Max era un pequeño marcianito que vivía en el gran planeta rojo. Su casa también era roja, igual que su nave espacial…, pero él, por alguna razón, era completamente verde, aunque por dentro era muy parecido a un niño cualquiera. Eso sí, sus ojos eran únicos, completamente negros y brillantes, y tenía un par de antenitas sobre la cabeza (como las de una hormiga) en la que ni había ni un solo pelo.
El pequeño Max, como otros marcianitos de su planeta, había aprendido a volar en nave especial desde bien chiquitito, y le gustaba mucho recorrer el universo y conocer nuevos lugares. Pero con tanto viaje, un día se quedó sin combustible en medio de un trayecto y tuvo que aterrizar de manera forzosa…y eso es lo que le condujo hasta el planeta Tierra: “¿Qué planeta es este?” Se preguntaba Max, “¿Dónde podría encontrar combustible para volver a mi casa?
Max procuraba dirigir sus preguntas hacia los extraños seres con los que se iba encontrando, pero todos parecían asustarse con su apariencia. ¡Incluso unos seres peludos que solo decían guau, como enfurecidos!
Por favor, no huyáis… no vengo a hacer nada malo, solo necesito combustible para mi nave espacial y para regresar a casa. Mi madre estará preocupada… ¡Ayuda!
Pero todos hacían con que no le escuchaban, convencidos de que era un pequeño monstruo que venía a hacerles daño. Y en esto estaba Max cuando uno de aquellos seres, uno casi tan pequeño como él, se paró frente a él mirándole amigablemente. Al parecer era un niño que se llamaba Javier, y también el único ser de aquel extraño planeta que no se había asustado. ¡Y es que creía que Max llevaba un disfraz!
Es un buen disfraz el que tienes, ¿dónde lo compraste?—Dijo Javier. ¿Disfraz? Yo no tengo ningún disfraz ni sé qué es eso—respondió Max—. Yo vengo de Marte, el gran planeta rojo, y en mi planeta todos somos así. ¿En serio? Pues me presento, soy Javier y son un humano. ¿Qué haces aquí en la tierra? Es que mi nave se ha quedado sin combustible, y no sé dónde podría encontrar más. A todos esos humanos a los que me acerco a pedir ayuda debo asustarles mucho, pues todos corren despavoridos—dijo con evidente tristeza en la voz. A mí no me das miedo. ¡Yo te ayudaré! ¿Cómo es esa gasolina que utiliza tu nave espacial? ¿Es la misma que la de los coches? No sé que es un coche —respondió Max—, pero el combustible que nosotros utilizamos es el jugo que sale de las naranjas, que tenemos muchas, o en su defecto de las manzanas, que tienen mucha energía. ¡Entonces no hay problema!
Tras aquellas palabras Javier llevó a Max una bolsa de naranjas que tenía en casa, pues a sus padres les gustaba mucho comerlas y, después de un rato exprimiéndolas, lograron reunir suficiente jugo de naranja como para que la nave del marcianito volviera a andar.
¡Muchas gracias por tu ayuda, has sido muy amable conmigo!—dijo Max a Javier antes de despedirse. No te preocupes, mis padres me enseñaron que no hay que juzgar a nadie por su apariencia, porque todos somos iguales. ¡Así que no te olvides de que tienes un amigo aquí en la Tierra para cuando necesites volver o quieras más combustible! ¡Y tú tienes un amigo en el planeta rojo!
Y tras decir esto la nave se elevó, y aunque la estancia de Max en la tierra fue muy corta esa primera vez, volvió muchas veces más a visitar a su amigo Javier mientras ambos iban creciendo. De esta forma fue como se inició una súper amistad interestelar, en la que nadie juzgaba a nadie, que dio una gran lección al mundo.