El reencuentro.

Tres años pueden cambiarlo todo. La chica que una vez había soñado con el brillo de una medalla, que había dedicado su vida al arte de la gracia y el equilibrio, ahora caminaba por los pasillos de su nuevo bachillerato con una mochila llena de bocetos y un lienzo en su mente. Lori ya no era la gimnasta, era la pintora. El dolor de su pasado seguía siendo una cicatriz, pero la pintura le había enseñado a vivir con ella, a transformarla en arte. Se había vuelto más reservada, más observadora, con un mundo interior tan vasto y complejo como los lienzos que pintaba. Se movía con una quietud que contrastaba con el bullicio de los otros estudiantes.

No muy lejos de ella, un joven caminaba con la misma confianza de siempre, como si fuera el dueño del lugar. Enzo era la viva imagen de la popularidad. Había crecido, se había vuelto más alto y musculoso, y su fama como deportista lo precedía. Era el capitán del equipo de baloncesto, la estrella indiscutible, y su vida parecía una película de éxito. La gente lo saludaba en los pasillos, los entrenadores lo elogiaban y las chicas lo admiraban. Era el rey de su mundo, y cada uno de sus movimientos confirmaba su estatus. El accidente de hacía tres años se había borrado de su mente, un recuerdo fugaz de un día sin importancia. Ni siquiera recordaba el rostro de la chica.

La cafetería era un hervidero de estudiantes, un lugar ruidoso donde las amistades se forjaban y se rompían en cuestión de minutos. Lori, buscando un rincón tranquilo para escapar del caos, se sentó sola en una mesa cerca de la ventana, sacando su cuaderno para dibujar. De repente, una pelota de baloncesto rodó hasta sus pies, deteniéndose justo en la punta de su zapato. Levantó la vista y se encontró con un par de ojos castaños que la miraban fijamente, acompañados de una sonrisa.

—Lo siento, se me escapó —dijo él con una sonrisa fácil y despreocupada, la misma sonrisa que había cautivado a tantos en la escuela.

Era Enzo. Lori lo reconoció al instante, a pesar de que habían pasado tres años. Aquel joven al que solo había visto un instante, con el rostro pálido y el ceño fruncido por el impacto, ahora estaba frente a ella, irradiando carisma. Un escalofrío le recorrió la espalda. Era él. El responsable de su desgracia. La causa de su dolor.

Pero en lugar de sentir rabia, una extraña calma la invadió. Él no la reconocía. Era una pizarra en blanco.

—No te preocupes —respondió ella, devolviéndole la pelota con una tranquilidad que lo sorprendió.

Él se sentó en su mesa, atraído por el aura de tranquilidad de Lori. Se presentaron, y la conversación fluyó con una naturalidad sorprendente. Hablaron de clases, de pasatiempos, de sus pasiones. Lori no mencionó su pasado en la gimnasia, y Enzo no mencionó su pasado corriendo por las calles. Solo eran Enzo, el apasionado del baloncesto, y Lori, la prodigiosa pintora. Se hicieron amigos al instante, una conexión tan inesperada como fuerte. Ambos tenían un don: él para el deporte, ella para el arte. A lo largo de los días, compartieron risas, conversaciones y sueños, sin saber que el destino los había unido mucho antes, en un encuentro que había destrozado la vida de uno para que el otro pudiera encontrar su verdadero camino.

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Comments

María Reyes

María Reyes

me gusta la historia porque trata problemas cotidianos de los jóvenes y como les cambia la vida

2025-10-04

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Taily Du

Taily Du

woooo que capitulo yo pensé que lo iba a cachetear 🤭

2025-09-22

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Kio Hernández

Kio Hernández

excelente historia

2025-09-23

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