Al día siguiente, llegué temprano a la mansión Greenville con la intención de visitar a la condesa Elysia. Me condujeron al salón principal, un espacio encantador, decorado con tapices delicados y arreglos florales que llamaron mi atención de inmediato. Mientras esperaba, me entretuve recorriendo el lugar con la mirada, disfrutando de la calma de la mañana.
Fue entonces cuando un hombre entró. De porte serio y mirada firme, aunque con cierto aire reservado, se detuvo al verme. Reconocí enseguida la semejanza con la condesa: debía de ser su hermano, el barón Ernesto. Sonreí con cortesía, dispuesta a saludarlo con la educación acostumbrada.
Para mi sorpresa, él carraspeó y, con una firmeza algo nerviosa, empezó a hablar como si yo hubiese confesado un interés romántico en él.
—Le agradezco mucho, señorita… realmente es hermosa. Pero no estoy interesado en una relación en este momento.
Lo observé parpadear, tan serio y sincero, que por un instante no supe si reír o indignarme. Opté por preguntar, suavemente:
—¿Perdón?
Pero él continuó, enredándose más con cada palabra. Me hablaba de que seguramente encontraría a alguien que me hiciera feliz, de que yo era hermosa, pero que él no quería casarse ahora y que era mejor que me mantuviera alejada. Su tono estaba cargado de una honestidad tan torpe que tuve que contener la risa.
Finalmente, asentí, jugando un poco con la situación:
—Eh… claro… me mantendré alejada, no se preocupe.
En ese instante apareció Elysia. Su expresión, mezcla de sorpresa y diversión, me confirmó que todo había sido un malentendido. Se apresuró a aclarar:
—¡Hermano! No digas tonterías. Ella no está aquí por eso. Esta es la princesa Bella Volt, vino a visitarme…
El rostro de Ernesto cambió por completo. Sus ojos se abrieron de par en par, y su incomodidad se transformó en un rubor tan evidente que casi me hizo reír en voz alta.
—¿Princesa Bella? —balbuceó, incrédulo.
Elysia se encargó de presentarme con toda la formalidad que él había omitido, y yo, incapaz de resistirlo, solté una risa ligera cuando él intentó disculparse torpemente.
—No se preocupe, barón Ernesto. Me halaga su… honestidad —le respondí, con una sonrisa juguetona.
Su vergüenza era tan palpable que resultaba enternecedora. Lo vi luchar con sus palabras, intentando explicarse, asegurando que el problema no era yo sino él, que cualquiera en su lugar estaría encantado pero que no buscaba nada. Mientras hablaba, bajaba la mirada como un joven atrapado en una travesura.
Yo, por mi parte, disfrutaba del espectáculo. Era raro encontrar a alguien tan genuinamente nervioso frente a mí.. La mayoría de los hombres se esforzaban por impresionarme, y aquel barón… simplemente no sabía dónde esconderse.
—tranquilo, barón —le aseguré con suavidad—. no debe justificarse tanto. Se lo prometo, me mantendré alejada.
lo dije con un tono travieso, porque quería ver hasta dónde llegaba su desconcierto. Y, efectivamente, lo vi abrir la boca para responder y luego cerrarla de golpe, sin encontrar nada que decir..
Elysia, que lo observaba desde un sofá, estaba al borde de las lágrimas de la risa. yo misma tuve que contenerme, porque cada gesto de Ernesto lo hacía ver aún más encantador en su torpeza.
Cuando finalmente murmuró un agradecimiento, derrotado, yo incliné la cabeza y respondí con calma:
—La verdad, ha sido el momento más entretenido de mi visita.
El sonrojo que le cubría las orejas me arrancó otra sonrisa. Y cuando Elysia, con malicia fraterna, lo provocó recordándole que me había llamado hermosa, Ernesto casi se ahogó intentando explicarse..
—Es evidente que la princesa es… hermosa —terminó admitiendo, con voz nerviosa.
No pude evitar reírme, esta vez con franqueza. Le aseguré de nuevo que estaría tranquila, que cumpliría mi palabra y me mantendría alejada, aunque en el fondo, la verdad, su vergüenza me resultaba deliciosa..
—No tiene por qué sentirse presionado, barón. Créame, me resulta refrescante alguien que no intenta impresionarme… aunque no puedo evitar pensar que su vergüenza es bastante encantadora.
Y mientras lo veía tragar saliva, rojo como un muchacho, supe que aquella visita había valido la pena mucho más de lo que imaginaba.
Todavía me reía en silencio por el malentendido de Ernesto cuando decidí concentrarme en lo que realmente me había llevado allí: Elysia.. Su energía estaba agitada, demasiado pesada para alguien que debía conservar serenidad. Me incliné con suavidad hacia ella y posé mis manos sobre su vientre. Enseguida dejé que mi magia fluyera.. una luz azulada, fresca como un arroyo en primavera, se extendió alrededor.. Pude sentir cómo las tensiones que la rodeaban se deshacían poco a poco, arrastradas como hojas en el agua.
El suspiro aliviado de Elysia fue mi mejor recompensa. Sus ojos brillaban con emoción mientras me estrechaba la mano.
—¡Es increíble! —exclamó—. No sabes cuánto mejor me siento…
Le sonreí con ternura, casi divertida por su entusiasmo.
—No es nada. Solo estabilicé tu energía. Te ayudará a descansar, aunque también puedes moverte un poco más sin dolor.
El rostro de la condesa se iluminó al instante. Esa mujer, pensé, siempre parecía tener una chispa extra que la hacía contagiar vitalidad a quienes la rodeaban.
—¡Quiero salir! Necesito respirar aire fresco después de tantos días…
La expresión de Hans, su esposo y uno de los mejores amigos de mi hermano, cambió de inmediato. Lo vi acercarse y rodearla por la cintura con gesto protector, casi posesivo.
—No, amor. No sola —dijo en un tono suave, pero firme.
Yo habría intervenido, pero no hizo falta. La mirada de fastidio de Elysia se suavizó de repente, como si hubiera encontrado una solución. Giró hacia su hermano y, con esa astucia juguetona que tanto la caracteriza, anunció:
—Está bien… entonces que Ernesto me acompañe.
La pausa de Hans fue elocuente. Sus ojos se entornaron, meditando, hasta que por fin asintió.
—Perfecto. Que sea tu hermano quien te muestre el lugar. Así yo me quedaré tranquilo.
Cuando tomó el brazo de su hermano, Ernesto se quedó rígido como una estatua. Verlo titubear fue casi tan gracioso como su torpeza inicial conmigo.
—Sí… claro, hermana. Será un gusto.
Entonces Elysia giró hacia mí, sus ojos chispeando.
—¿Princesa nos acompaña a los jardines y todo lo que rodea la mansión?
Me puse de pie con naturalidad, alisando mis faldas.
—Claro, los acompaño —respondí, y le guiñé un ojo con complicidad.
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Comments
morenita
Jajaja si, ese capitulo fue épico, la cagada y la metida de pata de Ernesto, fue una cosa de no parar de reír, esa situación fue única 🤣🤣
2025-09-28
1
Natty Suleika Salvatierra Clavijo
Jajajaja Ernesto estaba tragame tierra 🤣🤣🤣
2025-09-22
4
morenita
Ernesto no sabía ni donde meter la cabeza, tremendo oso 🤣
2025-09-28
0