Los gatos, grandes cazadores, tienden a alimentarse de presas más débiles, y su agilidad hace que no pasen hambre en todo el año, aunque se trate de gatos solitarios. Los ratones son sus principales víctimas, ya que a pesar de las grandes velocidades que estos pueden alcanzar, su pequeño tamaño les convierte en una presa fácil para los gatos. Precisamente, sabedor de todo aquello, vivió una vez un gato, conocido entre sus secuaces por tener siempre la barriga muy grande y llena. Pero el gato fue cumpliendo años, y con el paso del tiempo, se daba cuenta de que su agilidad ya no era la de cuando era joven, ni sus ganas de correr de acá para allá eran tampoco las mismas. Ya no podía perseguir a los ratones con la misma facilidad, y poco a poco, fue convirtiéndose en un gato callejero apostado en una esquina con hambre y aterido de frío.
A los viandantes que se cruzaban con él se les llenaban los ojos de lágrimas, y muy compadecidos por su estado, se fueron haciendo amigos de él, incluso algunos ratones con el corazón lleno de amor y de solidaridad.
Sin embargo, uno de aquellos ratones que se encontraba por las cercanías, y que le observaba día tras día, no terminaba de confiar en él ni de creer que el hambre le hubiese apaciguado también su frío corazón. Un día, surgió una disputa entre dos pájaros ante la aparente mirada impasible del gato. El ratón, que observaba la escena sin perder detalle, estaba convencido de que el gato se lanzaría hambriento sobre los dos pájaros, y de este modo, todo el mundo descubriría las verdaderas intenciones del gato.
El gato, aproximándose a la rama del árbol desde la cual vociferaban los pájaros, dijo:
No os peléis. Confiad en mí e intentemos arreglar vuestro malentendido.
Efectivamente, y como temía el ratón, el gato parecía cercar cada vez más a los pobres pájaros con la intención de lanzarse sobre ellos. Ya no era un gato cazador, y los años, le conducían a vivir de ocasiones fortuitas y desesperadas.
El ratón, contemplando la lastimosa escena, llamó la atención del gato con un agudo silbido y libró a los pajarillos de su destino. Pero ya no podía ver a aquel gato cansado con los mismos ojos, y decidió acompañarle en la distancia hasta el fin de sus días.