José María vivía en un pueblo que tenía un bosque cerca, con árboles grandes y muchos animalitos. Algunos niños temían esos lugares, pero no José María, que se sentía muy seguro y cómodo en la naturaleza.
Por eso, la mañana de Halloween, prefirió darse uno de sus habituales paseos por el campo y pasar de la típica fiesta de disfraces de sus compañeros de clase. Aquel día el cielo se veía especialmente bonito y los árboles especialmente verdes, por lo que José María caminó muy feliz por el bosque contemplando entusiasmado su alrededor.
“¡Auxilio! ¡Que alguien que me salve!”…Escuchó José María de pronto. Aquel grito provenía de un lugar alejado del bosque, pero José María pensó que debía a ayudar a quien se encontraba en apuros, o al menos eso le habían enseñado sus padres.
“¡Auxilio! ¡Que alguien que me ayude!”…Escuchó de nuevo. Pero cuando José María llego al lugar del que provenía el grito solo se encontró con un gran cofre de madera que permanecía cerrado. Estaba convencido, sin embargo, de que el ruido venía de allí puesto que él se guiaba muy bien por la naturaleza.
Tras observar un rato José María se dio cuenta de que el misterioso cofre no tenía ningún candado, así que levantó la tapa sin pensárselo mucho. Para su sorpresa, del cofre emergió un gran dragón, con alas de dos metros y escamas de color azul. Al verlo, José María se sintió un poco asustado, pues se parecía a algunos juguetes de dinosaurio que él tenía en casa y que eran aterradores, pero el dragón rápidamente le hizo saber que no era peligroso y que se encontraba muy agradecido.
—Debo agradecerte, pequeño niño, que me hayas sacado de este angustioso cofre. Verás, yo no podía abrirlo por mi cuenta, porque estaba bajo un hechizo que sufrí la pasada noche de Halloween, bajo el cual nadie podría encontrarme jamás…solo la persona más valiente del mundo. —Dijo el dragón todavía algo entristecido— Mi nombre es Juan y me encuentro en deuda contigo… pero necesito pedirte un favor.
José María sintió pena por el dragón, por lo que decidió que le ayudaría en lo que fuera.
—Mis alas se han debilitado de estar tanto tiempo dobladas, por lo que necesito realizar un largo vuelo para que vuelvan a su estado habitual. Pero necesito que alguien me acompañe para darme ánimos. —Dijo Juan el dragón al pequeño José María.
José María era un chico muy valiente, eso estaba claro, aunque jamás había volado, por lo que no sabía si aquello le podría asustar, porque volar sobre los lomos de un dragón desde luego podía asustar a cualquiera, así que no sabía muy bien qué responder…
—Entonces, ¿qué dices? ¿Crees que podrás ayudarme? —Preguntó Juan el dragón.
—Está bien, te ayudaré. Pero cuando todo termine quiero que me des tú algo a cambio.
El dragón asintió y le ofreció su espalda a José María para que el niño se subiera en ella. Una vez arriba le dijo que se agarrara fuerte y extendió sus oxidadas alas para surcar el cielo. Primero se elevó hacia arriba, alto, muy alto, a la altura de las nubes y, una vez situado lo suficientemente alto, Juan el dragón comenzó a planear casi como un avión, a toda velocidad. José María se agarró de sus escamas con todas sus fuerzas, aunque lo cierto es que se sentía muy seguro a lomos de aquel dragón, como si fuera imposible caerse. Entonces miró hacia abajo, dándose cuenta de que los árboles de su precioso bosque se veían muy pequeñitos, y siguió oteando durante el vuelo y disfrutando de las preciosas vistas.
Después de un buen rato de vuelo, finalmente descendieron hasta el mismo punto del bosque en el que se habían conocido, aunque ahora ya no había ningún cofre, sino una flor muy grande y bonita.
—Muchas gracias, pequeño, parece que ya se ha roto el hechizo —dijo el dragón, casi llorando de la alegría—, ahora por fin soy libre, y como cumplo siempre mis promesas, dime qué es lo que querías tú a cambio.
—Pues…, que seas mi amigo —dijo José María un poco tímido y apenado por la idea de separarse ya de aquel fascinante dragón.
— ¡Pero si ya somos amigos! ¡Eres la persona más valiente del mundo y me has salvado!
Y José María se sintió el niño más feliz. Estaba claro que ese día de Halloween no había sido como el de sus amigos, pero para él había sido el más genial, fantástico e irrepetible del mundo mundial.
Desde entonces, cada Halloween, José María volvía a encontrarse con aquel simpático y mágico dragón, y juntos emprendían el mismo vuelo de entonces, capaz de asustar al más valiente de los valientes.