CAPÍTULO 3: Éxtasis y Fantasmas
(Desde la perspectiva de Daniela Ling)
Ya habían pasado exactamente sesenta y ocho días y medio desde la última vez que vi a Alexander Meg.
Sí.
Los conté.
¿Y qué?
Las que hemos tenido el corazón medio roto —y los ovarios bien puestos— sabemos que no es tan fácil arrancarse de la piel a un hombre así.
Mucho menos a uno que sabe cómo besarte, cómo mirarte… y cómo arruinarlo todo con una simple llamada de una prostituta.
Suspiro.
Estaba en el salón de estudios de la Universidad, rodeada de mesas de madera rayadas con iniciales de generaciones pasadas, una carpeta llena de apuntes de psicología evolutiva y una dona glaseada a medio comer.
Entonces, apareció ella: Rita.
Mi compañera más alocada, más ruidosa y más impredecible.
La única que podía plantarse frente a un aula entera y decir “mañana no vengo porque tengo cita con mi terapeuta, mi gato y un litro de vino” sin sonrojarse.
Se me dejó caer encima de la mesa con su euforia habitual.
—¡Daniiiiiiii! —chilló como si acabara de anunciarse el apocalipsis zombie—. ¿Vas a ir al nuevo antro que abrieron en el centro? Se llama Éxtasis. Ya sabes… luces, DJ’s internacionales, tragos que brillan en la oscuridad. ¡Y hay hombres que parecen sacados de TikTok!
Levanté una ceja, sin soltar mi dona.
—¿Eso es un cumplido o una amenaza?
—¡Es una oportunidad, hermana! —dijo, moviendo las manos como si me estuviera exorcizando—. Llevas meses encerrada entre la universidad, las cafeterías y tu sobrino. Ya es hora de que sueltes esa melancolía de novela turca y le des una oportunidad a la diversión. O a ti misma.
Me crucé de brazos, fingiendo pensarlo.
—¿Y si me pierdo y terminó casada con un hombre tatuado en Las Vegas?
—Me invitas —respondió, con una sonrisa de villana.
Y fue imposible no reírme.
Me reí de verdad.
De esas carcajadas que salen del estómago y te hacen olvidar, aunque sea un poquito, que sigues extrañando a alguien que no se lo merece.
—Está bien —rendida, levanté las manos como si me arrestaran—. Me rindo. Esta noche… seré peligrosa.
Y vaya que lo fui.
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El vestido negro que elegí esa noche dejaba poco a la imaginación.
Ajustado, con escote en V, cruzado por la espalda y lo suficientemente corto como para que mis piernas parecieran sacadas de un comercial de perfume caro.
Me hice ondas en el cabello, pinté mis labios de rojo intenso y me puse unos tacones tan altos que casi necesité oxígeno para caminar.
Cuando me vi al espejo, solo pensé una cosa:
“Alexander Meg, te perdiste de esto. Y es tu maldita culpa.”
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Éxtasis era todo lo que prometieron y más.
Luces de neón que destellaban como relámpagos domesticados.
Música vibrante que golpeaba en el pecho más fuerte que cualquier recuerdo.
Cuerpos moviéndose al unísono, como si el mañana no existiera.
Y ese aroma a colonia cara mezclada con sudor y deseo que te envolvía apenas cruzabas la puerta.
Me sentía viva.
Vibrante.
Poderosa.
Y no habían pasado ni cinco minutos cuando se me acercó él.
Un tipo alto, de tez apiñonada, cabello castaño oscuro y unos ojos verdes como el pecado.
Me miraba como si ya supiera quién era… y como si quisiera saberlo todo.
—¿Puedo invitarte un trago? —preguntó con una sonrisa tan blanca que parecía de comercial de pasta dental.
—Depende… —repliqué, arqueando una ceja—. ¿Vienes con intenciones limpias o ya planeaste cómo secuestrarme?
Él rió, con una seguridad que me sorprendió.
—Digamos que si fueras peligrosa… me dejaría secuestrar.
Vaya. Sabía coquetear.
Pero no era Alexander.
Eso estaba claro.
Este chico —Luis Men, así se presentó— trabajaba en marketing, tenía un pitbull rescatado llamado Zeus y juraba que Pulp Fiction era la mejor obra del cine.
Y no parecía un idiota.
Al menos a simple vista.
Bailamos.
Tomamos un par de tragos fluorescentes que brillaban en la oscuridad como si fueran pociones mágicas.
Él se atrevió a acariciar mi espalda con cierta familiaridad.
Y yo lo permití.
Porque quería demostrarme a mí misma que podía seguir adelante.
Que podía cerrar ese maldito capítulo con Alexander.
Pero entonces… pasó.
Esa sensación.
Ese escalofrío en la nuca como si alguien me observara desde una esquina oscura.
Ese presentimiento de que el destino me respiraba en la oreja.
Como si Alexander estuviera cerca… aunque sabía que no era así.
Volví a mirar a Luis y algo en su sonrisa me hizo dudar.
No era que fuera malo.
No tenía nada evidente.
Pero había algo… demasiado perfecto.
Demasiado estudiado.
Como si hubiera leído un manual titulado: Cómo conquistar a Daniela Ling en 10 pasos.
Y no encajaba.
Yo era fuego.
Él era hielo plastificado.
—¿Todo bien? —preguntó Luis, notando que mi expresión había cambiado.
—Sí… sólo necesito un poco de aire.
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Salí al balcón del lugar, me quité los tacones y dejé que el viento nocturno me despeinara.
Las luces de la ciudad brillaban abajo, indiferentes a mis batallas internas.
Y mi mente, traidora, me mostró el rostro de Alexander.
Ese beso.
Ese momento en que sus labios me dijeron más que cualquier promesa.
Y aquella maldita llamada que lo arruinó todo.
—¿Qué me pasa? —murmuré, con rabia—. ¿Por qué carajos no puedo olvidarlo?
No tenía respuesta.
Ni siquiera las quería.
Pero sabía algo.
Él era mi debilidad.
Y eso me enfurecía.
Mi celular vibró.
Un mensaje.
**MSJ de Lina:**“Te extraño, hermanita.”
Sonreí con el corazón apretado.
MSJ de Daniela para Lina: “Te extraño más.”
Y, por primera vez en semanas, sentí algo parecido a calma.
Un recordatorio de que había partes de mí que estaban sanando.
Lentamente.
Dolorosamente.
Pero en proceso.
Tal vez no sabía si podía olvidar a Alexander Meg.
Pero sí sabía algo:
No iba a permitir que nadie, ni siquiera él, volviera a romperme.
Porque yo soy Daniela Ling.
Y si algo aprendí de las cicatrices… es que siempre terminan contando una historia.
Y la mía apenas estaba comenzando.
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