Capitulo 3: VOLVIENDO AL PRINCIPIO
Ana despertó aturdida. Estaba tirada en el piso del baño. Como pudo, se incorporó y miró a su alrededor; todo se veía algo nublado.
Lentamente se puso de pie, tomó la bata colgada en su lugar habitual y se la puso.
Se miró las manos. Las mangas eran verde manzana.
—¿Yo tengo una bata verde manzana? —se preguntó, confundida. Evidentemente, no estaba razonando del todo bien.
Cruzó la puerta del baño. Notó que los muebles eran distintos, pero no le dio importancia: seguramente se había golpeado fuerte la cabeza.
Entró en su habitación… y ahí la vio.
Una chica estaba parada frente al espejo, probándose aros de una caja.
—¿Quién sos? —preguntó Ana.
La muchacha se dio vuelta de golpe.
—¿Vos quién sos? —dijo, tomando un florero de una repisa.
Ana entornó los ojos para enfocar mejor.
—¿Tía Yoli? —preguntó, incrédula.
—¡Me llamo Yoli, pero no soy tu tía! —exclamó la chica, apuntándola con el florero como si fuera un arma.
Sí. Era Yoli. Pero mucho más joven. Adolescente, incluso.
—Creo que… estoy entendiendo lo que pasó…
—¡Sí! ¡Una intrusa en mi casa! —gritó la chica.
—¡No, no! Quizás no me creas, pero soy tu sobrina. Me llamo Anastasia, vengo del futuro…
—¡¿Qué estás diciendo, loca?! —Yoli se acercó un paso, sin soltar el florero.
Ana retrocedió y de un salto se subió a la cama.
—¡Esperá! ¡Te lo juro! Sos mi tía. Sé que fuiste tía muy joven, que tu hermano mayor tuvo una hija cuando vos tenías solo siete años. Esa fue Valentina…
—¿Cómo sabés eso? —preguntó Yoli, alarmada—. ¡SOCORRO!
—¡No grites, por favor!
—¡Mis únicas sobrinas tienen 10 y 2 años!
—¿Diez y dos? —Ana se quedó pensando—. Entonces estamos en 1989… y vos tenés 17 años.
—¿Me estuviste espiando? —acusó Yoli, avanzando otro paso.
—¡No! Te lo juro. Soy tu sobrina. Vengo del 2010. Si no me creés, decime… ¿cómo sé lo de tu lunar cerca del ombligo, por el que nunca te animás a usar trajes de baño de dos piezas?
—Eso… se lo conté a una amiga.
—Tía… vos nunca tuviste amigas. —La chica se quedó pensativa. Ana aprovechó—. Y del chico del puesto de diarios… te gusta desde los quince, pero no te animás a hablarle porque te da vergüenza…
—¡Eso sí no lo sabe nadie!
—Nos lo contaste a Val y a mí cuando éramos chicas…
—¡Ya es suficiente! —gritó Yoli, y se abalanzó sobre ella con el florero en alto.
Ana, asustada, quiso retroceder en la cama, pero calculó mal. Cayó hacia atrás… y se golpeó la cabeza.
Otra vez, volvió a desmayarse.
Anastasia se despertó sobresaltada. Estaba acostada en la cama de dos plazas de sus abuelos. Miró hacia un costado y vio, sentada junto a ella, a su tía Yoli... y seguía siendo una adolescente, claro.
—¿Cómo estás? —preguntó la chica.
Ana intentó incorporarse, pero un dolor agudo le atravesó la cabeza.
—Te diste un buen golpe —continuó Yoli, mientras le ofrecía una bolsa—. Te traje hielo.
—Gracias... —murmuró Ana, apoyando la bolsa sobre su frente.
—Entonces... ¿sos Anastasia?
—¿Me creés? ¿De verdad?
—No sé... Creo que sí. Tenés los mismos ojos grandes color miel que la bebé.
—Porque son los míos, tía —suspiró Ana—. Papá se casó con mamá, que era croata. Sus padres murieron en la guerra. Por eso solo conocimos a los abuelos paternos.
—Sí, es verdad... Entonces... ¿yo les conté lo de...? —bajó la voz—. Lo de Rolo...
—Sí. Cuando teníamos unos cinco y trece años, Val te preguntó cómo lo conociste, y vos nos contaste.
—Entonces... ¿Rolo y yo...?
—Tienen a Ariel, de quince, y a Maga, de doce...
—¡Pero si no me animo ni a hablarle!
—Te da el primer beso bajo un árbol, en los parques de Palermo. Justo este día, en la primavera.
—Está bien, te creo... ¿Cuántos años tenés? ¿Y cómo llegaste acá?
—Uy... esa es una larga historia. Tengo veintitrés recién cumplidos. Soy científica. Hace dos años viajé a 1987 y encontré a Val, que llevaba cinco años desaparecida...
—¿Sos científica? ¿Val desapareció? ¿Cómo? ¿Y cómo viajaste?...
—Tía, tranquila... vamos de a poco —la calmó Ana—. A Val la envió un ex novio científico mediante un experimento, en 2003. Yo, después de mucho investigar, viajé en 2008 por un rayo. Bueno... ahí pasamos muchas cosas hasta que logré volver.
—¿Y ahora?
—Estoy alquilando este departamento. Vivo acá, con mi gato Viajero —así se llama—. Y bueno... me tiró un secador enchufado a la bañera mientras me estaba duchando.
—Esto es tan... tan...
—¿Raro?
—No lo sé...
Se quedaron mirando unos segundos, en silencio.
—Sos muy parecida a tu papá... ¡Oh! ¡Ya no veo la hora de ver a mi hermano de grande!
El rostro de Ana cambió de golpe.
—Tía, tengo que decirte algo...
—¡Mierda! —interrumpió Yoli al mirar su reloj—. ¡Ya están por llegar mis papás y no te pueden ver acá!
—¿Los abuelos?
—Sí. Están en el médico, porque papá...
—Tiene cáncer... —completó Ana en voz baja.
Yoli la miró, sorprendida.
—¿Él va a...?
—Tía, no puedo...
La miró fijamente, pero luego cambió de tema al notar algo en la habitación.
—¿Te estabas probando las joyas de la abuela? Sabés que odia que las toquen.
—¡No vas a decir nada! —gritó Yoli, nerviosa. Tomó a Ana de la mano y la arrastró rápidamente hacia su propio cuarto.
La metió adentro justo cuando se escuchó la puerta de entrada. Yoli cerró detrás de ella con disimulo y se apoyó sobre la puerta mientras sus padres entraban a la casa.
—¿Qué hacés ahí? —preguntó la abuela, al verla.
—Los esperaba. Díganme... ¿cómo les fue?
—Lo mismo de siempre, cariño —respondió el abuelo, tomándola de la mano—. Agujas por todos lados... ¿Vamos a comer algo?
—Qué bueno que hoy tengas hambre, papá —dijo ella, aliviada.
Y los tres se dirigieron a la cocina, mientras Ana escuchaba todo desde el cuarto, con el corazón latiéndole con fuerza.
Ya era muy de noche cuando Yoli entró en el cuarto con una bandeja. Llevaba un plato de pollo con arroz y algo para beber.
—Perdón, no pude volver antes... —dijo, mientras la miraba—. ¿Encontraste algo que ponerte?
—Sí, tía. Tenemos casi la misma contextura, por suerte... No sabés lo que fue la última vez que viajé. Val me tuvo que comprar ropa, porque ella es mucho más pequeña que yo y no me quedaba nada.
—¿Dónde está ella? —preguntó Yoli, dejando la bandeja sobre la cama.
—Gracias, tía... Val... se quedó en 1987. Ahora es la esposa de Ralf May.
—¿¡El actor!?
—Sí, es mi amigo.
—¡Esto es increíble!
—La otra vez viajé para encontrar a mi hermana... pero ahora... no entiendo. Hay algo que me falta...
—No sé por qué viajaste ahora... Lo que sí sé es que hoy te tenés que quedar acá —respondió su tía, firme pero con ternura.
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