Gori era un monstruito, pero no un monstruo cualquiera, sino el más feo y raro de todos los monstruos del mundo. Tenía los ojos grandes y un cuerpo lleno de pelo por todas partes. Pero eso sí, Gori también era el mejor de todos en la ‘organización de sustos’, una empresa que se encargaba de asustar a los niños cuando dormían. Así, en esta ocasión, Gori había decidido ir a asustar a Johnny, un pequeñín de solo cinco años de edad que le tenía mucho miedo a los monstruos y a los fantasmas, y se preparó muy bien para aquella noche: había oxidado sus mejores cadenas y había comido un plato entero de sapos en salsa para tener un aliento súper horrible. También había afilado sus garras y, tras ello, se encontraba totalmente listo para la acción.
Entonces, cuando Johnny decidió irse a dormir tras un largo día de juegos, Gori se apareció en su habitación, justo debajo de su cama. A Gori le gustaba mucho tocar los pies de los niños, y cuando estos olían mal todavía más… ¡disfrutaba como si él también fuese un niño pequeño! Por eso, cuando ya estaba todo dispuesto y Johnny en su cuarto, Gori pensó que sería el momento adecuado para ir saliendo de debajo de la cama y ver si esos pies eran un auténtico manjar. De esta forma sacó uno de sus grandes brazos para tocar el primer pie que pillase y… “¡Arrrggghhh! ¡Qué asco más grandeeee!”. Gori no había contado con que un pie pudiese tener calcetines (que los odiaba), por lo que él mismo se dio un susto, y de los grandes, cuando dio con el pie de Johnny. Y es que a Gori no le gustaban nada de nada los calcetines porque con ellos no podía tocar ni oler los pies al cien por cien, su debilidad.
Entonces Gori, muy a su pesar, trató de quitar cuidadosamente el calcetín a Johnny sin que se despertara, y cuando finalmente lo logró… “¡Ohhh, nooo!” Los pies de Johnny desprendían un olor horrible, insufrible, que casi le impedía respirar. Aquel olor tan exagerado era mucho más de lo que Gori podía soportar, hasta el punto de que le provocó una fuerte tos, y con los nervios y las ganas de salir corriendo terminó tropezándose con la mesita de noche de la habitación, siendo descubierto por el pequeño.
–¡Auch! –Gritó Gori, que se había golpeado en la cabeza y le había salido un chichón bien grande.
–¡Salud! –Contestó casi sin pensar Johnny, que creía haber oído un estornudo y no un grito.
–¡Gracias! –Respondió Gori, dejándose llevar por el momento–. Un segundo… ¡Estás despierto!
–¿Y tú, quién eres? –Preguntó Johnny, confundido y asustado por la apariencia de Gori, un monstruo raro y bastante feo.
–Yo, mi querido pequeñín, soy Gori Gorgojo Garojo Gargajo, el monstruo más horrible del mundo que ha venido hasta aquí para asustarte.
–Ehhh…, pues no me das susto ninguno. ¡Y menos con ese cuerno de unicornio! ¿Todos los monstruos tenéis un cuerno de unicornio? –Preguntó Johnny, dejando confundido a Gori.
–¿Por qué lo dices?
–Pues porque tienes uno en la cabeza.
Entonces Gori se vio en el espejo y gritó muy fuerte, puesto que en realidad no era un cuerno de unicornio, sino su chichón que se había hecho todavía más grande. Aunque lo cierto es que el pobre Gori se veía muy cómico con ese chichón, pues hacía que su cabeza pareciese un helado del revés.
Johnny, al ver aquella situación empezó a reír y reír sin parar y, a pesar de que Gori se veía espeluznante, la verdad era que no resultaba ser finalmente nada terrorífico, sino todo lo contrario y bastante simpaticón, por lo que Johnny estaba encantado de que hubiera ido a visitarle.
–¿Y has asustado a muchos niños? –Preguntó Johnny sorprendido.
–¡Meh! Pues ha sido una semana muy floja y… ¡Yo no debería estar hablando contigo! ¡Deberías asustarte por mi presencia!
–Pero ya te lo dije, no me das miedo, me das risa.
–¿Risa? ¿Yo? ¡Imposible! –Gori trató de lanzar el grito más ruidoso, horrible y terrible que pudiera lograr, pero se le quebró la voz y terminó sonando como un pollo remojado.
Johnny empezó a reír y a reír de nuevo con Gori, que se encontraba muy avergonzado por su fracaso. Entonces, seguidamente, le explicó al pequeño Johnny que si no lograba asustar a los niños, los demás monstruos se burlarían de él, y como al pequeño aquello le dio algo de pena, entonces hizo un trato con Gori: podía volver a su empresa y decir que había logrado asustar a Johnny, pero tendría que dejar de asustar a los niños a cambio para siempre. Gori aceptó aquel trato y dejó de hacerlo, pero siguió visitando a Johnny de vez en cuando para conversar y reírse un rato, volviéndose con el tiempo grandes amigos. Sin duda, aquellos calcetines odiosos y malolientes, habían mostrado un mundo nuevo al monstruoso y divertido Gori, que había descubierto una nueva profesión (la de hacer reír) con la que no fallaría ya a ningún niño.