Esta es la historia de Paula la pirata y de cómo dejó de ser el terror de los siete mares para volverse la salvadora de miles de pescadores.
Todo comenzó un día caluroso de verano. Los turistas del crucero marino Felicity estaban muy contentos mirando por todos lados el mar azul. Admiraban a los delfines, a las tortugas y demás criaturas que se asomaban por las aguas. Es decir, que parecía que iba a ser un viaje tranquilo, pero algo cambió en la mitad del viaje cuando el barco de la temible Paula la pirata se divisó a distancia.
Entonces el capitán intentó hacer algo desesperado, intentando huir de aquel barco que parecía significar problemas. Sin embargo, la idea de huir no fue la mejor, pues ya era tarde para poder mover y hacer escapar a un barco tan grande. Y así, sin apenas darse cuenta, los tripulantes del barco misterioso ya estaban en la popa y la mismísima Paula en la sala de controles.
¡Detén el barco! —Dijo Paula al señor capitán. ¡Pero si aún no hemos terminado el viaje! Por favor, apiádese de nosotros… ¡solo somos un barco de turistas! —Explicó muy asustado el capitán del barco.
Pero Paula la pirata no atendía a razones, si ella ordenaba algo se tenía que hacer. De manera que el capitán finalmente detuvo el barco y Paula reunió a todos los turistas en la popa para así robarles todas sus pertenencias. Claro que Paula la pirata no trabajaba sola, pues tenía la ayuda de su mano derecha, el terrible Barba Gris que le ayudaba en todos su malvados planes.
Todos estaban asustados y veían a Paula como una pirata muy mala, pero unos pocos sabían que ella no había tenido una infancia muy buena y que no tenía amigos con los que jugar y por eso siempre había estado sola. Ser una pirata era lo único que Paula había tenido ocasión de aprender, pero algo estaba a punto de cambiar.
Barba Gris ordenó que las personas que no tuviesen nada de valor fuesen lanzadas al agua y, aunque todo parecía ir bien al principio, llegó el turno de unos niños y las cosas se complicaron. Paula la pirata sintió algo dentro de ella que hacía mucho que no sentía: la culpa.
Y es que Paula se sentía culpable por todos los niños que estaban llorando y que iban a ser arrojados al mar, así que pidió a su tripulación que los dejaran libres. Pero aquella orden fue vista por el resto de su tripulación como una gran afrenta, y decidieron marcharse y dejarla sola en alta mar.
Paula no huyó ni se asustó porque la dejaran sola, ni tampoco lloró cuando finalmente fue atrapada por la policía marina junto a alguno de sus antiguos secuaces, aceptando su castigo en una cárcel para piratas sin rechistar. Y todo aquel tiempo lo empleó en reflexionar y en recordar todas las cosas que había hecho. Así que, cuando finalmente salió de la cárcel para piratas, Paula solo sentía la necesidad de ayudar a los demás y no de perseguirles. No quería que más niños perdieran a sus padres, como le había sucedido a ella, y que crecieran solos como Paula la pirata.
De esta forma Paula abandonó su espada, su sombrero, su barco y su pasado para que nadie la reconociese nunca más. Paula ahora divisaba un horizonte mucho más bello que el que hay en alta mar, el de dejar de estar sola, hacer amistades y ayudar a los demás.