A Manuelito le gustaba mucho visitar a su abuelo, que se llamaba Manuel, como él. El abuelo Manuel vivía en una casa grande, un poco alejada de la ciudad, que había habitado desde que era un niño.
Como era una casa tan vieja había muchas cosas interesantes con las que jugar, y Manuelito, que era un niño muy curioso, no escatimaba a la hora de invertir tiempo en husmear para poder descubrir cosas interesantes sobre su abuelo que no le hubiera contado ya. Tenía tantas cosas que parecía inventor, así que el papá de Manuelito decía que el abuelo era un hombre muy inteligente, aunque a veces era como un científico loco.
Un día, mientras el abuelo se encontraba en la cocina preparando chocolate y café, Manuel husmeaba en una caja de juguetes viejos. Entonces, muy al fondo, encontró algo que le llamó poderosamente la atención: se veía algo parecido a una máquina de escribir, solo que en vez de letras tenía números y tan solo dos frases: «hacia adelante» y «hacia atrás».
Ensimismado y, con mucha curiosidad, Manuelito apretó la tecla que decía «hacia atrás» y tras hacerlo cerró los ojos con mucha fuerza. ¡Qué mareo sintió con el sube y baja que se formó! Y cuando el torbellino cesó y volvió a abrir los ojos, Manuelito se encontró que todo estaba distinto. En una habitación pudo ver cómo, ante sus ojos, un niño similar a él se encontraba construyendo algo. ¿Qué sería aquello? Se preguntó Manuelito. Al percatarse de su presencia, el otro niño se sobresaltó, dando un grito asustado:
—¿Quién eres tú y qué haces en mi habitación?
—Pues no sé, dímelo tú —respondió Manuelito—, yo estaba en casa de mi abuelo y apreté un botón en una máquina, y después de un torbellino muy raro he aparecido aquí. ¿Sabes algo?
—¿Una máquina? ¿A qué te refieres? —respondió el niño misterioso intrigado.
—Una máquina como… ¡esa! —Dijo Manuelito señalando el aparato en el que el misterioso niño parecía trabajar.
—¡Ah! ¡Te refieres a mi máquina del tiempo! Entonces… ¡Caramba! ¡Eso significa que funciona!
—¿Una máquina del tiempo? —preguntó de nuevo Manuelito—, Pero, ¿en qué año estamos? ¿Cuál es tu nombre?
—Estamos en 1960 y yo me llamo Manuel.
Manuelito entonces se dio cuenta de que se encontraba en el mismo lugar, solo que muchos años atrás, y aquel niño que parecía tener su edad… ¡era en realidad su abuelo! Ante el asombro, Manuelito comentó la situación al otro pequeño, que igual de sorprendido respondió:
—¡Te llamas como yo! Pero, ¿abuelooo? ¡Pero si ni siquiera he terminado el instituto! ¡Qué cosas dices!
—No sé, esto es muy raro, tengo que volver a mi presente—dijo entonces Manuelito, muy preocupado.
—Bueno, bueno, no hay de qué preocuparse, pues estoy a punto de terminar mi gran invento. Eso sí, tendrás que ayudarme para que pueda terminar más rápido.
Y así estuvieron Manuelito y el abuelo Manuel (cuando aún era pequeño), trabajando todo el día en la máquina del tiempo. Manuelito hacía caso y prestaba mucha atención a las indicaciones, dándose cuenta de que parte de lo que su papá había dicho siempre era verdad, que su abuelo era una especie de científico, pero Manuelito no creía que estuviera ni un poquito loco. Entonces, cuando todo estuvo listo, Manuelito se despidió de la versión niño de su abuelo y regresó, despidiéndose antes emocionado:
—¡Creo que pronto nos veremos!
Acto seguido el pequeño volvió a sentirse como en un sube y baja, y aunque cerró los ojos de nuevo con más fuerza que la otra vez, de nuevo se sintió mareado. Al abrirlos, sin embargo, esta vez sí que vio algo conocido, y era a su querido abuelo con una taza de chocolate caliente en la mano. ¡Había vuelto al presente!
—¡Ah! Veo que has encontrado mi máquina del tiempo.
—No creo que sea una máquina del tiempo, abuelo —dijo Manuelito pensando que el abuelo no sabía nada de su viaje—, parecía una máquina de escribir.
—Oh, sí que lo es, y si sabes guardar bien el secreto, entonces pronto te enseñaré otros de mis inventos.
Manuelito asintió, y cogiendo la taza de chocolate que le ofrecía su abuelo se sentó a descansar, orgulloso del abuelo tan increíble que tenía.