La mañana llegó rápidamente y la ciudad se desperezó con un bostezo. Los árboles se sacudieron el roció de la lluvia, las personas se levantaron de la cama y los dragones volaron sobre el cielo estirando sus coloridas alas.
El comienzo del día siempre es algo maravilloso para los mellizos Sandra y Javier, y por esa razón cada vez que el sol ilumina el cielo se acercan a la ventana emocionados por mirar una vez más el vuelo matutino de los dragones. Ahí arriba los animalitos vuelan felices de un lado a otro, jugando con las aves y haciendo volteretas graciosas. Luego, vuelven a sus hogares lentamente y despejan el cielo.
Sandra y Javier adoraban los dragones y siempre habían querido tener un dragoncito para ellos, uno pequeño de piel verde o naranja que moviera la colita con alegría al verlos y jugara con ellos al escondite. Sin embargo, mamá y papá no estaban seguros de que estuvieran preparados para afrontar una responsabilidad tan grande como era la de cuidar a un dragón.
Comen muchas hojas y vegetales. – Explicaba mamá cada vez que salía el tema de adoptar un dragón – Deberéis alimentarlo muchas veces al día, reunirle hojas frescas en abundancia y darle mucha agua. Además hay que bañarlo muy a menudo, porque un dragón sucio se siente muy triste y desmotivado para volar – Agregaba papá a las palabras siempre firmes de mamá.
Pero Sandra y Javier no se daban por vencidos nunca. Soñaban con tener un mejor amigo, cuidarlo y jugar con él todo el tiempo, así que insistieron y trabajaron duro para que mamá y papá se dieran cuenta de que eran niños responsables y que podían cuidar de un animal así de grande. Incluso, junto a su tío Miguel, construyeron una casa en el patio para el dragón, la pintaron con muchos colores y la decoraron con especial cariño.
Fue en el cumpleaños de los mellizos cuando mamá y papá estuvieron de acuerdo en adoptar un dragón, así que juntos fueron hasta un albergue de dragones que había en la ciudad. Allí había dragones de todos los colores y tamaños que parecían felices con la visita de los niños, salvo un dragón oscuro que llamó la atención de los niños. Cuando preguntaron por él les dijeron que nadie lo había adoptado porque preferían dragones más pequeños y de colores más bonitos. Sandra y Javier se pusieron tristes al ver al pobre dragón acostado sobre una esquina…
¿Podemos adoptarle a él? – Preguntaron los gemelos al mismo tiempo. Parece un dragón muy mayor, – contestó papá, – ¿estáis seguros? Sí, él necesita mucho amor y nosotros tenemos mucho para darle – Dijeron los gemelos entre risitas cómplices.
Y así fue como aquel día adoptaron al dragón Pepe, un nombre muy curioso para un dragón. Le llevaron a casa, le llenaron de mimos, todas las tardes llenaban su plato con hojas frescas y zanahorias (parece que a los dragones les gustan mucho), y luego jugaban con él hasta la hora de dormir. Después, por la mañana, llegaba la parte preferida de Sandra y Javier que no era otra que el vuelo matutino de los dragones.
Al salir el sol Pepe volaba dando vueltas sobre el techo de la casa y jugaba con otros dragones durante largos minutos hasta que llegaba la hora de volver al patio, donde le recibían sus mellizos queridos para llenarle de besos y abrazos, dándole así los buenos días durante años y años…todos los que aún vivió el dragón de color oscuro.
Sin duda aquellos niños se habían dado cuenta, de tanto esperar y esperar a su dragón, que el compromiso de adoptar a un animal no solo era algo divertido y emocionante, sino también para toda la vida.