Le debía una buena vida a su adorada nieta. Al menos así lo sentía ella en lo más profundo de su ser. Después de todo, ella había sido la persona que dio a luz a los dos hombres que abandonaron a su suerte a la inocente criatura, al igual que hicieron las dos mujeres elegidas por ambos.
—¿Ya se fue la tía Leonor? —preguntó Carolina, acercándose lentamente junto con Toby.
Instantáneamente la abuela hizo desaparecer su actitud taciturna, reemplazandola por una mucho más amable, cordial y maternal. No podía permitir que la menor llegara a sentir, ni siquiera remotamente, que no era bienvenida en esa casa. Lo esencial era que supiera que la amaba.
—La llamó alguien mientras hablábamos —improvisó la viuda—. Parece que surgió un imprevisto, así que tuvo que irse rápido... Aunque no estoy segura, tal vez vuelva en un rato antes de irse de nuevo para Buenos Aires... Me dijo que, en caso de que no pudiera venir otra vez, te dejaba muchos besos.
La niña, sin darle mucha importancia a lo que acababa de escuchar, comenzó a mirar en todas direcciones, sin saber qué decir, qué hacer, o hacia dónde ir.
—Me imagino que ya desayunaste —quiso informar Argelia—. Ya casi es hora del almuerzo.
—Sí, la tía Leonor y yo comimos unas galletitas que trajimos de Buenos Aires —respondió Carolina, como si estuviera repitiendo una lección estudiada y repasada, una y otra vez—. Ella también tomó un café que sacó de la máquina del micro, con un vasito.
—Qué bien. Voy a ponerme a preparar el almuerzo. Vos sentate en el sillón hasta que esté lista la comida. Después vamos a empezar a acomodar tus cosas.
Sin esperar a que su abuela dijese una palabra más, se acomodó en dicho mueble ubicado frente al televisor, seguida por su inseparable amigo, el cual se recostó junto a ella.
—¿Ya tenés internet? —preguntó Carolina, a la vez que sacaba su teléfono celular del bolsillo de su pantalón.
—No, es que yo no sé usar eso —respondió la temerosa anciana, deseosa de no estar decepcionando ya a su nieta—. Pero, como vas a vivir conmigo desde ahora, estaba pensando en contratar el servicio uno de estos días, así que vamos a tenerlo muy pronto. Si estás muy aburrida podés mirar la televisión. Ahí tenés el control.
Luego de haber ubicado rápidamente el pequeño artefacto, Carolina se distrajo con las imágenes y sonidos provenientes de aquel aparato, para el alivio de Argelia.
Pensaba en cumplir con lo que acababa de prometerle, a pesar de la desinformación que tenía al respecto, pues ese departamento tenía la obligación de convertirse en un hogar para la hija de su tan desobligado hijo. Ya encontraría el modo de arreglárselas. Fabián podía ayudarla con eso si le pedía su asesoría. Era el mejor método con el que contaba. También se aseguraría de que la niña no hablara con desconocidos con ese aparato, cuando tuviera internet; conocía los riesgos.
—Caro, por poco se me olvida —exclamó la mujer, al dar con aquel recuerdo que llegó a ella gracias a las consideraciones que estaba tomando, mientras avanzaba en la preparación de la comida—. En la torre 3 vive un hombre con su nene que es solamente 2 años mayor que vos. Van a poder jugar seguido porque yo lo cuido cada vez que su papá va a trabajar. Es un nene muy bueno.
—¿Cómo se llama? —preguntó interesada su interlocutora, desviando la mirada del televisor.
—El nene se llama Germán, y el papá, Fabián. Ahora que me acuerdo, él tiene internet en su casa. Si alguna vez te invita, pedile permiso al papá para usarlo. Seguramente te va a dejar. Igual voy a conseguir para vos. Pero eso puede servirte para hacer la espera más corta.
Notoriamente más contenta, Carolina volvió a dedicar toda su atención al programa que estaba mirando, mientras que su abuela la dedicó su tarea, intentando terminarla rápidamente, y así no ignorar por mucho más tiempo a la nueva inquilina del departamento.
No permitiría que los nervios la dominaran. Su avanzada edad le había hecho dudar sobre la decisión de ser ella la encargada del cuidado y la crianza de Carolina, pero Bautista y Leonor lo habían decidido terminantemente. Era el único familiar directo de la niña con el que podían contar, además de que "no tenía ninguna responsabilidad importante que le impidiera ocuparse de la nena", a diferencia de ellos.
Más de una persona podría creer que Leonor había sido la que tomó esa decisión, y qué Bautista simplemente la obedeció, pero Argelia estaba convencida de que no era así. Ambos habían decidido desligarse de aquella carga, ya que no veían un motivo para actuar de otro modo. No era hija suya, y Bautista había cortado relación con su familia casi por completo, desde el casamiento con Leonor. A partir de ese día la familia de ella fue su única familia, junto con los hijos de ambos. Lo demás quedó relegado a un segundo plano, el cual recordaba en contadas ocasiones. La última vez, hasta la fecha, que ella pudo ver a sus dos hijos juntos fue en el funeral de su amado César.
Mientras se limpiaba las manos en el delantal miró la foto que tenía de este, colgada en la pared, durante cinco segundos ¿Quién se habría equivocado, y en qué, en la crianza de sus dos muchachos? ¿Habrá sido él? ¿Habrá sido ella? ¿Fueron ambos? Lo único que Argelia podía jurar era que algo no había salido bien.
Hasta Benjamín había resultado ser prueba de esto. Él iba a verla de vez en cuando, junto con su mujer, en algunas ocasiones para pedirle algo, como dinero o un sencillo favor, pero siempre se acordaba de hacer alguna visita, antes y después del fallecimiento de su padre. No obstante, de un día para el otro, desapareció. El único rastro que dejó atrás fue una nota en la que aseguraba que no regresaría del lugar al que iba, fuera cual fuera. Se había enamorado de otra mujer y ambos llevaban planeando la fuga durante mucho tiempo.
Casi medio año después a su madre aún le duraba el desconcierto.
Él, Débora y Carolina se veían siempre tan felices juntos, como la familia perfecta. Argelia no podía creer que semejante cosa hubiera pasado realmente. Sin embargo, su nuera no dejó pasar mucho tiempo, luego de aquel inesperado suceso, para hacerle saber que las apariencias la habían engañado. Ellos nunca habían sido felices juntos.
Cegada por la rabia, le confesó que habían sido obligados por los padres de ella a vivir juntos, luego de que se confirmara su embarazo. Una historia diferente a la que Argelia creía, pues le habían dicho que el embarazo dio inicio después de volverse concubinos.
La anciana mujer siempre estuvo agradecida de que la pobre niña no haya estado presente cuando su abandonada madre dejó salir todo el odio que sentía hacia la vida que se vio obligada a vivir únicamente porque sus padres (muertos en un accidente automovilístico una semana antes de que Carolina cumpliera 5 años de edad) no les permitieron recurrir al aborto cuando estaban aún a tiempo. Desgraciadamente, según narró Débora, estuvo presente en todas las discusiones y los conflictos entre ella y Benjamín, los cuales ocurrían con bastante frecuencia.
La propia niña fue víctima de abusos y maltratos en más de una ocasión. Ningún miembro de la familia podía llamar eso de otro modo, ya que esas fueron las exactas palabras de la joven madre, que no se sentía para nada orgullosa de cómo habían procedido ella y Benjamín con Carolina. No le gustaba sentir desprecio hacia su vida, y fastidio hacia la hija que siempre deseó no haberse visto obligada a tener. Debido a esto, tanto ella como el hijo menor de Argelia, se esforzaban en mantener las apariencias en público.
—Él quería que su matrimonio se viera tan perfecto como el de su hermano —les dijo su esposa a quienes quisieron escucharla—. Decía que así Bautista dejaría de avergonzarse de él, y querría verlo más seguido. Estaba seguro de que por eso se había distanciado tanto de la familia. Porque quería alejarse de todo lo que le recordara la miseria en la que creció.
Su anciana madre era de la misma opinión. En su familia siempre abundaron las carencias y las privaciones. Sin importar cuánto se esforzaran, ella y su marido, nunca consiguieron alejarse de la pobreza. Sus hijos crecieron deseando tener lo que no conseguían, y creyendo que todo eso se les tenía prohibido a "los de su clase".
A diferencia de su hermano, Bautista utilizó sus frustraciones como motivación. A pesar del orgullo que sus padres sentían, la tristeza no tardó en comenzar a inundarlos al ver cómo su primogénito se alejaba cada vez más de ellos. El matrimonio con aquella mujer de familia prestigiosa marcó un antes y un después.
Ya consideraba a sus padres como gente mediocre que no habían logrado progresar en la vida, no por falta de recursos y oportunidades, sino por falta de voluntad e iniciativa, al igual que a cualquier persona que se refiriera a sí misma como pobre. Comenzó a negarse a dar ayuda a cualquiera que dijera necesitarla, pues ninguno le parecía merecedor, creía que sólo aumentaría la mediocridad de la gente al no permitirles salir por su cuenta de su "estancamiento". Su familia era la única ocasional excepción, pero eso no impedía que hiciera todo lo posible por alejarse de ese mundo que nunca más sería el suyo otra vez. Pero lo que más le dolía a su anciana madre no era que la viera poco a ella, sino el odio que manifestaba hacia su hermano menor, a quien se negaba a tratar en lo absoluto, y siendo su mayor motivo de vergüenza.
Benjamín, por su parte, se esforzaba todos los días para conseguir un trabajo, y en enorgullecer a su familia, especialmente a su hermano mayor, fracasando en cada oportunidad, por lo que no le quedaba más alternativa que seguir dependiendo de aquel dinero, que él y Débora recibían por ser padres desempleados, para seguir subsistiendo. Esto aumentaba cada vez más el desprecio de Bautista, ya que sentía que su propio hermano menor era uno de esos vagos inútiles que el estado mantenía quitándole dinero a los trabajadores como él. Sin importarle los esfuerzos que Benjamín juraba hacer todos los días para ponerse a su altura, el mayor nunca volvió a rehacer el lazo de unión que había cortado.
—Por eso quería que los tres luciéramos como la familia perfecta —expresó Débora poco después de la desaparición de su marido—. Pero no conseguía impresionar a su hermano. Hasta decidió que no tendríamos otro bebé mientras él no consiguiera un trabajo de categoría. Quería que Bautista viera que no nos aprovechabamos del plan social, pero nunca le dio resultado. Él y su mujer siempre nos dieron vuelta la cara. Ese par de chetos nunca nos quiso. Benja siempre odió que yo los llamara así, lo que provocó algunas de nuestras discusiones. Soñaba con llegar a ser como Bautista, y con ganarse su aprobación.
Por estos motivos fue tan impactante su repentina desaparición. Nadie supo la identidad de aquella misteriosa mujer sin nombre que se mencionaba en la infame nota que dejó atrás, ni dónde la había conocido o cuánto tiempo llevarían tratándose en secreto.
La abandonada mujer no pudo lidiar durante mucho tiempo con el hecho de haberse vuelto madre soltera de una niña que no conseguía amar incondicionalmente, como se suponía, era su deber hacerlo.
Argelia vio como algo muy positivo que la madre de su nieta comenzará a frecuentar a aquel joven caballero, de nombre desconocido para ella, ya que la notaba alegre de nuevo; además de fiel a su palabra, pues había Jurado darle a su hija un padre que pudiera llenar el vacío que dejó Benjamín. No obstante, esto no ocurrió, ya que la anterior historia se repitió.
La nota que Débora dejó tampoco aclaró a dónde tenía pensado irse con su novio, pero dejaba en claro que se estaba yendo con este, porque no podía seguir soportando sola todas las responsabilidades de esa vida que quería dejar atrás. Aquel hombre le obligó a decidir, puesto que se rehusaba rotundamente aceptar a esa nena que no era suya, por lo tanto ella eligió.
Argelia sabía que no era suficiente con minimizar el asunto delante de Carolina, diciéndole que sus padres volverían algún día, como ya había hecho, al igual que todos los demás. Sería una mejor madre para ella de lo que fue con Bautista y Benjamín. Sabía que sería difícil, dado que no estaba segura de cuáles fueron los errores que cometió con ellos, pero mantendría la fe en que podría resolverlo. La niña tenía que sentirse amada.
—Ya está la comida —la llamó su abuela, haciendo la acudir de inmediato, demostrando la enorme cantidad de hambre que estaba sintiendo—. No apagues el televisor. Podemos seguir viendo desde la mesa.
Predeciblemente, su nieta se mostró algo sorprendida por aquel último comentario. Se había acostumbrado el último mes al estilo de vida de sus tíos, quienes desaprobaban el televisor a la hora de las comidas.
—Cuando consigas internet, yo te puedo enseñar a usarlo —se ofreció la menor, mientras su interlocutora colocaba el plato con comida delante suyo—. No es tan difícil como parece. Yo aprendí rápido. Papá me enseñó.
—Gracias —respondió la mujer yendo por su plato, y poniendo el mayor esfuerzo posible en esbozar aquella sonrisa.
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