Matías estaba molesto con sus padres aquella mañana, pues le habían ordenado que limpiara su cuarto y tirara la basura. Por si esto fuera poco, tampoco le dejaban dormir hasta muy tarde porque debía despertarse temprano para ir a la escuela y, por supuesto, no podía comer dulces a todas horas.
Matías creía que sus papás no le querían, así que decidió tomar su mochila de la escuela y escapar. Metió algo de ropa, agua y comida para él y para su conejo, la mascota a la que tanto adoraba y que no pensaba dejar atrás. Matías también guardó un mapa que sin duda le serviría para cumplir su objetivo: convertirse en un auténtico pirata.
Matías había leído que los piratas eran geniales porque hacían lo que querían cuando querían y como querían. Además, siempre estaban viajando por el océano en busca de tesoros y de aventuras, lo que para el pequeño Matías era un auténtico sueño. Estaba completamente decidido y ni siquiera se despidió, tan solo dejó una nota con un dibujo explicando que tenía que irse para volverse un gran pirata y que no tenía pensado volver nunca más.
Matías, emocionado por lo que le esperaba en su largo viaje, sacó su mapa y siguió todos los caminos indicados hasta llegar al puerto donde al parecer se reunían los demás piratas. Sumergido en la emoción de encontrar a los piratas para ser parte de su tripulación, Matías apenas podía darse cuenta de cómo su conejito intentaba volver a casa.
Cuando al fin los encontró, aquellos piratas se mostraron muy sorprendidos, pues nunca antes habían tenido un integrante tan joven. Incluso pensaron en decirle que volviera a su hogar, pero finalmente Matías, de tanto rogar y rogar, consiguió que los piratas le aceptaran como a un nuevo miembro de la tripulación. ¡Al fin iba a conocer lo que era ser un auténtico pirata!
Al principio todo era genial, podía comer todos los dulces que quería, dormir a la hora que le daba la gana y no bañarse si no lo deseaba. También le gustaba estar ahí porque le daban todas las verduras que no le gustaban a su conejo, y podía salir en busca de tesoros alucinantes, luchar contra tribus peligrosas y recorrer el mundo entero. Pero todo comenzó a cambiar cuando Matías se enfermó de la tripa por haber comido tantos dulces. Nadie allí sabía cómo cuidar a un niño pequeño enfermo, así que por primera vez Matías se vio sin el cuidado de su madre y de su padre, solo tenía a su conejo y él, como mucho, meneaba la nariz.
Tampoco era muy feliz si lo pensaba bien, porque a veces no podía dormir por culpa de las fiestas que hacían los piratas en el barco con música a todo volumen, y olían muy mal porque pasaban demasiado tiempo sin bañarse, así que Matías decidió regresar un día a casa. Cuando llegó y tocó la puerta con su conejo en la mochila, sus padres recibieron a Matías entre lágrimas, besos y abrazos porque habían estado muy preocupados por él.
Matías aprendió una gran lección tras aquella desdichada aventura, y es que a veces los padres pueden llegar a ser muy duros con sus hijos no dejando que hagan siempre lo que quieran, pero eso es lo que hacen las personas cuando quieren a otras, cuidarlas y procurar protegerlas de todos los males. Por eso, desde aquel día, Matías ya no volvió a dudar a la hora de hacer caso a sus padres, pues se había dado cuenta que en ningún sitio podía estar mejor que en su propia casa.