Cap 2

El canto de aves desconocidas se filtraba entre un suave murmullo de hojas altas. Eunice, todavía medio sumida en un sueño confuso, sintió la humedad fría del suelo bajo su mejilla. Un olor fresco, ligeramente dulce, impregnaba el aire. No era su departamento. No era su escritorio. No era siquiera su mundo.
Abrió los ojos lentamente. Lo primero que vio fue una pared interminable de bambúes verdes, tan altos que parecían querer tocar el cielo. Entre ellos, un rayo de luz matinal dibujaba motas doradas en el aire. Intentó incorporarse y un dolor punzante en los músculos de su espalda la hizo gemir.
Ambar
Ambar
—¿Qué…? —murmuró, tocándose la cabeza—. Esto no es posible…
Se puso de pie, tambaleante, y fue entonces cuando notó algo extraño: sus manos. No eran las manos de Eunice. Sus dedos eran más largos, las uñas limpias, la piel tersa… y tenían un tono levemente bronceado. Su pulso se aceleró. Buscó desesperada algo que reflejara su imagen, y a unos pasos, un manantial cristalino parecía invitarla.
Se agachó frente al agua. Lo que vio le cortó el aliento: cabello rojo intenso que caía en suaves ondas sobre sus hombros, unos ojos verdes como esmeraldas recién pulidas, pómulos altos y labios carnosos. El rostro de Ámbar, su protagonista.
Ambar
Ambar
—No… no puede ser… —su voz sonó diferente, más grave y melodiosa—. Soy… ella.
Se llevó ambas manos al rostro, recorriendo cada rasgo. El reflejo le devolvió una sonrisa involuntaria. Amber, la joven guerrera que había inventado en tantas noches de café y lluvia… ahora estaba viva, y ella era Amber.
Un impulso la llevó a reír, pero la risa se apagó rápido. El bosque estaba demasiado silencioso. Se giró sobre sus talones, explorando con la mirada. Reconocía aquel lugar: el Bosque de Bambú, uno de los escenarios más misteriosos de su novela. Sin embargo, algo no encajaba… había flores que no recordaba haber descrito, un perfume en el aire que nunca había imaginado.
Ambar
Ambar
—Si estoy muerta… —susurró, tragando saliva—, y reencarné en mi protagonista… entonces voy a aprovecharlo al máximo.
Inspiró hondo y comenzó a caminar. Sus movimientos eran ligeros, más ágiles de lo que jamás fue como humana. Notó cómo sus pies apenas hundían la hierba húmeda y cómo podía esquivar raíces y piedras sin mirar. De pronto, un bambú crujió a su lado. Se detuvo.
Un conejo enorme, del tamaño de un perro mediano, la observaba con ojos negros brillantes. Eunice—Amber—sonrió.
Ambar
Ambar
—Hola, grandote… Tranquilo, no voy a comerte.
El animal parpadeó, giró las orejas y se perdió entre los arbustos. Ella siguió caminando, explorando. A cada paso, el bosque parecía más vivo: hojas que se mecían aunque no soplara viento, insectos que dejaban rastros luminosos al volar, y un murmullo lejano, como si alguien estuviese cantando.
El manantial que había visto desde donde despertó se estrechaba en un arroyo, y Eunice lo siguió, disfrutando del paisaje. Pero el recuerdo de la novela le trajo un escalofrío: el Bosque de Bambú no era seguro. Si se adentraba demasiado, criaturas de leyenda podían acecharla.
Ambar
Ambar
—Bueno, Amber… —se dijo en voz baja—, al menos tienes superfuerza, agilidad y… campos de fuerza. —Abrió una mano, concentrándose. Una tenue esfera transparente destelló unos segundos antes de desaparecer—. Ok, eso necesita práctica.
Siguió su camino, hasta que algo metálico brilló a lo lejos. Se agachó entre los arbustos y observó. A través de las cañas de bambú, se movían figuras humanas: seis, tal vez siete. Iban armados, con armaduras que reflejaban la luz entre verdes y dorados. Uno de ellos, más alto y erguido, llevaba un estandarte con el emblema real.
Eunice tragó saliva. Reconocía a esos personajes. Eran los caballeros del príncipe Lucas.
Un nombre y una sensación cálida la golpearon al mismo tiempo. Lucas… el segundo príncipe. El que en su historia terminaría siendo… Sacudió la cabeza. No debía acercarse. Aún no.
Se dio la vuelta para alejarse, pero una rama crujió bajo su pie. Uno de los caballeros alzó la cabeza bruscamente.
Leo
Leo
—¡Eh! —gritó una voz masculina grave—. ¡Alguien está ahí!
Eunice corrió sin pensarlo, esquivando troncos, saltando raíces. Escuchó pasos pesados detrás de ella, el entrechocar de metal y órdenes cortas. Su respiración era rápida, pero su cuerpo de Ámbar no se cansaba con la facilidad que recordaba. Aun así, eran muchos y la estaban alcanzando.
Una flecha silbó, rozándole el hombro. Otro paso más y se vio rodeada: un hombre rubio con hombros anchos a su derecha, una chica de cabello blanco y corto a su izquierda. El resto cerraba el círculo.
Atlas
Atlas
—¿Quién eres? —preguntó un joven de cabello oscuro y mirada seria, apuntándole con la punta de su espada.
Eunice levantó las manos lentamente, pensando en cómo salir de aquello.
Ambar
Ambar
—No quiero problemas —respondió con calma.
Iris
Iris
—Eso lo dirás tú —dijo una rubia de ojos azules, tensando la cuerda de su arco—. ¿Qué hace una mujer sola aquí?
El silencio se alargó. Eunice sabía que no podría explicar la verdad. Y entonces, casi por instinto, su cuerpo reaccionó: un campo de fuerza invisible surgió alrededor suyo. Las flechas rebotaron con un chasquido y ella aprovechó para dar un salto hacia atrás, girar y desaparecer entre la maleza.
Escuchó voces confusas detrás.
Erick
Erick
—¡¿Dónde fue?! —gritó alguien.
Ella ya estaba lejos, apoyada contra un tronco grueso, respirando agitada pero sonriendo. Había sobrevivido al primer encuentro.
El bosque guardó silencio otra vez. Y aunque Eunice sabía que aquello solo era el comienzo, una emoción desconocida la recorrió: la emoción de vivir dentro de su propia historia.
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Comments

Melanie

Melanie

Recomendaría a todas, pero quiero más cap

2025-08-11

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