejos está el reino del Norte? —Preguntó la joven. A dos meses de camino —respondió el rey—, ¿cuál es tu consejo?
La joven lo pensó un momento y dijo:
Mi consejo es que le enviemos una carta al Rey del Norte diciéndole que no tenemos al príncipe. También podemos enviar dos emisarios para que nos informen sobre si el ejército sale de la ciudad y se dirige hacia nosotros, y así podremos saber si vienen a atacarnos y salir a su encuentro en batalla esperándoles en un lugar que sea conveniente para nosotros. Tu consejo es bueno —dijo el rey—, esa carta la recibimos el año pasado y decidimos enviar una respuesta al Rey del Norte diciéndole que no teníamos al príncipe. El Rey del Norte nos respondió disculpándose por su carta, pues había recibido información falsa y ya había encontrado al príncipe. Gracias a un buen consejo nos evitamos el gasto de preparar una batalla y el desastre de atacar una ciudad sin razón.
Tras aquellas palabras las dos princesas se sintieron avergonzadas, pues no habían podido dar un buen consejo al rey.
Esta joven será la nueva consejera del rey —les dijo el rey a las tres jóvenes. Pero ella no es una princesa —dijo la princesa Lorena—, no puede ser consejera real. En este reino —dijo el rey—, todos somos iguales. Si una persona sabe hacer buenos panes debe ser panadero real, y si una persona sabe dar buenos consejos debe ser el consejero real, sea o no de la corte.
Las dos princesas aprendieron la lección. Todos tenemos capacidades y habilidades diferentes, así que, sin importar nuestra raza, nuestro sexo, ni nuestra nacionalidad…, todos debemos tener las mismas oportunidades pues somos iguales.