Otro silencio hubo antes de que Sabrina continuara:
-- Atrevida, tal vez. Pero realista, con certeza, señor Maldonado. Si su estatus de CEO lo torna inmune a las necesidades básicas de higiene o a la fragilidad de la salud humana, entonces realmente no sé qué decir. Créame, cuidar del señor no me trae ningún placer especial además de la satisfacción de hacer mi trabajo y verlo mejorar. Pero el señor está dificultando algo que es para su propio bien. Y, con todo el respeto, esta rabieta no combina con la imagen de un CEO importante. Al contrario, suena como la de alguien que perdió el control, no de la empresa, sino de sí mismo.
Las palabras de Sabrina alcanzaron a Arthur como un choque helado. Había algo en la franqueza de ella, desprovista de cualquier trazo de adulación o miedo, que lo desarmaba. Él estaba acostumbrado a ser tratado con deferencia, con cada palabra cuidadosamente pensada para no ofenderlo. Aquella enfermera, sin embargo, parecía inmune a su poder y a su arrogancia.
Otro silencio pesado se instaló nuevamente. Arthur sentía por primera vez en mucho tiempo una punta de vergüenza. Las palabras de ella resonaban en su mente, desnudando su infantilismo. Él sabía que ella estaba en lo cierto. Su rechazo era testarudo e irracional.
Finalmente, después de una larga hesitación, Arthur suspiró, un sonido que denotaba más exhaustación que rabia.
-- Está bien -- murmuró, la voz casi inaudible. -- Usted ganó. Pero no piense que estoy disfrutando de esto.
Una pequeña y casi imperceptible sonrisa surgió en los labios de Sabrina. -- Lo sé, señor Maldonado. Pero lo importante es que el señor está colaborando. Vamos a tornar esto lo más rápido y confortable posible.
Sabrina se movió con eficiencia, llenando la bañera con agua a la temperatura ideal y añadiendo un poco de jabón líquido neutro. Mientras el agua corría, ella preparó una toalla suave y ropa limpia sobre la silla al lado.
-- Señor Maldonado, el agua está lista. ¿Podemos ir? -- Su voz era calma y profesional, buscando transmitir seguridad.
Arthur permaneció inmóvil en la cama por algunos instantes, la expresión tensa. Era evidente el desconfort y la vulnerabilidad que sentía delante de aquella situación.
-- Necesito ayuda para levantarme -- murmuró, la voz ronca.
Sabrina se aproximó a la cama con cuidado. -- Claro. Apóyese en mí. Voy a ayudarlo.
Con delicadeza, ella pasó un brazo por debajo de los hombros de Arthur, ofreciendo un apoyo firme. Él hesitó por un momento, antes de inclinarse sobre ella, buscando equilibrio. El cuerpo de él estaba tenso, y Sabrina podía sentir la rigidez de los músculos.
Lentamente, con la ayuda de ella, Arthur consiguió sentarse en el borde de la cama. Una mueca de dolor cruzó su rostro cuando sus pies tocaron el suelo.
-- ¿Está doliendo? -- Sabrina preguntó, la voz cargada de preocupación.
-- Un poco... mis piernas todavía están flacas -- respondió Arthur, la voz embargada.
Sabrina se arrodilló delante de él, mirando en sus ojos opacos. -- Sé que no es fácil, señor Maldonado, pero necesitamos ir despacio. Apóyese en mí nuevamente. Vamos a dar pequeños pasos hasta el baño... Pero si desea, podemos usar la silla de ruedas.
-- ¡No! Mesmo con dificultad, prefiero ir andando.
Con paciencia y cuidado, Sabrina ayudó a Arthur a levantarse. Él tambaleó un poco, y ella lo sujetó con firmeza, ofreciendo todo el soporte necesario. A cada paso lento y hesitante que él daba, era visible el esfuerzo y el dolor que sentía. Sabrina mantuvo un ritmo constante, hablando con él en voz baja para animarlo.
-- Eso... muy bien... un poco más... estamos casi ahí.
Finalmente, con la ayuda de Sabrina, Arthur alcanzó el baño y se apoyó en la pila, ofegante. El pequeño trayecto pareciera una eternidad para él.
-- Gracias -- murmuró, la voz cansada.
-- No hay de qué, señor Maldonado. Hace parte de mi trabajo. Ahora, vamos a ayudarlo a entrar en la bañera. El agua está calentita, va a aliviar el dolor.
-- Ahora quiero que se salga, -- comentó Arthur con firmeza. -- Voy a quitarme la ropa, insisto en que me deje solo.
Sabrina lo miró fijamente. Ellos estaban muy próximos por ella aún sujetarlo para Arthur no caer. -- Enfermera, ¿desea verme desnudo? -- Una sonrisa sarcástica se deslizó en los labios de Arthur. -- Sé que soy bonito y sabroso, pero usted no es mi tipo. No me gustan las mujeres más viejas y feas.
Sabrina sintió el rostro calentarse con las palabras de Arthur, una ola de irritación casi haciéndola soltarlo abruptamente. La sonrisa presuntuosa de él y el comentario sobre su apariencia fueron como una bofetada. No obstante, ella respiró hondo, recordando su profesionalidad. Años de experiencia la enseñaron a lidiar con pacientes difíciles, y Arthur, a pesar de su estatus, no era excepción.
-- Señor Maldonado, -- ella comenzó, la voz un tono más fría, pero aún controlada, -- Mi presencia aquí no es por placer personal o por una evaluación de su belleza, que, para ser sincera, es irrelevante para mi trabajo. Estoy aquí para garantizar su seguridad y bienestar. Como enfermera, mi responsabilidad es ayudarlo con la higiene personal, especialmente considerando su condición actual de flaqueza y dolor.
Sabrina era una mujer de veintisiete años y de una belleza que llamaba la atención por donde pasaba. Pero Arthur simplemente imaginaba lo contrario de eso.
Ella lo soltó, pero permaneció al lado de él, con los brazos cruzados. -- No es una cuestión de elección suya o mía, sino de necesidad. Si el señor cayera mientras intentaba desvestirse o entrar en la bañera solo, la responsabilidad sería mía. Además, el dolor que el señor siente puede dificultar los movimientos, y yo estoy aquí para tornar ese proceso lo más confortable y seguro posible.
Sabrina gesticuló en dirección a la bañera. -- El agua está lista. Mi función es ayudarlo a sentarse con seguridad y a salir de la bañera. Después de eso, puedo retirarme para que el señor pueda lavarse. Pero necesito garantizar que el señor entre y salga sin riesgos.
Ella lo encaró con una expresión firme. -- El señor puede hasta no gustarle mi edad o mi apariencia, pero mi profesionalismo no está en discusión. Y, con todo el respeto, el señor está siendo un poco ingenuo si piensa que estoy interesada en verlo 'desnudo' por cualquier otro motivo que no sea mi trabajo.
Ella hizo una pausa, la mirada fija en el rostro de él. -- Entonces, vamos, señor Maldonado. Déjeme ayudarlo a quitarse la ropa y entrar en la bañera.
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