Era un día espectacular. El cielo estaba de un azul intenso, salpicado por unas pocas nubes blancas que parecían de algodón. El sol brillaba con fuerza, pero una brisa suave y cálida acariciaba la piel, haciendo que el calor fuera perfecto, ni demasiado sofocante ni frío. Las aves entonaban un coro melodioso, sus cantos se mezclaban con el susurro de las hojas de los árboles, creando una sinfonía natural que envolvía el ambiente. Era, sin duda, el escenario ideal para una pareja de enamorados que estaba a punto de dar el paso más importante de sus vidas: ¡su boda! La emoción flotaba en el aire, palpable, mezclándose con el dulce aroma de las flores que adornaban el lugar.
Emilio Johnson (A)
-parado en el altar acomodándose la corbata-
Hugo Johnson (padre de E, E, E) (A)
Deja de estarte agarrando la corbata -le susurra a Emilio-
Emilio Johnson (A)
Estoy nervioso, papá -le susurra a Hugo-
Hugo Johnson (padre de E, E, E) (A)
-sonrie- Quién no lo estaría, te casaras con un bella dama - le susurra a su hijo -
Emilio Johnson (A)
-sonrie-
Un silencio expectante, cargado de emoción, se apoderó de todos los presentes. Los murmullos cesaron, las miradas se dirigieron hacia un punto específico, anticipando el momento cumbre. Y entonces, como si el universo conspirara para hacerlo aún más mágico, una bella melodía comenzó a sonar. Era una pieza delicada y emotiva, una cascada de notas que parecían flotar en el aire, anunciando la entrada triunfal de la novia. Cada acorde resonaba en los corazones, aumentando la tensión y la dulzura del momento. La música era el hilo conductor que guiaba la mirada de todos, preparándolos para la aparición de la protagonista de ese día tan especial.
Elena Borbón (O)
-caminando hacia el altar-
Emilio Johnson (A)
-mirando a la novia embobado -
La novia, radiante, había llegado finalmente al altar, al encuentro de su amado. Sus pasos, firmes, pero llenos de una ternura contenida, la habían guiado hasta él. Al verlo, una sonrisa sincera y luminosa se dibujó en su rostro, una sonrisa que lo decía todo: el amor, la felicidad, la promesa de un futuro juntos. Era una sonrisa que irradiaba la paz y la alegría de haber encontrado su hogar en los ojos de su prometido. Él, a su vez, la miraba con una adoración palpable, su propia sonrisa reflejando la inmensa dicha que sentía al verla acercarse, tan hermosa como siempre la había imaginado, y aún más. El momento se detuvo, suspendido en el tiempo, solo para ellos dos, en medio de la expectación de todos los que los rodeaban.
La ceremonia dio comienzo, envolviendo a todos en una atmósfera de solemnidad y profundo amor. El sacerdote, con voz clara y serena, comenzó su discurso, tejiendo palabras de fe, compromiso y la sagrada unión que estaban a punto de sellar. Habló de la importancia del amor verdadero, de la paciencia, la comprensión y el apoyo mutuo que caracterizan un matrimonio duradero. Cada palabra resonaba con significado, tocando las fibras más sensibles de los corazones presentes.
Finalmente, llegó el momento cumbre. El sacerdote dirigió su mirada a la novia, y con una pausa cargada de emoción, formuló la pregunta que todos esperaban:
"Y ahora, ante todos nosotros, ¿aceptas a Emilio Johnson como tu legítimo esposo, para amarlo y honrarlo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida?"
El aire se cargó de expectativa, cada respiración contenida, mientras la novia se preparaba para pronunciar el "sí" que uniría sus destinos para siempre.
Elena Borbón (O)
Sí, acepto -sonrie-
Y tras la respuesta de la novia, el turno llegó al novio. El sacerdote, con una sonrisa cálida, se dirigió a Emilio, cuya mirada no se apartaba de Elena, reflejando la profunda felicidad y el amor que sentía.
Con una voz firme y llena de emoción, el sacerdote preguntó:
"Emilio, ¿aceptas a Elena Borbón como tu legítima esposa, para amarla y honrarla, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida?"
El momento era de una intensidad palpable. Todos los ojos estaban puestos en Emilio, esperando su respuesta, sabiendo que ese "sí" sellaría la unión de dos almas.
Emilio Johnson (A)
-Sonrie- Sí, acepto.
Tras las solemnes confirmaciones de la pareja, el sacerdote, con una sonrisa radiante y el corazón lleno de alegría por presenciar ese hermoso acto de amor, alzó la voz para proclamar la unión:
"Entonces, ante todos los aquí presentes, los declaro marido y mujer."
Un murmullo de júbilo recorrió la congregación, seguido de aplausos y vítores. El sacerdote, cerrando el ritual con un gesto lleno de significado, les dio la bendición y la invitación más esperada:
"Puedes besar a la novia."
En ese instante, el mundo pareció detenerse. Emilio, con una ternura infinita, tomó el rostro de Elena entre sus manos. Sus miradas se encontraron, un universo de promesas y amor contenido en ese cruce de ojos. Luego, se inclinaron el uno hacia el otro, sellando su unión con un beso apasionado y lleno de significado. Fue un beso que hablaba de compromiso, de futuro, de la profunda conexión que los unía. La multitud estalló en aplausos y ovaciones, celebrando la culminación de su amor y el inicio de su vida juntos como esposos.
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