En una ciudad llena de grandes edificios vivía Adrián, un chico de gafas y hoyuelos en las mejillas al que le encantaban los barcos, sobre todo desde que su mamá y su papá le llevaron una vez a ver una película muy divertida en la que salían muchos barcos de todo tipo: veleros, pesqueros, yates, cruceros… Todos distintos y muy bonitos.
Volviendo del cine aquel día, Adrián no podía dejar de hablar de lo increíble que eran los barcos, o de cómo le parecía incluso mágico que cosas tan grandes y pesadas pudieran flotar en el océano. Sin duda Adrián se había quedado impresionado.
Papá y mamá también estaban muy contentos de ver que a su pequeño niño le gustaran tanto los barcos, y cuando Adrián pasó al siguiente grado, le regalaron un barco en miniatura. El niño estaba tan feliz que no paraba de jugar con su barco en la bañera y de hacer dibujos con sus crayones de barcos enormes…hasta que un día mamá le contó una historia de piratas.
Los piratas eran hombres que vivían en barcos todo el año, usaban patas de palo y parches en los ojos y comían mucho huevo y limón. Al menos eso dijo mamá cuando Adrián le preguntó.
¡Quiero ser un pirata! – Dijo Adrián cubriéndose un ojo con su mano y gruñendo. – ¡Argh!
Entonces se inició la que iba a ser la construcción de un gran barco pirata en el patio trasero. Con cartón y pegamento comenzaron a construir la proa, que era un trabajo difícil pero con ayuda de todos se podía conseguir. Aquella construcción era muy complicada, porque el barco pirata iba ser muy grande, y eso hacía que el pequeño Adrián se impacientara al ver cada tarde que aún faltaba mucho por hacer:
Quiero que esté listo ya. – Decía Adrián muy triste. Hijo – dijo papá con paciencia, – las cosas buenas en ocasiones llevan su tiempo. Cuando haces algo con tus propias manos y lo construyes con amor, te aseguro que el resultado es mil veces mejor que si lo hiciésemos corriendo en un mismo día. ¿Eso significa que será un buen barco pirata si tengo paciencia? – Preguntaba emocionado Adrián. Será el mejor barco pirata que se haya construido jamás en la historia, ya verás. – Le contestó con orgullo papá.
Cuando estuvo totalmente pegado el barco, con su timón y todo, entonces llegó la parte más divertida de todas, el momento de darle color al barco.
Vamos a hacerle unas flores rosadas. – Dijo mamá muy animada y contenta. No, mejor hagámosle unas llamas en la punta como la de los coches. – Dijo papá que amaba mucho los coches. Me gustaría que tuviera algunas estrellas y una luna. – Dijo también Adrián. ¿Cómo nos decidiremos entonces? ¡Son muchas cosas!– Exclamó mamá indecisa. Yo creo que vamos a hacerlo todo. – Dijo Adrián tras pensar unos segundos – Este barco lo hicimos con mucho amor los tres y merecemos que tenga todo lo que nos gusta.
Así se pusieron a pintarlo con llamas, flores rosas, estrellas y una luna. Cuando terminaron se veía un poco confuso el diseño, pero todos estaban muy felices con aquel barco pirata.
¡Argh! – Gruñía Adrián sin parar – ¡Argh! Este es un barco pirata y yo soy el capitán. ¡Suban mamá y papá a bordo! ¡Vamos a conquistar el mar!
Ser pirata podía ser algo muy divertido, y Adrián pudo comprobarlo muy bien aquel día, pero los barcos, sobre todo cuando se comparten con quien más quieres, seguían siendo lo que más le gustaba del mundo mundial.