EL RENACIMIENTO DE UN MUERTO

Oscuridad.

El frío del Ártico se había desvanecido, pero algo peor lo reemplazaba: una sensación viscosa, como barro caliente mezclado con químicos. No había nieve. No había viento. Solo un zumbido eléctrico que vibraba en sus huesos.

Riot abrió los ojos de golpe.

Una luz blanca lo cegó de inmediato. Un zumbido constante perforan sus oídos. Intentó moverse, pero descubrió que estaba inmovilizado. Brazos y piernas esposados con grilletes metálicos a una camilla vertical suspendida por un brazo mecánico. La camilla oscilaba lentamente en una habitación sin ventanas, blanca y clínicamente estéril.

Un solo panel de vidrio blindado estaba frente a él, al otro lado del cual lo observaba una silueta.

—Buenos dias, espero que hayas descansado bien. —dijo una voz amortiguada, amplificada por los altavoces.

El hombre tras el cristal era inconfundible. Bata oscura. Postura recta. Y ese rostro inhumano: una máscara de metal con ojos rojos sin nada más.

El Sin Rostro.

Riot:

–Porque no me mataste?– Dijo Riot con una mirada penetrante y enojada–

El Sin Rostro:

—Técnicamente, moriste hace horas —continuó, mientras manipulaba una interfaz táctil—. Disparo directo a la frente. Letal. Pero predecible. Aun así… aquí estás. Respirando. Consciente. Furioso.

Riot no respondió. Apretó los dientes. Su mandíbula rechinó.

El Sin Rostro:

—Pero no me interesa tu cadáver. Me interesa lo que puedes llegar a ser. Me interesas como... base.

Riot:

—¿Base… para qué? —gruñó Riot, con la voz áspera como lija mojada.

El Sin Rostro:

—Durante años perfeccioné el proceso. Soldados aumentados. Carne mejorada. Implantes neuronales e incluso la resurrección. Pero todos fallaban. El cuerpo humano... es frágil. Rompible. La muerte era la única barrera que no podía cruzar. Hasta ahora.

Un monitor se encendió a su derecha. Imágenes borrosas aparecieron: cuerpos reanimados, sujetos a cables, soldados con piel desgarrada pero funcional, ojos inyectados en blanco y máquinas bombeando pulsos eléctricos.

El Sin Rostro:

—Esto es el Proyecto Lazarus —dijo El Sin Rostro con un orgullo frío—. La resurrección no es el unico objetivo. La superación de la vida misma… lo es. No vivir más tiempo, sino vivir más allá. Tú eres... el siguiente paso.

Riot:

—¿Quieres hacerme uno de esos monstruos? —sintiendo un ardor en la espalda baja.–

El Sin Rostro:

—No.... Ya lo hice.

Riot sintió un escalofrío que no era humano. No podía temblar, y sin embargo, su cuerpo reaccionaba. Bajó la mirada y notó sus venas corriendo un suero verde bajo su piel. Había cicatrices que no recordaba.

El Sin Rostro:

—No tienes idea de lo que eres ahora —dijo El Sin Rostro, y comenzó a alejarse—. Pero lo descubrirás pronto. Porque la verdadera prueba… comienza cuando se abre la jaula.

De pronto, la habitación se apagó por completo.

Un clic sonó en los grilletes.

La camilla lo soltó.

Riot cayó de rodillas al suelo con un golpe seco, jadeando. Cuando levantó la vista…

Ya estaba solo.

 

Instantes después. Instalación desconocida. Pasillos subterráneos.

Las luces eran tenues, parpadeaban. Las alarmas aún no se activaban, pero el lugar olía a crisis contenida. Riot avanzaba cojeando, apoyado contra las paredes, notando que… algo era distinto. Su respiración era irregular, pero no por agotamiento. Sus heridas de bala... habían sanado. No solo cerradas. Como si nunca hubieran existido.

La ira le impulsaba, pero había algo más. Instinto.

Vio a un guardia girar la esquina.

Riot lo agarro de la nuca y su cuello se partió entre sus brazos de Riot.

El cuerpo cayó sin un grito.

Riot:

—¿Qué demonios...? —susurró Riot.

Le quitó la pistola, el cuchillo y una tarjeta de acceso. Empezó a moverse. La base era un laberinto de acero reforzado, tubos expuestos, luces intermitentes y puertas automáticas que abría a la fuerza con pura brutalidad.

Voces en los pasillos. Guardias de negro. Más soldados.

Riot los acribilló. No apuntaba: acertaba. Saltaba, disparaba, golpeaba con precisión. Como si sus músculos ya hubieran aprendido todo lo que su mente ignoraba.

Un soldado que entraba por una puerta de atrás fue derribado con una barrida de Riot, y Riot le dio un tiro en la frente.

Y entonces… una voz lo interrumpió, resonando por los altavoces.

El Sin Rostro:

—El nuevo tú no necesita entrenar. Solo necesita… despertar. —era El Sin Rostro, otra vez—.

De las rejillas del techo comenzó a salir una nube verde, densa, con olor metálico.

Riot intentó cubrirse, pero ya era tarde.

Inhaló.

Y su mundo se rompió.

 

Alucinación inducida. Tiempo distorsionado.

Todo estaba… corrupto. Las paredes respiraban. Las luces se derretían.

Varias puertas se abrieron y soldados de El Sin Rostro llegaban por montones.

Los enemigos venían con rostros putrefactos, con carne negra, huesos expuestos. Las voces se distorsionaban como si hablara un enjambre. Sus ojos brillaban.

Voz:

—¡Mátalos! ¡¡MÁTALOS!! —gritó una voz que no era suya. Que venía desde su cabeza.

Riot rugió.

Se lanzó al combate como una bestia. No había táctica. Solo violencia.

Golpeó a varios dejando los rostros de los enemigos irreconocibles, partió huesos con las manos. Partia en dos a sus enemigos con los brazos. Sus sentidos estaban afilados como cuchillas. Las balas no le detenían, los esquivaba. Un golpe en su brazo fue ignorado. Un corte en su rostro, olvidado.

Los cuerpos se apilaban. El suelo se llenó de vísceras.

Hasta que no quedó nadie.

Silencio.

 

15 minutos después.

Riot estaba arrodillado. Jadeaba.

Las luces rojas parpadeaban con furia. El gas se había disipado.

Y frente a él…

una masacre.

Decenas de cadáveres de soldados. Algunos mutilados. Otros simplemente aplastados. Todos muertos. Algunos con armas aún en mano.

Riot tembló. Las manos cubiertas de sangre.

Riot:

—¿Qué… qué me hicieron? —susurró.

Y en su oído, como un demonio íntimo, El Sin Rostro susurró:

El Sin Rostro:

—Has nacido de nuevo. Eres mi error más increíble… y mi éxito más letal... Aunque debo admitir que aun estas incompleto, asi que tendre que destruirte.

Una alarma se activó.

Evacuación en curso. Zona de contención comprometida.

Zzzzzzzzt.

Una compuerta lateral se abrió con fuerza.

Riot corrió, tambaleante. Llegó al garaje. Cuerpos por todos lados. Tomó un helicóptero, lo encendió a golpes, y comenzo a ascender.

Manejaba sin rumbo. Sin saber a dónde. Pero algo en él… aún luchaba.

 

Días y horas después. Amanecer. Frontera México - Estados Unidos.

El sol comenzaba a levantarse entre nubes de polvo y neblina.

Riot habia abandonado el helicóptero y tomo un vehículo.

El vehículo de Riot se detuvo frente a una base oculta, una instalación olvidada por el gobierno donde una vez comenzó la planificación de la misión.

Salió tambaleando, con la ropa rota, las venas marcadas con líneas verdes. Respiraba con dificultad. No por el cansancio… sino por algo más.

Abrió la puerta de la base, entró.

Y mientras la cerraba detrás de él, murmuró con los ojos perdidos en el suelo:

—No soy el mismo. No sé qué soy ahora. Pero voy a matarlo.

—Y esta vez… no voy a morir.

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