Capítulo 2

...┃ 𝐆𝐑𝐀𝐘𝐂𝐄 𝐑𝐎𝐎𝐒𝐄𝐕𝐄𝐋𝐓 ┃...

Cuando Seth se fue al supuesto trabajo, sentí una mezcla de alivio y frustración. Alivio porque ya no tendría que enfrentar la tensión en su presencia, y frustración porque sabía que nuestra conversación no había resuelto nada. Me senté en la mesa de la cocina, mientras miraba fijamente la taza de té que apenas había tocado.

¿Por qué siempre es así? ¿Por qué parece que no importa cuánto hablemos, nada cambia? ¿Realmente le importa nuestra relación, o solo está fingiendo? Estas eran las preguntas que giraban en mi mente, mezclándose con la sensación de soledad que me invadía cada vez que Seth se iba.

El día pasó lentamente, cada hora marcada por la ausencia de respuestas. Intenté distraerme con tareas mundanas, pero mi mente seguía regresando a la misma inquietud. ¿Qué necesito para ser feliz? ¿Es posible salvar nuestro matrimonio, o estamos destinados a seguir así hasta que uno de nosotros no aguante más?

Cuando llegó la tarde, el sonido de la puerta principal me sacó de mis pensamientos. Seth había regresado, pero no estaba solo. Una mujer joven, con el cabello rojo y una sonrisa que parecía demasiado familiar, entró detrás de él. Mi corazón se aceleró, y me levanté rápidamente.

— ¡Grayce! —llamó él, mientras la mujer le sonreía — Grayce, esta es Dahlia —, dijo Seth, intentando sonar casual. — Es una gran amiga mía de la infancia y resulta que no tiene dónde quedarse. Pensé que podríamos ofrecerle nuestra habitación de invitados mientras encuentra un lugar.

Mis ojos se encontraron con los de Dahlia. Parecía avergonzada, como si supiera que su presencia era una intrusión. — Hola, Grayce —, dijo con voz suave. — Lo siento mucho por la molestia.

Intenté mantener la calma, pero la ira y la confusión me invadieron. — Así que, sin consultarme, decides traer a una desconocida a nuestra casa —, dije, mirando a Seth con incredulidad. — ¿Qué pasa si me hubieras preguntado primero?

— Sé que esto es inesperado, pero solo es por unos días. No podía dejarla en la calle —, respondió Seth, con una sinceridad que no lograba calmar mi enojo.

Dahlia dio un paso adelante, con una expresión preocupada. — De verdad, no quiero causar problemas. Si prefieres, puedo buscar otro lugar esta noche.

Las palabras de Dahlia me hicieron sentir una punzada de culpa, pero mi frustración con Seth era más fuerte. — No es tu culpa, Dahlia. Es solo que... —, dejé la frase en el aire, sin saber cómo continuar.

Seth intentó suavizar la situación. — Grayce, sé que estás molesta, pero podemos hablarlo. No quiero que esto sea un problema.

— ¿Hablarlo? ¿Como hablamos todo lo demás y nunca cambia nada? —, respondí, mi voz cargada de emoción. — No se trata solo de esto, Seth. Se trata de todo lo que hemos estado evitando.

Dahlia retrocedió ligeramente, visiblemente incómoda. — Puedo volver más tarde si necesitan tiempo para hablar...

Miré a Dahlia y luego a Seth, sintiendo cómo la tensión crecía. — No, está bien. Si ya la has traído aquí, se puede quedar. Pero esto no significa que nuestra conversación haya terminado.

Seth asintió, con una expresión de alivio mezclada con preocupación. — Gracias, Grayce. Prometo que hablaremos más tarde.

Dahlia me miró con gratitud y tristeza. — Gracias, Grayce. De verdad lo aprecio.

Asentí, intentando mantener la compostura. — Claro, Dahlia. Espero que encuentres pronto un lugar donde quedarte.

El resto de la tarde pasó en un tenso silencio, cada uno de nosotros atrapado en nuestros propios pensamientos. Mi mente seguía girando, llena de preguntas sin respuesta y una sensación de insatisfacción que parecía no tener fin. Sabía que algo tenía que cambiar, pero aún no sabía cómo lograrlo.

— ¿Cómo puede ser tan insensible? ¿Qué estaba pensando? —, me decía en voz alta, sin importarme si alguien me escuchaba. — ¿Realmente cree que esto va a solucionar algo?

Salí de casa con pasos firmes, sintiendo el enojo burbujear dentro de mí como un volcán a punto de estallar. Había tenido suficiente. Mi mente era un torbellino de pensamientos contradictorios que me llevaban a pelear... no con otros, sino conmigo misma. Con el corazón acelerado y una voz interna gritando, decidí que una buena dosis de rabia en la calle me haría sentir mejor.

— ¡Maldita sea! ¡No puedo creer que me hayan tratado así!, — murmuré mientras caminaba por la acera, gesticulando iracunda. La gente me miraba de reojo, pero no me importaba; estaba perdida en mi mundo de frustraciones.

Mientras cruzaba la calle, de repente, un rugido ensordecedor interrumpió mis pensamientos. Sin previo aviso, un brillante e imponente Bugatti Chiron se lanzó hacia mí, atravesando el cruce con una despreocupación desconcertante. Levanté la cabeza justo a tiempo para ver cómo la máquina de lujo casi me arrolla.

— ¡Alto! —, grité con desesperación, dando un salto hacia atrás, pero no pude evitar que mis pies tropezaran y cayera de espaldas al suelo, sintiendo el impacto contra el asfalto.

El conductor del coche, un hombre alto y deslumbrante con un traje perfectamente ajustado que parecía estar hecho a medida, cuyo brillo era eclipsado solamente por su ego, salió de su vehículo con una expresión congelada de desprecio. — ¿Estás loca? ¿Qué demonios te pasa? —, me lanzó con sarcasmo, sus ojos fríos como el acero. — ¡¿Qué demonios haces en medio de la calle?! —, gritó, mirando su coche con desdén. — ¡Has ensuciado el coche!

Me levanté con dificultad, sintiendo la ira burbujear dentro de mí. Me incorporé, todavía furiosa. — ¿Cómo te atreves a hablarme así? El semáforo estaba en verde, ¡y tú conduces como si fueras el rey del mundo! — Mi voz temblaba de rabia y adrenalina.

El hombre arrugó la frente, acercándose a mí con una arrogancia que solo alguien con poder podría tener. — Escucha, pequeña, no estoy aquí para perder mi tiempo con idioteces. Tuviste la oportunidad de moverte, y decidiste quedarte en medio de la calle.

— ¡¿En medio de la calle?! ¡El semáforo estaba en verde para los peatones! ¡Usted fue el que cometió la falta!

El hombre me miró con incredulidad, como si no pudiera creer que alguien le hablara así. — ¿Sabes cuánto cuesta este coche? ¡Podrías haberlo dañado!

— ¡¿Y qué hay de mí?! ¡Podrías haberme matado! —, le grité, sintiendo cómo la frustración y la rabia de todo el día se desbordaban. — ¡No todo gira en torno a tu maldito coche!

El hombre retrocedió, sorprendido por mi reacción. — Tú, como te atreves a... —, comenzó a decir, pero fue interrumpido.

Un hombre de un atractivo casi sobrenatural, con una cabellera castaña que contrastaba con la intensidad de sus ojos verdes, descendió de un automóvil de lujo. Sus ojos, profundos y penetrantes, parecían tener la capacidad de ver a través de mí, desenterrando mis secretos más oscuros y ocultos. Con una altura aproximada de 1.89 metros, que su presencia imponía. Vestía un traje que, sin lugar a dudas, era de alta costura, lo que evidenciaba su estatus privilegiado en la sociedad.

Al salir del vehículo, me dirigió una mirada cargada de desprecio; era como si estuviera evaluando y pesando el valor de mi existencia con un juicio implacable. Su expresión era fría y distante, desprovista de cualquier atisbo de amabilidad. Con un gesto que recordaba a la teatralidad de una obra, como si cada uno de sus movimientos estuviera coreografiado con precisión, extrajo una tarjeta de su bolso de forma casi deliberada. Sin ningún tipo de consideración por mí, me lanzó la tarjeta directamente al rostro, como si fuera un acto despectivo, subrayando su aparente desprecio y su poder sobre la situación.

— Aquí tienes, dos millones. ¿Es suficiente para cerrar esa boca tuya? —, respondió con un tono despectivo, su expresión inmutable.

Me quedé paralizada por un instante. Miré la tarjeta en el suelo, con la cantidad impresa brillando como una burla. — ¿Crees que esto va a callarme? No se trata de dinero, ¡se trata de respeto! —, le respondí, mi voz temblando de rabia. — No puedes comprar mi dignidad con tu arrogancia y egocentrismo.

El hombre sonrió con desdén. — Todos tienen un precio. Tal vez deberías reconsiderar el tuyo.

— No me conoces. No sabes nada de mí ni de lo que valoro —, dije, dando un paso adelante. — Y tú, con todo tu dinero, nunca entenderás lo que realmente importa.

El hombre me miró con frialdad, su expresión inmutable. — Tal vez no. Pero eso no cambia nada.— Mis palabras parecían tambalearse en el aire pesado entre nosotros. — Tú no entiendes nada —, replicó él, volviendo al vehículo como si ya me hubiera descartado.

— Y tú no entiendes que el mundo no gira a tu alrededor, egoísta —, le lancé, sintiéndome aún más decidida. Pero el hombre me ignoró, encarándose con su asiento de lujo.

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