Capítulo 4. Una flor en el campo de batalla

Sara se quedó a ver como los nuevos reclutas luchaban intentando mostrar sus habilidades de lucha, algunos eran realmente buenos, y otros apenas y podían sostener la espada sin hacerse daño a ellos mismos, los que mostraron ser buenos con la espada fueron asignados al escuadrón que estaría liderando Sara.

Ninguno de los que se le fueron asignados a ella se quejó porque ella fuera una mujer, ya que la había visto pelear y sabían que ella era un excelente guerrero.

Cuándo todos los nuevos reclutas fueron asignados a sus debidos escuadrones se les permitió regresar a sus casas a descansar ya que estarían marchado a la mañana siguiente.

Al regresar a su casa el padre de Sara se apresuró a recibirla y le preguntó.

__ ¿Cómo te ha ido?

__ Me ha ido estupendamente, me han puesto a cargo de los nuevos reclutas.

__ ¡¿Qué?¡, ¿Cómo has logrado eso?

__ Es una larga historia padre, lo mejor será que entremos y nos sentemos para poder contarte lo que ha pasado.

Cuando estuvieron dentro Sara le contó a su padre como había convencido al general Morris para que la aceptara, su padre la miró y le dijo.

__ Sin duda alguna eres todo un caso, prométeme que cuidarás de ti cuando estés en la frontera.

Sara se acurrucó en el pecho de su padre y le dijo.

__ Te prometo que no haré nada imprudente cuando esté ahí.

__ AH... Eso espero.

__ ¿Dónde está Alec?, quiero estar con él todo lo que pueda antes de irme.

__ Está en su habitación.

Sara le dio un beso en la mejilla a su padre y le dijo.

__ Te veo mañana padre.

__ Hasta mañana mi pequeña Sara.

Sara subió corriendo las escaleras hasta llegar a la habitación de su hijo, al abrir la puerta pudo ver a su pequeño dando vueltas y riendo sin parar, Dana la madre de Paul intentaba dormirlo, sin embargo él no paraba ni un solo momento.

Sara se acercó a la cuna y levantó en brazos a Alec y le dijo.

__ Pequeño traviesos debes portarte bien, Dana puedes irte a descansar yo me encargaré de dormirlo.

__ Como usted desee mi señora.

Dana se retiró y Sara abrió el balcón de la habitación de Alec, lo tomó en sus brazos y lo llevó a ver las estrellas y le dijo.

__ Mi niño, mamá tendrá que irse durante un tiempo pero nunca olvides que te amo.

Alec miró a su madre con sus bellos ojos azules se acurruco en los brazos de su madre, Sara le canto canciones hasta él se quedó dormido y lo acostó en su cuna y se fue a su habitación, se dio un largo baño se puso un camisón dorado y tomó el retrato de su esposo que tenía en la mesita de noche y le dijo.

__ Cuida de nuestro pequeño ahora que no estaré aquí.

Sara le dio un beso al retrato y se quedó dormida abrazándolo toda la noche, a la mañana siguiente se puso su armadura y ató su cabello en un moño, fue a la habitación de su hijo quien aún seguía dormido y le dio un beso en la frente.

Luego bajó al comedor donde su padre la estaba esperando para desayunar, al verla entrar vestida con la armadura que él le había regalado años a tras se levantó de la mesa y se acercó a ella cojeando y le dijo.

__ Jamás me imaginé que algún día usarías esa armadura.

__ Si te soy sincera, yo tampoco me imagine que la usaría algún día.

__ Te queda perfecta.

Sara y su padre desayunaron y luego se dirigieron a fuera donde le tenían preparado su caballo, Dana llevó en sus brazos a Alec quien acaba de despertar y aún seguía medio adormilado, Sara lo tomó en sus brazos le dio un un beso en sus mejillas regordetas y le dio un fuerte abrazo y le dijo a Dana.

__ Cuida bien de mí pequeño.

__ Así lo haré señora Sara, no tiene que preocuparse por él, le cuidaré como si fuera mi propio hijo.

__ Gracias Dana, lo dejo en tus manos.

Sara le dio un fuerte abrazo a su padre y le dijo.

__ Cuídate papá.

__ Tu también cuídate mi pequeña.

Sara se montó en su caballo y se fue a la entrada de la ciudad dónde estaban todos los soldados que marchaban a la frontera despidiéndose de sus familiares.

Cuando estuvieron todos los soldados, marcharon a la frontera, el viaje a la frontera duró varios días en los que el clima se volvía más frío. Así que decidieron parar a descansar en la fortaleza que quedaba cerca del campamento donde los demás soldados los estaban esperando para defender la frontera.

En la fortaleza se les dio una cama y una buena comida a todos los soldados, como Sara era la única mujer entre todos los soldados, le dijeron que debía de compartir habitación con las criadas ya que estaban abarrotados y no podían darle una habitación para ella sola.

Sara no se quejo y se fue a la habitación donde la habían asignado, se dio un baño y se puso un sencillo conjunto de ropa, salió al comedor donde todos los soldados estaban comiendo y cuando hubo terminado de su comida se fue a su habitación y se quedó dormida rápidamente, ya que estaba sumamente cansada.

A la mañana siguiente todos se levantaron muy temprano y se fueron después de desayunar, llegaron al campamento a media tarde, todos los soldados al ver llegar a Sara se quedaron muy sorprendidos de que una mujer hubiera llegado, sobre todo porque Sara era muy hermosa.

Su cabello rubio platino destellaba con los rayos del sol y su armadura plateada brillaba como si estuviera hecha de luz, sus labios eran rojos como el muérdago y su piel blanca y pálida como la porcelana, sus ojos cafés tenían destellos rojos que hacían que te quedaras atrapado por su mirada.

En aquel campamento lleno de hombres Sara era como una flor en el desierto, que llamaba la atención de todo aquel que la veía, cuando todos estuvieron formados en filas, el rey salió de su tienda para decir unas palabras a los recién llegados y al ver a Sara entre aquellos hombre, el rey se quedó atónito sin poder apartar su mirada de ella.

Ella se veía regia y maravillosa vistiendo su armadura color plata, el rey incluso pensó que quizá estaba alucinado, él no podía creer que la mujer de la cual él había estado perdidamente enamorado desde el primer día que la había conocido estuviera en aquel lugar.

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