Kate
La luz del sol se filtraba a través de las hojas de los robles que rodeaban la casa de mis padres, creando un mosaico de sombras danzantes sobre el césped perfectamente cortado. Era domingo, un día que solía estar lleno de risas y amor, un refugio de la frenética rutina de la semana. Sin embargo, en los últimos tiempos, un nublado persistía en mi mente, una inquietud que no lograba desterrar.
—¿Mami, ya tenemos que ir? —La voz de Sofía, mi pequeña de seis años, me sacó de mis pensamientos. Era la alegría personificada, con su cabello rizado brillando al sol y sus ojos verdes llenos de curiosidad. La miré y sonreí, encontrando en su inocencia un alivio temporal.
—Sí, cariño, en un minuto estamos listos —respondí, dando un último vistazo al espejo. Me observé con una mezcla de satisfacción y preocupación; el vestido azul que había elegido me quedaba bien, resaltaba mi figura esbelta y los tonos del tejido complementaban mi piel. Sin embargo, me inquietaba que la imagen que proyectaba en el espejo no reflejaba todo lo que sentía en mi interior.
Mientras arreglaba el cabello de Sofía, mi mente divagaba de nuevo hacia Austin. Durante los últimos meses, algo había cambiado en él. La distancia que había comenzado como un mero susurro se había convertido en un grito silencioso. “El estrés del trabajo”, me decía a mí misma cada vez que su mirada se desvió o su sonrisa se apagó. Era cirujano, aspirando a ser jefe de cirugía, y esa ambición lo consumía. Ante mis ojos, Austin se había comenzado a transformar en un enigma, y aunque intentaba ser comprensiva, había una parte de mí que se sentía cada vez más sola en este matrimonio.
Cuando llegamos a casa de mis padres, fui recibida por el abrazo cálido de mi madre. —¡Qué alegría tenerlos aquí!— dijo mientras besaba el cabello de Sofía. Mi padre, siempre bromista, ya estaba en la parrilla, bromeando sobre cómo su hija, la profesora de instituto, había olvidado lo básico: cómo asar un buen trozo de carne.
—Papá, no voy a arriesgarme a quemar la casa en el intento—, le respondí en tono de burla, mientras Sofía corría hacia su abuelo al grito de —¡abuelo!
La calidez familiar llenó los espacios de la casa, desvaneciendo momentáneamente mis preocupaciones. Durante la comida, historias risueñas compartidas en la mesa, risas que aumentaban en volumen con cada copa de vino, me recordaron lo que era realmente valioso. Pero cada vez que miraba a mi esposo, comiendo una pequeña porción y mirando al vacío, una parte de mí se preguntaba si él también sentía esa calidez, o si estaba atrapado detrás de un muro que había comenzado a erigir entre nosotros.
—Austin, ¿Cómo te va con el nuevo protocolo en el quirófano?— tratando de romper el hielo, preguntó mi padre, un médico jubilado quien en su momento fue un gran neurocirujano y ahora fungía como asesor y profesor. Austin alzó la vista, pero su expresión era distante, casi como si estuviera cegado por una bruma que solo él podía ver.
—Es un poco complicado, Robert. He estado trabajando horas extras para asegurarme de que todo esté correcto—, respondió él con un tono monótono que no pasó desapercibido para mí.
Mientras seguíamos comiendo, traté de mantener la conversación en un tono ligero, pero la incomunicación crecía como una sombra ineludible. Fue entonces cuando vi a Sofí distrayéndose con sus abuelos, riendo y jugando, y su sonrisa iluminó un poco mi alma. Pero, en el fondo, mi preocupación por Austin seguía latente. Más tarde, después de la comida, saqué un rato para ayudar a mi madre a recoger la mesa, algo que siempre me daba alegría, un pequeño ritual que me unía a ella.
—¿Todo bien, hija? —me preguntó mi madre, notando el rastro de mi preocupación.
—Sí, solo un poco cansada. Austin ha estado tan estresado —admití, tratando de no sonar excesivamente preocupada. Mi madre asintió con la cabeza, regalándome una sonrisa comprensiva.
El tiempo pasó entre charlas sobre la escuela y las próximas vacaciones, pero, extrañamente, la risa me parecía distante mientras me mantenía atenta a Austin. Él se había aislado un poco de la conversación, absorto en su teléfono. Algo en su postura me pareció extraño, como si estuviera esperando o tratando de eludir algo. Decidí ignorar esa sensación, achacándola al estrés que siempre mencionábamos.
Cuando regresamos a casa al finalizar la tarde, la sensación de inquietud no me abandonó. Las horas pasaron y mientras ayudaba a Sofí a prepararse para dormir, mi mente seguía divagando. Mi esposo se había encerrado en su despacho, diciendo que tenía trabajo. Fue en ese momento, mientras limpiaba el área común, que el brillo de la pantalla de su celular, olvidado en la mesa, captó mi atención.
Una decisión terrible me atravesó la mente: ¿Debería mirar? La parte racional de mí decía que no, que la confianza es la base de un matrimonio, pero la intuición, esa voz interior que siempre me había guiado, me susurraba que algo no estaba bien. Un impulso casi incontrolable me llevó a recoger el teléfono y desbloquearlo.
Algunas notificaciones de mensajes llenaban la pantalla. Abrí la aplicación de mensajería y la primera conversación que vi era con un número que no reconocía. Los mensajes eran crípticos, llenos de palabras en clave que no lograba entender del todo. “Ya no puedo seguir así”, decía uno. “Nos encontramos el viernes, como siempre. No olvides el lugar”. Mi corazón se detuvo. Cada palabra me golpeaba como una ola, arrastrando todo lo que había creído hasta ese momento.
En ese instante, una sensación de traición me envolvió como un manto frío. “¿Era posible que tuviera una vida secreta que yo no conocía?” La realidad comenzó a tambalearse a mi alrededor, y el día que había estado lleno de risas y amor se desmoronó en un mar de dudas y agonía. Ya no sabía si podía confiar en él. La imagen de la familia perfecta que habíamos construido comenzaba a desvanecerse, revelando la grieta que había estado ignorando por tanto tiempo.
El eco de vidas risueñas se desvanecía, y lo único que podía escuchar ahora era el vibrar de mi propio corazón, junto a la pregunta que resonaba en mi mente: ¿Cuántos días más de normalidad me quedarían antes de que esta revelación lo cambiará todo?
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