Katherine Villanueva salía del consultorio de su doctora con una sonrisa que le llegaba hasta las orejas, estaba que no cabía de alegría. El sol le daba en la cara, y el sobre que llevaba en la mano casi no pesaba. Dentro contenía la confirmación de que estaba embarazada. ¡Iba a ser mamá!
Su corazón latía muy fuerte mientras caminaba por la acera, tocándose suavemente la pancita como toda futura mamá. ya estaba pensando en cómo darle la sorpresa a Damián, su novio. Estaban a unas semanas de casarse, y ahora este regalo de la vida sellaría su amor para siempre. Un hijo suyo y de Damián.
—Hoy será una noche inolvidable —murmuró mientras cruzaba la calle rumbo al supermercado.
Eligió con cuidado los ingredientes para una cena especial: pasta fresca, su vino sin alcohol favorito, una ensalada ligera, velas aromáticas de vainilla y jazmín, y un pequeño pastel con glaseado blanco donde mandó a escribir con letras doradas. ¡Papá, te espero con amor! También compró una pequeña cajita donde colocó el test de embarazo positivo junto con una nota que decía: ¡Nuestro amor está creciendo!
Unas horas más tarde, estaba emocionada, sin prisa por el pasillo del edificio. El elevador la dejo en el piso correcto y su corazón iba a explotar, pero no por nerviosismo, sino por la emoción. Su mente repasaba cada detalle de lo que había preparado: el menú que él tanto amaba, el vino tinto favorito de Damián, las velas aromáticas, el pequeño regalo con el moño dorado y, por supuesto, el sobre guardado en su bolsa, con la mejor noticia que había recibido en su vida.
Sonrió emocionada mientras se detenía frente a la puerta del departamento. Sacó las llaves de su bolsa, tocó dos veces. Pensó que él ya había llegado y sería bonito sorprenderlo antes de la cena. Esperó un poco. Nada. Tocó de nuevo.Nadie respondía.
Mejor pensó. Así podría preparar todo bien y la sorpresa sería aún mejor para cuando Damián regresara.
Abrió la puerta y entró. La sala estaba medio oscura, solo entraba luz por las cortinas. Dio un paso y sintió algo raro. Había un desorden extraño. En el sillón había una blusa negra de encaje que no era de ella. Y en la alfombra, unos zapatos que nunca había visto.
Katherine, con las bolsas del súper en el brazo, sintió que el tiempo se paraba al ver los zapatos rojos tirados en la sala. No eran suyos, ni de broma se compraría algo así. También había un abrigo de piel y un olor dulce que no era su perfume. Su corazón, que antes latía de alegría por la sorpresa, ahora le golpeaba fuerte, pero de nervios.
Con manos temblorosas, dejó la bolsa en la cocina sin hacer ruido. Sacó de su bolso la pequeña caja con el moño dorado, donde guardaba el regalo que había elegido con tanto cariño: una pulsera con la inscripción ¡Siempre juntos! Había sido el toque final para acompañar la cena de esa noche. Quería decirle que estaban esperando un bebé. Pero ahora, todo se había ido por el caño como un sueño que se vuelve en una pesadilla.
Un ruido. Venía de la habitación.
Katherine tragó saliva. Tenia un nudo en la garganta, y sentía sus pies pesados mientras caminaba por el pasillo. Con cada paso, la hacia sospechar más. Su cabeza no quería aceptar lo que ya intuía.
Se quedó parada en la puerta, sin aire como si alguien le hubiera dado un golpe en el pecho. El sobre con los resultados cayó al suelo, sin que nadie lo notara. Lo que veía era feo, irreal y tardó en entenderlo.
Damián, su novio, el hombre con el que quería pasar el resto de su vida, estaba en la cama… con su madre.
El mundo se le vino abajo en silencio.
Empezó a temblar. Un dolor horrible le atravesó el pecho, una mezcla de tristeza, enojo y traición se arremolinaban como una tormenta dentro de ella.
—¿Qué… qué está pasando? —alcanzó a decir casi sin voz, que apenas salia de su boca.
Los dos se asustaron. Damián se tapó con las sábanas, sus ojos bien abiertos como platos. Su mama volteó despacio, con el cabello revuelto, tapándose apenas con una bata.
—Katherine… —murmuró Damián—. No… no es lo que parece.
—¿No es lo que parece? —repitió ella sin ganas —.¿De verdad vas a usar ese cliché barato conmigo? ¿Conmigo, Damián?
Miro a la mujer que, desde hacía tantos años, había dejado ser su mamá. La que la abandonó por un hombre rico y las fiestas de sociedad antes que quedarse con su hija que lloraba por ella todas las noches.
—¿Tú? —dijo con voz temblorosa —No lo puedo creer… No puedo… —respiro hondo y dio un paso atrás —¿Tú también, mamá?
La mujer se levantó, sin mirarla a los ojos.
—Katherine… escúchame…
—¿Escucharte? —la interrumpió con un grito—. ¡¿Escucharte después de esto?! ¿Después de lo que me hiciste de niña y ahora esto? ¡Te metiste con mi novio!
—No lo planeamos… solo pasó… —dijo la mujer, esquivando su mirada—. Damián y yo…
—¡Cállate! —la grito Katherine —. ¡No trates de justificar lo que no tiene nombre! ¡Ni siquiera estabas en mi vida! ¡Desapareciste! ¡Te fuiste con ese hombre y me dejaste sola con papá, llorando por ti cada noche!
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no se permitió derramarlas. No frente a ellos. No les daría ese gusto.
—Damián… —susurró—. ¿Desde cuándo?
Él bajó la mirada. No dijo nada . El silencio fue más que suficiente que cualquier excusa.
—¿Desde cuándo? —pregunto de nuevo, dando un paso más, con la voz temblorosa.
—Hace unos meses… —confesó él sin verla—. Fue cuando ella regresó… Me sentía solo, tú trabajabas mucho , y ella…
—¿Y ella qué? ¿Te consoló? ¿Te engañó? —dijo Katherine—. ¡No puedo creerlo!
Se giró, casi sin aire, sentía que asfixiaba. tomó el sobre del piso. Lo apretó contra su pecho, con las manos temblorosas.
—Hoy te iba a dar la mejor noticia … —susurró —¡Hoy… te iba a decir que seremos papás, Damián!
Nadie dijo nada.
Damián la miro pálido.
—¿Qué… qué dijiste?
—Estoy embarazada. —Se rio sin gracia —Pero no te preocupes… ¡jamás permitiré que formes parte de la vida de mi hijo! ¡Jamás!
Su mamá abrió la boca, pero Katherine la interrumpió.
—¿Tú qué vas a decir ahora? ¿Te sientes orgullosa? ¿Te sientes joven de nuevo acostándote con el prometido de tu hija? ¿O solo querías hacerme daño?
—No… no quería hacerte daño, hija…
—¡No me llames hija! ¡Perdiste ese derecho hace años! —grito Katherine —Me diste la vida, sí, pero también me la arruinaste cuando te fuiste. Y ahora vienes a destruir lo poco que había logrado reconstruir.
Damián se acercó.
—Katherine… por favor… podemos hablar. Yo… yo cometí un error.
—¿Un error? —se río Katherine —Un error es olvidar una fecha importante, no acostarte con la madre de tu prometida. ¡Eso es una traición! ¡que asco!.
Volvió a voltear hacia la puerta. El sobre crujió en su mano.
—No los quiero volver a ver. A ninguno de los dos. Y si intentan acercarse a mí, juro que me van a conocer como enemiga.
Y salió del departamento, sin mirar atrás, sintiendo que cada paso era una puñalada en el corazón. Bajó las escaleras corriendo sin aire , llorando y con un dolor horrible en el alma.
Una vez en la calle, sintió el frío de la noche. Se apoyó contra una pared y se dejó caer lentamente. Las lágrimas finalmente brotaron sin control. Su vientre le dolió de ternura.
—Lo siento… bebé… lo siento tanto… —murmuró con la voz rota—. No mereces esto, no mereces ni un papá así, ni una familia como esta…
Llamó a un taxi con manos temblorosas. No quería volver a casa. No quería volver a ver nada que le recordara lo que había perdido en un instante. Pero había una persona con la que sí necesitaba hablar.
Su papá.
Marcó el número y esperó.
—¿Hola, hija? —respondió la voz ronca, amable de su padre.
—Papá… —susurró llorando—. ¿Puedo ir a casa?
—Claro, hija, ¿qué pasó? ¿Estás bien?
—No… —sollozó—. No estoy bien.
—Ya voy por ti —dijo él sin preguntar más.
Katherine le dio la dirección. Mientras esperaba, se abrazó a sí misma. El sobre con los resultados del embarazo seguía en su mano, arrugado y mojado por las lágrimas. Lo miró, y por primera vez esa noche, sonrió levemente. No todo estaba perdido. Tenía una razón para seguir.
El auto de su papá llegó unos minutos después. Ella subió sin decir nada, solo lo abrazó y lloró.
—Estoy aquí, hija. Estoy contigo —le dijo él, acariciando el pelo —Nadie te va a lastimar más .
Llegaron a casa en silencio. Al llegar, su padre la ayudó a entrar, le preparó un té caliente y la arropó en el sillón. Cuando ella le contó todo, él cerró los ojos con fuerza, aguantando el enojo.
—No sé cómo alguien puede hacerle eso a su propia hija —murmuró él—. No sé cómo se atreve a regresar después de todo.
—No importa… ya no quiero saber de ella. Ni de él. Tengo a este bebé y te tengo a ti. Eso es lo único que me importa ahora.
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Comments
🅝︎🅐︎🅝︎🅒︎🅨︎🅕︎🅞︎🅡︎🅛︎🅘︎
que mamá tan zorrilla, aunque esa no sabe lo que es ser madre, si la abandono, no tiene sentimientos, ni un 🐕hace eso
2025-06-30
13
🅝︎🅐︎🅝︎🅒︎🅨︎🅕︎🅞︎🅡︎🅛︎🅘︎
que increíble será que no hay más hombres, meterse con el marido de la hija , que mamázorrills
2025-06-30
13
Alhelí
de todas las mujeres que este desgraciado pudo encontrar para revolcarse precisamente tenía que ser la madre mucho hijo de p*** Y esa vieja ni madre se debería llamar🤬🤬🤬🤬
2025-07-01
9