Punto de vista de Alma
Fui en busca de mi hija. Las personas encargadas de su seguridad me habían informado que Aria había sido atacada en la escuela por una tonta que carecía de inteligencia.
—Señora Castiblanco —saludó el director de la escuela de mi hija.
—Tengo información de que mi hija fue agredida por una de sus estudiantes y que, además, esta tiene un video de mi Aria. —Hice una pausa antes de continuar—. Quiero ese video en este momento, de lo contrario, acabaré con esta escuela y con la familia Villanueva.
Era una mujer muy poderosa y mi palabra pesaba más que la de cualquier otra persona. Si a eso se le agregaba que era la esposa de Lorenzo, nuestro poder era mucho mayor que el de cualquier otra familia del mundo. Ni siquiera la realeza era tan poderosa.
El director, un hombre grotesco, mandó a llamar a la familia de las jóvenes involucradas.
—Espero que este asunto no se vuelva a repetir. Pido todas las copias que tengan de ese video, y si por casualidad se filtra a las redes una sola imagen de mi hija, ustedes pagarán las consecuencias.
Estaba decidida a no dejar que nadie humillara a mi Aria. Ella era un ser de luz y no podía permitir que nadie la alejara de su destino.
Con los videos en mi poder y la amenaza de una posible represalia, salí de la escuela. Una vez a solas en el auto, me dispuse a ver los dichosos videos. Quería saber qué había pasado y por qué mi hija se había sentido amedrentada.
Reproduje el contenido y me quedé con la boca abierta. Las imágenes de mi hija en una situación tan íntima con el hijo de los vecinos no me agradaron. Ese muchacho no era lo que quería para mi hija; sus padres llevaban una vida muy desordenada, y él era un mujeriego que solo buscaba aprovecharse de las jóvenes.
Esto sí era un verdadero problema. Aria podía terminar con el corazón roto y pensando que la humanidad no valía la pena.
Saqué mi teléfono para llamar a Lorenzo y ponerlo al tanto de lo ocurrido. Quedamos en vernos en la sucursal de la empresa que manejamos en este pueblo. Llegué en menos de lo que pensaba, yendo directamente a la oficina de mi esposo.
—Tranquilízate, amor. Es solo una ilusión de adolescentes. Ya verás que pronto esa atracción se terminará.
Lorenzo ya no era ese hombre frío del pasado. Era demasiado blandengue con nuestra hija; parecía no darse cuenta de la gravedad del asunto.
—No me puedo tranquilizar. Esto está muy mal, y encima, Aria se escapó de la escuela y no contesta su teléfono.
—Eso sí es grave. Ya mismo envío a que la busquen.
—Te estoy diciendo que este muchacho puede hacer que Aria cambie por completo. Tenemos que saber cuáles son sus intenciones con nuestra hija.
—Invítalo a la casa y así podremos saber qué quiere con nuestra Aria.
—Tienes razón, al enemigo hay que tenerlo cerca.
Lorenzo soltó una carcajada que me molestó aún más. No le veía lo gracioso a la situación, y a él parecía divertirle.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunté, indignada.
—Es tu manera de enfrentar la idea de que tu hija está creciendo y que es normal que le guste un chico.
—Lo que no es normal es que le guste un muchacho sin valores. Eso es lo que me preocupa.
—Es su primera ilusión, ya verás que pronto se le pasará.
—¿Y si no se le pasa? ¿Y si termina lastimada por un patán?
—Entonces entramos nosotros para apoyarla. No pienses que tu hija es tonta, ella sabe bien cómo darse su lugar.
Nosotros se lo hemos enseñado.
Aunque Lorenzo quería darme ánimo, yo no me sentía tranquila. Mi instinto de madre me decía que Aria estaba en peligro y que ese joven era peor de lo que pensaba.
Aunque trataba de darle ánimos a Alma, por dentro me estaba muriendo de miedo al pensar que mi pequeña se estaba enamorando de ese tal Ethan. Aunque no lo conocía bien, las referencias que tenía de él no eran las mejores. Siempre estaba metido en problemas y con una chica diferente cada semana.
Sentía miedo de que mi pequeña sufriera por culpa de un charlatán y de que la relación con su madre empeorara. Me había tocado ser el mediador entre las dos mujeres que más amaba en el mundo, y ahora también me tocaba vigilar que mi niñita no sufriera.
Alma no lo sabía, pero desde hacía mucho tiempo había enviado a seguir a nuestra hija. En este momento, sabía perfectamente dónde estaba, y si ese muchacho trataba de sobrepasar los límites, los hombres de seguridad de Aria tenían órdenes de darle su merecido.
Hasta el momento, solo me habían dicho que estaban en lo alto de la montaña, hablando, y que Ethan no había pasado la raya. Alma se despidió de mí un poco más tranquila, aunque en su tranquilidad estaba el verdadero peligro. Ella no entendía que la mejor forma de llegar a nuestra hija era no llevándole la contraria, pues ya se sentía una adulta y eso era algo peligroso.
Estábamos en la montaña, viendo el agua caer en cascada, sSimplemente,labra alguna. Simplemente veíamos el agua correr hasta que no aguanté más y rompí el silencio.
—¿Por qué estabas huyendo de tu mamá? —le pregunté.
Aria respiró profundo y, con un tono de voz cansado, dijo: —Alma Castiblanco es una mujer muy difícil. Ella siempre quiere controlarlo todo, hasta mi vida.
—Al menos tú tienes una madre que se preocupa por ti. La mía vive de vanidades y casi nunca habla conmigo.
—Tu mamá se ve buena persona. El que da miedo es tu papá.
—Él no es mi padre. No es más que el nuevo amante de mi mamá.
Aria se sorprendió ante mi revelación y su mirada se volvió más comprensiva.
—Lo siento, no debí mencionar a tu familia —dijo, apenada.
—Tranquila, no tenías por qué saber mi drama familiar. Es irónico que tenga un año viviendo frente a tu casa y que esta sea la primera vez que hablamos.
—Siempre creí que eras una persona horrible a la que solo le gustaba andar de fiesta en fiesta, con mujeres sin cerebro.
—¡Auch! Eso dolió. Al menos espero que tu apreciación de mí haya cambiado.
Aria se rio, volteando a ver de nuevo el agua correr. No dijo nada más.
—Es hora de volver al pueblo. Casi anochece y la montaña es peligrosa —dijo, mirando el camino que se volvía oscuro.
—Estando conmigo nada te va a pasar.
—Igual no me quiero arriesgar.
Sabía que ella era una simple humana y que, si bajaba la montaña muy rápido, podía lastimarla, por lo que fui despacio hasta llegar al pueblo y, una vez allí, conduje hasta nuestras casas.
—Que descanses. Ojalá mañana podamos seguir siendo amigos.
La dejé en la puerta de su casa y yo continué hacia la mía. Fue un día extraño, pero me gustó hablar con alguien que no fuera una "pura belleza y nada de cerebro". Creo que nunca antes lo había hecho.
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